Los paisajes de Hokusai

Una serie de libros reúnen las pinturas de paisajes de Japón con las que Hokusai se convirtió en ícono.

MARINA WARSCHAVER

Siempre hemos sentido el paisaje como algo alegre y placentero. Admitimos la poesía meditada de Gainsborough o Corot, no obstante no admiramos de corazón, y deberíamos, el esplendor de los horizontes a los que nos permitieron asomarnos en ocasiones Tiziano y Rembrandt. No apreciamos, excepto en su sentido comercial, el poder de la madurez temprana de Turner, la gravedad de los logros de Crome, la magnificencia de los grabados en humo de Lucas después de Constable, la solemnidad de Wilson, Girtin y Cozens. Estos últimos por supuesto no alcanzaron la perfección técnica, si bien una vez reconocida esta imperfección, son maestros de una grandeza y simplicidad que sus sucesores nunca igualaron. Los pintores de moda de nuestro tiempo se conforman con lo que es suficientemente bello y suficientemente cercano al concepto del público de lo que son los lugares y el brillo de la naturaleza como para que se venda fácilmente. Incluso aquellos cuyos puntos de vista son más serios, cuyos sentimientos son más profundos, se contentan con lo primero que se encuentra en su camino: unos cuantos árboles arreglados, un heroico cobertizo que se enfrenta a un crepúsculo nebuloso satisfacen sus mayores ambiciones.

Con Hokusai esto cambió. Y su paisaje fue Japón.
Si tuviéramos que señalar las peculiaridades de esta larga serie de islas, que van casi desde la costa de Siberia hasta los trópicos, deberíamos decir que contiene casi todas las variedades de paisajes y climas que en cierto grado se concentran en el archipiélago junto con su historia, civilización y comercio. El conjunto del país es montañoso, aunque sin elevaciones demasiado pronunciadas, con la excepción del Monte Fuji, debido en parte a su naturaleza volcánica y en parte a que todo el archipiélago de islas es tan solo la unión de una enorme cadena que se sumerge abruptamente hacia el este en una de las depresiones más profundas del Pacífico. Japón, al igual que Gran Bretaña, está bañado por una corriente oceánica y, en consecuencia, comparte el mismo clima, aunque algo más cálido y húmedo. Las variaciones en el clima, la omnipresente niebla que cuando hace calor permite que la distancia sólo sea visible durante un breve período de tiempo a primera hora de la mañana, junto con la diversidad del paisaje hacen que el país sea ideal para un pintor de paisajes que no puede más que copiar la escena que se le presenta ante los ojos. La enorme belleza real del pais difiere de la belleza que muestran los trabajos de los artistas del paisaje, incluso Hiroshige, el más realista de todos ellos, quien dibujó su monte Fuji con el cono extendido que se podría ver en una fotografía, exagera en su búsqueda de lo pintoresco hasta los detalles más nimios, hace que las rocas sean más robustas, los árboles más grandes, la hierba más verde y los mares más azules. Hokusai nació unos cincuenta años antes, y no tuvo más predecesores que los paisajistas de las escuelas Kano y China, cuyos precipicios en caída, despeñaderos mellados, árboles puntiagudos y extensiones entrantes de nubes planas se repetían sin cesar tanto en el valioso kakemono como en las baratas guías populares. Hasta la aparición de Hokusai como artista maduro e independiente con el Mangwa no se toma realmente en serio su paisaje. Cien vistas del monte Fuji, de Katsushika Hokusai, presenta una serie de paisajes pintados por el gran artista, que tiene al volcán sagrado como protagonista. En ellas podemos advertir más características de su obra que ya había triunfado en su serie de estampas a color Treinta y seis vistas del monte Fuji.

Del mismo modo que su arte abarca todo el mundo vivo que conocía, su concepto del paisaje incluye todas las fases del paisaje de Japón, desde el jardín con sus despeñaderos de juguete a la inmensidad de la montaña, de sus océanos y de su naturaleza en estado salvaje, y es que tampoco los ve únicamente con la visión interna tranquila que hace que su mundo humano sea tan alegre y jovial. Es el único artista que se ha dado cuenta de la majestuosidad del invierno. El cielo gris de Hiroshige es terriblemente frío, pero su nieve casi siempre sugiere un deshielo. Sus preferencias se inclinan por el lado festivo del tiempo invernal. No obstante, si bien ve que el reposo de la naturaleza puede ser terrible, Hokusai no se olvida de que sus movimientos también lo son. El apego a las convenciones chinas hace que con frecuencia los dibujos de Hokusai de los rompientes parezcan fantásticos, aunque nunca parecen furiosos, o por lo menos no tan furiosos como lo son sus tormentas. La costumbre que tiene de representar la lluvia con líneas negras es tan efectiva como fantasiosos sus usos de representación del agua. De todos modos, nada más icónico como los paisajes japoneses de Hokusai. Nada más Japón, quizás, como si esas imágenes fueran la traducción de un lenguaje exótico.

Para conocer más