El placer del relato
Técnica y oficio en el nuevo libro de Juan Vitulli
Mariano Granizo

Hablar de simpleza y de historias no parece acorde con los tiempos. Y no sacar de la lectura cuestiones personales del autor mucho menos. Es por eso que el libro de relatos de Juan Vitulli, Interiores (Beatriz Viterbo editora), es una gran apuesta al viejo arte de contar. Dos líneas de creación que siempre se han tocado y alejado alimentan la concepción del relato que tiene Vitulli: la del relato latinoamericano y la del relato estadounidense. Relatos que se manejan entre un territorio latinoamericano y otro estadounidense, entre Conti, Bitar, Onetti, Andrés Rivera, Luiselli, Hemingway, Cheever y el realismo sucio de Carver: narrar lo mínimo es su logro, eso que hace a lo real en lo escrito.

La materia de lo escribible, de lo narrable, de aquello que se puede contar pese a que el narrador no se esté contando (intencionalmente) a sí mismo, a eso apunta la escritura de Vitulli; por supuesto, existe un efecto de lo que se cuenta por defecto, obvio, eso siempre ocurre.
La rutina ocupa un lugar privilegiado en los cuentos. Narrar la rutina es algo complejo porque se corre el riesgo de confundir la representación de lo rutinario con la descripción de lo que se repite. Pero Vitulli elige describir y construir escenas y paisajes que contienen en su matriz la repetición, la rutina el agobio y la desazón. Y si existe algo rutinario en el mundo son los trabajos con sus meticulosos pasos a ser llevados a cabo, los personajes que los llevan a cabo y que ocupan un lugar imperceptible en el mundo, innecesario, que pueden desaparecer disolverse de un día para otro sin afectar aquello de lo que formaban parte. Rutinas que narran las relaciones entre las personas, las relaciones sociales y familiares. Pero en la rutina, y es ahí donde Vitulli capta lo rutinario sin caer en una enumeración repetitiva, ocurren las pequeñas rebeldías de gente que, con esas pequeñas rebeldías, no hacen otra cosa que confirmar aquello que decía Sartre respecto a que los pequeños actos de rebeldía sólo terminan confirmando al opresor. Luego, tan sólo la rutina que prosigue sin alguno de sus agentes fácilmente olvidables por todos. Pequeñas rebeldías, excentricidades, gestos, todo esto implica el aporte personal a la escritura de las vidas que hace la rutina, a la narración que lleva a cabo de ellas.
Historias, las de Vitulli, que se desplazan levemente, en medio de la rutina, hacia una anécdota o información que no es central, que no constituye el meollo del relato (no siempre) pero que carga de sentido a la narración. Pequeños sentidos en pequeñas historias, que es lo esperable en las vidas contemporáneas, carentes de una épica real. Porque ese es otro de los aciertos de Vitulli: no hacer épica de las pequeñas existencias, algo que no parece resultar sencillo en una época en la que cada acción narrada en la literatura debe tomar los alardes desmedidos de un gesto épico inexistente.

Vitulli, en Interiores, construye una voz narrativa que sólo se hace presente para contar algo, una voz que sabe diluirse cuando es necesario sin que esa voz narrativa haya ganado un lugar excesivo en la narración que quite importancia a lo narrado. Una voz que conoce su lugar y pugna por lograr que el relato llegue a buen término, porque son relatos, narraciones que no han sido forzadas para que se ajusten a la forma del cuento clásico; relatos que, al avanzar (en su escritura/lectura/reescritura) van descubriendo lo narrable, como si Vitulli, esa voz y los lectores fuéramos quitando, al avanzar, la tierra que cubría aquello que estaba ahí pero que no percibíamos, sistema este que, en el relato, permite la persistencia de la posibilidad de que exista mucho más que no haya sido desvelado, descubierto, barrido por su uso de la lengua.
La lengua (el habla, mejor dicho) de Vitulli cambia, se amolda al relato según el territorio (del relato y de la vida fuera de él). Al relato de la rutina de las estaciones del año, de los trabajos, de los viajes, del vivir y del morir se suma el relato de la lengua de un extranjero en otro país, de una lengua entre otra u otras. Una lengua, el español, que avanza sobre un territorio, territorio que le es hostil, que se le resiste, pero que actúa como la tierra ante el avance del agua: no la puede frenar y no le queda otra que absorberla. Los relatos que están ubicados en los Estados Unidos se constituyen como el territorio que habita la narración: abierto, amplio y con un recorrido que hacer hasta el punto donde las cosas ocurren o parecen ocurrir. En territorio latinoamericano (y ese territorio a veces lo hace la lengua que “primerea”, una embajada narrativa entre otras narrativas. Primerear, eso es lo que hace la lengua, el habla en territorio latinoamericano, porque no necesita ser pensada, primerea a la razón y actúa.
Vitulli hace que las historias broten de una narración primigenia, apéndices que se van formando (descubriendo al avanzar la lengua/narración). Dos territorios, dos lenguas, dos o más historias imbricadas para que el relato exista y no acabe. Idas y vueltas constantes entre dos lenguas y dos historias. Pero todo esto es controlado por la voz de ese narrador que pone orden y se retira, que retira un poco de la tierra que cubre la posibilidad del relato y se retira. El territorio del relato, de la posibilidad del relato se vuelve uno por esa voz que respeta la materialidad del relato. Esa materialidad está narrada con talento y trabajo en Interiores, al igual que la posibilidad de que aún exista algo parecido al placer del relato, de escribirlo y de leerlo.