Una disputa política por el deseo

Se publica la primera y desafiante novela de Gertrude Stein, una relación de amor entre mujeres.

VICTORIA D’ARC

El acto de leer nunca es neutral. Está atravesado por las intersecciones que nos recorren, sea género, sexualidad o clase social. El modo de leer desde un prisma lésbico añade la posibilidad de que entre dos mujeres haya deseo sexual, amor o pasión, se explicite en el texto o no. Estamos, no obstante, ante una categoría problemática. ¿Cómo se podría pensar en ella cuando el sexo no es siempre evidente y a veces ni siquiera tiene lugar? Además, la identidad lésbica no debería basarse únicamente en el acto sexual, pues a veces dos mujeres pueden sentir amor o atracción la una por la otra sin que tenga por qué concretarse con una relación física, lo mismo que ocurre con la identidad heterosexual. Podríamos decir que la respuesta está en su recepción. Un texto es lésbico si quien lo lee decide leerlo como tal.

A la escritora e investigadora Gloria Fortún le resulta sorprendente la falta de una tradición literaria del amor entre mujeres. La historiadora estadounidense Lillian Faderman fue, con su estudio Surpassing the Love of Men, de 1981, pionera en tratar de establecer esta tradición lésbica mediante la relectura de escritoras que hasta ese momento se habían considerado heterosexuales, “muy amigas”, solteronas. Las relaciones intensas entre mujeres se habían vivido sin asomo de culpa hasta su verbalización como anormales por parte de los sexólogos que desplegaron sus teorías a finales del siglo XIX. Krafft-Ebing, Havelock Ellis y compañía hicieron de estas preferencias una patología que debía curarse. La permisividad anterior a esta época (Faderman encuentra textos lésbicos explícitos de ficción anglosajona que se remontan al siglo XVII) puede deberse a que las mujeres eran consideradas asexuales, además de que las relaciones entre ellas tendían a trivializarse, siempre y cuando no amenazaran el estatus y los privilegios de los hombres de sus vidas.

Además del supuesto heterosexual bajo el que se han leído los textos de autoría femenina, no debemos olvidar el enorme esfuerzo que han hecho los críticos literarios para negar la existencia lesbiana. Uno de los casos más llamativos –dice– es el de los poemas de amor de Emily Dickinson a su cuñada Susan Gilbert, atribuidos hasta hace no mucho a distintos hombres a pesar de sus obvias connotaciones lésbicas. Si quien leía estos poemas, o piezas de ficción tenía la sospecha de estar ante una historia de amor entre mujeres, le resultaba muy difícil corroborarlo buscando en las biografías de sus autoras, pues su lesbianismo solía ser omitido para salvar su reputación, o más bien, para salvar la reputación de la heterosexualidad obligatoria. Las propias autoras han codificado en muchos casos sus textos para que estos pudieran pasar la censura patriarcal, seguramente con la intención de que solo fueran reconocidos por aquellas embarcadas en relaciones similares.

Y en este punto habría que detenerse en la figura de Gertrude Stein y en su primera novela, Q.E.D, las cosas como son. Escrita en 1903, es una novela publicada de manera póstuma recién en 1950, pero resulta fascinante entender la ruptura que significó tan solo escritura: un retrato de la vida amorosa e íntima de la gran escritora y coleccionista de arte y su relación con una mujer llamada “May Bookstaver”. El libro esconde una verdad privada entre líneas. Al delinear los personajes, la autora nos da un ejemplo poco común de modernismo, cuyos temas aún continúan siendo debatidos en la actualidad. En un mundo que no las reconoce tan fuertes e independientes como los hombres, tres jóvenes estudiantes, protagonistas de un triángulo amoroso, se entregan a la inconsistencia de sus intenciones y su repulsión hacia el amor, guiando al lector en un viaje por la psicología femenina. De alguna manera, Stein describe su relación con Bookstaver, que conoció durante sus estudios de medicina en Johns Hopkins, y se presenta como una crónica detallada desde ese primer encuentro hasta su separación. Stein es honesta en la descripción de su propia ambigüedad y confusión en cuanto a su orientación sexual, lo que la hace aún más admirable por su franqueza en una época en la que la homosexualidad era tabú. La novela es también una exploración de la identidad y la subjetividad.

Stein examina su propia identidad, así como la de Bookstaver, y cómo ambas se ven afectadas por su relación, y desde luego también cuestiona las convenciones sociales y culturales que dictan la forma en que las personas deben comportarse y cómo deben ser percibidas por los demás. En su escritura consigue un estilo desafiante construido en base a frases cortas y repetitivas, que crean un ritmo hipnótico. El lenguaje es a menudo poético y abstracto, y en la fragmentación y la repetición consigue una sensación de dislocación y extrañamiento. El resultado es una novela que puede resultar difícil de leer, pero que también resulta profundamente conmovedora. Este tipo de relaciones, muchas veces consideradas de “amistad” por ciertos pruritos moralistas, tiene consecuencias políticas. La intimidad entre mujeres —no desear a los hombres, no necesitarlos— es aún más transgresora. Se trata de lo que la poeta e intelectual Adrienne Rich denomina continuum lesbiano: una definición más amplia y menos limitada del lesbianismo que tiene que ver con el hecho de que las emociones, afectos y deseos más fuertes de las mujeres estén dirigidos a otras mujeres. Una disputa política del deseo.

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