Indagaciones sobre la ficción
¿Dónde empieza la ficción? De Edith Wharton a Fito Páez.
DIEGO ERLAN

Es invitado a coordinar una mesa en la que se plantea la pregunta dónde empieza la ficción. Pagan en dólares. Por eso acepta y además porque es un tema sobre el que le interesa indagar. Días atrás empezó y terminó (en dos noches) la serie sobre Fito Páez. Una sucesión de anécdotas. Un soundtrack de rock nacional básico pero ineludible. Un cásting al borde de la imitación. Aunque ese aspecto haya sido un punto en el que se detuvo: ¿por qué el personaje que consideró más logrado fue el de Luis Alberto Spinetta? El chiste en redes era que se parecía más a Cerati que al Flaco. Edith Wharton, en su libro Escribir ficción, entiende que no importa cuán limitada sea esa anécdota que uno está intentando relatar en un texto: no es posible evitar que la circunde una serie de detalles de importancia cada vez más remota y, más allá de eso, una masa externa de hechos irrelevantes que se van aglomerando en torno al autor por una simple cercanía accidental, ya sea de tiempo o de espacio. “Escoger entre todos estos materiales es el primer paso hacia una expresión coherente”, dice. Y quizás porque se buscaba menos el parecido físico que la forma (esos detalles sobre el habla y el movimiento), que la actuación de Julián Kartún lo empujara a esa órbita: que en vez de parecerse a Spinetta fuera Spinetta, que de algún modo lograra transfigurarse. Era Spinetta en su interpretación quizás no por el parecido físico sino por algo más inasible. En ese punto podía ensayarse una respuesta para la pregunta sobre la ficción.
Y a partir de esa pregunta se acuerda de una anécdota que, una vez, escribió Sergio Chejfec. Es la anécdota de un escritor que nunca antes había sido traducido. ¿Qué significa para usted ser traducido a otra lengua? Luego de un atisbo de desconcierto, el escritor aceptó que se traducido consistía en una especie de experimento: un experimento con lo que queda. Porque de tener que definir sus libros en dos palabras diría que en ellos sus personajes se preguntan por el significado de lo que les ocurre y de lo que recuerdan.

Porque para este escritor, dice Chejfec, la literatura consiste en un discurso sobre el significado interno. Y, desde luego, el tipo de experimento desafiante que encontraba en el trabajo de su traductor consistía en las preguntas acerca del significado de lo que escribía en su propia lengua, o sea, de su propia literatura.
Muchas veces el traductor preguntaba, ¿cómo puede interpretarse eso o esto otro? Y el escritor debía activar la memoria y el razonamiento para construir una cadena de argumentos o explicaciones; tenía que leer el fragmento como si se tratara de un escrito ajeno; incluso en algunas frases problemáticas en las que el traductor no sólo tenia el desafío de traducirlas de un modo veraz sino, al menos, de un modo coherente, el escritor volvía a escribirlas de otra manera, tratando de hacerlas más claras, menos contradictorias.
El escritor, entonces, reflexionaba que el objetivo de su traductor era buscar cosas debajo de las palabras. Esta anécdota, con la que Laura Wittner se obsesionó durante años, como apunta en Se vive y se traduce, habilita a pensar que la literatura consiste en un discurso sobre el significado interno, y que el proceso de escritura es algo se parece a la traducción: una indagación sobre lo que tenemos dentro, eso inasible que se conjuga entre lo que nos ocurre y lo que recordamos, es decir, entre experiencia y memoria.