La singularidad
Algunos apuntes sobre la tensión entre ficción y no ficción, desde Edith Wharton hasta Juan José Saer.
MARINA WARSCHAVER

Se sabe que tratar de entender la práctica de la ficción es enfrentarse a la más novedosa, la más fluida y la menos formulada de las artes: elegir qué contar y elegir cómo hacerlo. Edith Wharton decía que no importa cuán limitada sea esa anécdota que uno está intentando relatar: no es posible evitar que la circunde una serie de detalles de importancia cada vez más remota y, más allá de eso, una masa externa de hechos irrelevantes que se van aglomerando en torno al autor por una simple cercanía accidental, ya sea de tiempo o de espacio. Elegir entre todos estos materiales es el primer paso hacia una expresión coherente. Podemos ponernos filosóficos para decir que una de las razones de la existencia de la ficción es la búsqueda del sentido de nuestra existencia. Nuestra curiosidad, y tal vez nuestra inseguridad, nos llevan a explorar constantemente el quién, el qué, el dónde, el cuándo y el por qué de nuestra existencia. A partir de esas preguntas empieza a tejerse el hilo de la ficción y al pensar en ellas se me aparece lo que se conoce como las 5 W del periodismo: cabe preguntarse cuánta verdad hay en la ficción.
Cabe. De más está decir que la verdad no es necesariamente lo contrario de la ficción, y que cuando optamos por la práctica de la ficción no lo hacemos con el propósito turbio de tergiversar la verdad. En cuanto a la dependencia jerárquica entre verdad y ficción, según la cual la primera poseería una positividad mayor que la segunda, es desde luego, en el plano que nos interesa, una mera fantasía moral, como dice Juan José Saer. Aun con la mejor buena voluntad, aceptando esa jerarquía y atribuyendo a la verdad el campo de la realidad objetiva y a la ficción la dudosa expresión de lo subjetivo, persistirá siempre el problema principal, es decir la indeterminación de que sufren no la ficción subjetiva, relegada al terreno de lo inútil y caprichoso, sino la supuesta verdad objetiva y los géneros que pretenden representarla. Puesto que la categoría de non-fiction, la multitud de géneros que vuelven la espalda a la ficción, han decidido representar la supuesta verdad objetiva, son ellos quienes deben suministrar las pruebas de su eficacia. Esta obligación no es fácil de cumplir: todo lo que es verificable en este tipo de relatos es en general anecdótico y secundario, pero la credibilidad del relato y su razón de ser peligran si el autor abandona el plano de lo verificable. La ficción, desde sus orígenes, ha sabido emanciparse de esas cadenas, sin embargo no debemos confundirnos: no se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la «verdad», sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación. Hace unos días, frente a la orquesta de inteligencias artificiales que están ocupando los primeros planos del discurso colectivo, alguien planteó que uno de estos chats puede escribir. Y podría escribir un cuento de tal o cual manera. Es cuestión de educar al AI. ¿Qué le queda al escritor frente a este horizonte? Dejarse absorber por la complejidad de la situación, por el silencio del ser humano (Beckett) o lo monstruoso. En la monstruosidad del lenguaje encontrará el escritor la singularidad del arte.