Poesía política

Para una lectura de Bertolt Brecht

Maximiliano Crespi


La poética de Bertolt Brecht es revolucionaria. Lo es no en relación con que tematice la exigencia de la transformación social que la revolución promete, sino en razón de la singularidad formal que es capaz de asumir para exponerla como necesidad y para activar su potencial en múltiples niveles de significación política. No hay que atribuir el hecho al espíritu del genio y la versatilidad innata de su voz. De muy joven Brecht supo que todo eso era mera mistificación romántica. Por eso optó por estudiar con paciencia y detalle las tradiciones poéticas de la lengua alemana en las sucesivas épocas y contextos. La frase que John Berger escribió para Courbet bien podría aplicarse al Brecht poeta: “con su extraordinaria ambición, su genuino odio a la burguesía, su experiencia rural, su amor por lo teatral y su maravillosa intuición, se propuso nada menos que una doble transformación: la de la temática y la del público. Para ello, como Courbet un siglo antes con las de la pintura, adquirió maestría en las técnicas tradicionales para ponerlas luego en contra de los valores tradicionales que determinaban su servidumbre.

El análisis historizado de esas formas poéticas altas y populares del pasado le permitió a Brecht identificar recursos y fórmulas eficaces para crear poemas o canciones como si hubiesen sido escritos para ser leídos y reconocidos por el público general. Estaba convencido de que las grandes construcciones y creaciones de la historia (y por ende también los de la historia del arte) habían forjado su núcleo de verdad en la sensibilidad de los habitantes de los estratos más marginado de la sociedad. Y si, como ha dicho Walter Benjamin, su ficción poética está —como los movimientos de una magistral partida de ajedrez— estrictamente calculada por su determinación de inscripción en un proceso de transformación de las estructuras sociales, es lógico y comprensible ese intento por dar forma, métrica y rima familiar a un poema cuya nueva significación procuraba producir un nuevo pliegue de sentido sobre lo naturalizado en el mercado de la cultura.
Lo que hace a una poética —escribió en una de sus cartas— no es el talento del autor sino el lugar y la circunstancia en que su voz se hace presente en la lengua de un pueblo. Según algunos de sus críticos la determinación era tal que en ciertas ocasiones solía tomar un poema o una canción popular como base para encajar dentro de su estructura una forma nueva, una sustancialidad inédita (surgida de un tipo de percepción antes despreciada: la de los de abajo), logrando muchas veces una fuerza y una eficacia equivalente a la del poema original. Y, a la inversa, otras veces no dudaba en retomar un tópico, un personaje o una anécdota clásica de la tradición poética alemana para reactivarlos en una transformación que estimula el pensamiento crítico y la disidencia con la significación tradicional. Esa doble articulación (de vínculo y de transgresión) es lo que lo hace único y es lo que ha permitido a críticos como el propio Benjamin leerlo como un texto clásico y así permitirse él mismo extraer contenidos políticos de los pasajes más puramente líricos de los poemas brechtianos.

Seleccionados, traducidos y prologados por José Muñoz Millanes (para la colección “La cruz del sur” de editorial Pre-Textos), los Poemas del lugar y la circunstancia son la prueba material de un procedimiento basado en el principio fundamental sobre el que se asienta el compromiso irrenunciable de Brecht: el poema no es un espejo para reflejar la realidad; es un martillo que la hace añicos. Por eso debe ser escrito con preguntas de un obrero que lee. La obra poética acompaña esas preguntas como en un proceso de descubrimiento que en cierto modo alegoriza algo así como la toma de conciencia crítica. Benjamin desconfía con lucidez de la supuesta “evolución” que habría sufrido la lírica de Brecht desde los Sermones domésticos hasta los Poemas de Svendborg —y que podríamos hoy extender hasta los Kinderlieder—; esto es, el proceso de una conversión o de una politización poética. Es claro que hay apreciables diferencias de tono entre el aparente bucolismo naturalista de poemas como “Del trepar a los árboles” o “Acerca de la primavera”, esa suerte de elegías condensadas de la modernidad que son “Al pequeño aparato de radio” o “Pensando en el infierno” o incluso la parca y amarga lucidez de poemas como “Una lectura inocente” o “Palabras del poeta moribundo a los jóvenes”. Pero la verdad es que en sendos casos lo que mueve la poética brechtiana es la interrogación que surge de la mirada contrariada, a contrapelo del consenso. Vale recordar en este punto poemas-síntesis como “El ladrón de cerezas” o “Al refugio danés” donde la ironía recae tanto sobre el fundamento de la propiedad privada como sobre el voluntarismo de la experiencia militante.
La voz que buscan los poemas de Brecht es la de los campesinos, las criadas, los bandidos, los sirvientes, los obreros. Se dirige a ellos, habla con ellos y piensa con ellos la política, la opresión, las posibilidades de la revuelta, el amor, el deseo, la vida en general. Como él mismo dijo cuando la crítica atacó a Die Mutter, sólo un imbécil o un canalla puede sostener que las clases populares no comprenden la ironía. Convencido de lo contrario, en uno de sus poemas más bellos no ha dudado en afirmar que “las palabras sencillas deben ser siempre más que suficientes”.