El dolor de los demás

Sobre el cuerpo herido y el sufrimiento

FACUNDO MILMAN


Son muchos los libros y textos que versan sobre el dolor porque se componen entre las diferentes historicidades y los distintos cánones de su época, pero hay otras publicaciones que aparecen para romper ciertas lógicas. Entre ellos, figuran dos libros en particular de un mismo autor: Antropología del dolor (Metales Pesados) y Experiencias del dolor: entre la destrucción y el renacimiento (Editorial Topía) de David Le Breton. El primer título inaugura un recorrido, y ya no una historicidad, del dolor en los cuerpos humanos y el segundo hace lo propio desde la prolongación. Si hablamos de dolor, no podemos no hablar de las religiosidades o, para ser más precisos, no podemos no hablar de la Biblia. Un libro básico del Tanaj, como es Kohelet o Eclesiastés, que compone la tradición henoteísta del judaísmo ya declara que cuanto mayor sea la sabiduría, mayor será el pesar; quien incrementa el conocimiento, también incrementará el dolor. Pero sucede que, en la modernidad, también aparecieron grandes escritores que se refirieron al dolor. Pensemos en Herbert Marcuse que, en su libro Eros y civilización (1955), escribía que por la duración del trabajo, el dolor prevalecía; y otra referencia como Paul Celan que, en uno de sus poemas, habla del dolor y él duerme con las palabras. En fin, las referencias pueden ser infinitas y aquí solo nos referimos a algunas. Pero, todavía más interesante, es abordar el segundo libro de David Le Breton que no solo analiza y matiza casos de dolor, sino que también teoriza y aporta una (nueva) mirada lúcida sobre lo que nos acontece.

Acarrear un dolor implica un sentido, un dolor que dice más de sí que de una identidad, pero el dolor se puede plantear en la disyuntiva entre identidad e identificación. El caso es que hay tantos tipos de dolores como sentidos por producir. Le Breton se ocupa de rescatar el dolor como experiencia vital. En la vitalidad de la vida, el dolor se dirime en una dialéctica nunca resuelta. Porque si hay dolor, entonces también hay sufrimiento. El dolor, en el libro, se impone como un modo de vivir. Por decirlo de algún modo, el dolor y el sufrimiento hacen a la vida. No hay vida sin dolor ni sufrimiento. Si bien no hay una superación dialéctica entre ambas categorías, sí hay una vida que resuena. No hay dolor sin sufrimiento como no hay sufrimiento sin dolor. Quizás no cabe pensarlo, como Theodor Adorno, en una dialéctica negativa; pensémoslo, como Walter Benjamin, en una dialektik im Stillstand: una dialéctica suspendida. En la espera de una recuperación, de un retorno al estado anterior pero de otra forma, la vida del dolor y el sufrimiento queda suspendida por el ocaso de la irrupción irreductible de la vida como erfahrung.
Si seguimos con la argumentación del texto, la dialéctica no solo se suspende. La dialéctica se cancela. El antropólogo que al principio planteó una confrontación entre dolor y sufrimiento, ahora los iguala. La operación del primer capítulo, que es diferente a la de la introducción, ya no es confrontar; el artificio del libro apuesta por otra cosa, el esencialismo y la homologación del dolor con el sufrimiento. Pero ¿qué lo motiva? La respuesta es sencilla: cuando sentimos dolor, perdemos la significación del mundo. Y, como dirían los filósofos deconstructivistas, el mundo es una función del lenguaje. El dolor es un efecto del lenguaje, el efecto de realidad, y así como el mundo es una función, el sufrimiento es un artilugio más de ese lenguaje imperfecto donado al ser humano por Dios. Además de lo ya mencionado, Le Breton dedica parte a la lingüística del dolor. Recorre raíces en distintos idiomas y se ocupa de producir un sentido para continuar con su libro. De hecho, encuentra que el dolor es malvado y castigo al mismo tiempo. Pero, en hebreo rabínico, dolor se dice yissurim y quiere decir sufrimiento y castigo al mismo tiempo; en otras palabras, para leer desde otra tradición, habrá que leer con un ojo estrábico: el primero clavado en Occidente y el segundo moviéndose a través de Oriente. El uno y el otro nos posibilitan una nueva lectura, entre la perplejidad de Occidente y la errancia de Oriente. El dolor, por lo tanto, se compone tanto de dolor y castigo como de corrección y revuelta.

Sin embargo, una de las preocupaciones que está presente durante todo el texto es la de las lecturas bíblicas. Porque si bien la pregunta es por los textos (psicoanálisis, antropología, literatura, filosofía, testimonio), también aparece el sustento religioso como es la Biblia. Además no es solo el texto religioso como tal, sino también sus lecturas. Son sus modos de leer el mismo texto ya que nosotros podríamos identificar los elementos gnósticos en las epístolas paulinas y otra lectura podría identificar las lecturas eclesiásticas que se hicieron durante la historia. Pero, en Experiencias de dolor, se trata de otro texto tan o más central como es El libro de Job. En Job, la pregunta no es tanto sobre el sufrimiento. No es una pregunta filosófica sobre qué es el dolor y cuál es el sufrimiento, la pregunta más que nada circunda sobre los modos del dolor. Cómo hay que soportarlo. La pregunta, y no la respuesta, no es cómo evitar el sufrimiento; la pregunta es cómo debemos sufrir, cómo volvemos soportable el sufrimiento y cómo se atraviesan los estremecimientos del ser. Y si Le Breton repara en El libro de Job, termina situándose en la tradición judía. Porque ahí el dolor y el sufrimiento es un mal a combatir. El dolor no inviste ninguna salvación y, por ende, tampoco una redención. El dolor, para los judíos no puede ser reparar pero sí —en algún sentido— retornar. Es decir, el dolor puede aparecer dentro del judaísmo como la razón de aceptar nuestros pecados para volver a las raíces que nos dieron una verdadera existencia que posibilitaron la vida dentro de esta vida.
De alguna manera, Le Breton expone su recorrido del dolor y el sufrimiento. Porque, por un lado, aporta una metodología sustentada con fuentes teóricas —filosóficas, literarias, antropológicas, artísticas— y, por otro lado, exhibe testimonios de pacientes o personas que han padecido ciertos dolores y se recuperaron. Entonces —como antes— había una disyuntiva entre dolor y sufrimiento, ahora hay una metodología entre lo teórico y la realidad fáctica del dolor. Estos trabajos son interesantes ya que en una época que todo contiene el post, el después de una temporalidad, y la fragmentariedad de las experiencias, David Le Breton se propuso a hacer un recorrido que tenga no solo una parte teórico, sino también la realidad empírica de los hechos dolorosos junto a sus sufrimientos internos para expresar una nueva contingencia: la oportunidad de cargar con un cuerpo.