La relación Glissant
Una política de la memoria que busca corroer el canon estético-filosófico y político moderno/colonial
Facundo Milman

Martin Buber, filósofo judeoalemán, basó toda su producción religiosa en dos palabras: encuentro y relación. Podemos pensar en Yo y tú (1923), un libro tan importante como inmanente, donde plantea que el encuentro entre personas permite la relación y conocer la rotunda alteridad del otro. Si bien el romanticismo alemán impregnaba su mirada sobre el mundo, su ideología nunca dejó de ser el socialismo. Buber proponía que, para implementar este tipo de encuentros con las personas, se debía abandonar a la ciudad sin volver al campo; planteaba un lugar intermedio entre el campo y la ciudad. En una óptima similar pero relacional y decolonialista, Édouard Glissant escribió Filosofía de la relación, publicado por Miluno: una crítica sobre la Relación, pero también una crítica sobre cómo vemos al mundo y sobre dónde estamos parados. Podríamos considerarlo más que una “filosofía de la Relación”, es una crítica hacia nuestra visión de la tierra y la imposibilidad de atisbar más allá del imperialismo.

En primer lugar, el pensar relacional de Glissant detecta zonas, mundos, realidades empíricas, sujetos, vidas que estaban ocultos por la sombra de la colonización. Es posible pensar a la tierra junto a todas sus desinencias como un lugar repleto de oscuridades y Glissant, con su modo de operar, las des-cubre. El mundo estaba cubierto de la pomposa violencia occidental y él con su escritura ayuda a vislumbrar la novedad-no-nueva para observarlo todo de nuevo, pero ya no es un ojo estrábico que mira hacia las entrañas y el progreso de las naciones sino que el mal llamado progreso de las naciones era solo el ocultamiento de la potencia del mundo tal como la conocemos. Entonces, por un lado, tenemos unos nuevos anteojos para ver al mundo y, por otro lado, leer lo negado por el colonialismo. Sin embargo, el trabajo realizado por Édouard Glissant no se puede realizar en soledad. Se necesita de compañía para leer, escribir y producir esta crítica. En este sentido, recuperamos a Ernst Simon que solía decir en sus clases de la Universidad Hebrea de Jerusalén que la crítica sin solidaridad no tiene raíces y la solidaridad sin crítica carece de dirección. Así se hace plausible pensar una filosofía de la Relación ya que inaugura un mundo que no era y también lo realiza con otros, por eso la insistencia en lo que decía Simon porque tiene una dirección, sabe a quién apunta, y tiene sus raíces, conoce desde dónde parte. Por cierto, tanto Ernst Simon como Édouard Glissant tiene algo en común, al menos, en su léxico: la recurrencia en la tierra, en el mundo, en las raíces. El materialismo lingüístico viene a señalar un estado de cuestión de las cosas y, por tanto, a no olvidar el imperativo categórico de la crítica: hacer visible lo invisible (las zonas que antes no estaban, ahora lo están), leer lo negado (advertir el paso de la cultura entendida como Occidente y la naturalización de “lo oculto”) y el cuestionamiento al sentido común y, seamos más precisos, a la Doxa.

No obstante, el núcleo nodal del texto reposa en la reciprocidad de dos palabras que organizan la argumentación. Por un lado, como dijimos, la Relación que da título al libro y, por otro lado, lo decolonial. Porque una filosofía relacional no es necesariamente una filosofía decolonial, pero una filosofía decolonial sí lo es. Entonces, para establecer un pensamiento que sea la antítesis del colonialismo, debe relacionarse para des-lumbrar el mundo ya conocido y ocurre así porque el decolonialismo descree de todo poder organizado a partir de matanzas dado que se desprende de toda territorialidad dominada. Pero también habrá que detenerse en una parte constitucional del libro, el subtítulo. Porque si el título es la filosofía de la relación, el subtítulo es poesía en extensión. La filosofía, en Glissant, sirve como un acto inútil para pensar la realidad del mundo y su dominación; en cambio, la poesía se opone y extiende su halo en la utopía creadora de un mundo desconocido. En algún sentido, ya lo sabemos. Porque la poesía se diferencia del mundo, de su tiempo, de su aceleración; la poesía nos despierta, nos sacude, nos envía a otros tiempos para señalar que no es el destino al que apuntamos sino al camino. Hablar, leer y escribir es estar en el camino. Glissant —sin la candidez del poeta prematuro— señala que es el lenguajeo, esa es la palabra que utiliza, lo que lo lleva a relacionarse y lo que conforma a la poesía; el lenguajeo es el momento del registro de lo imaginario en que el lenguaje, institución del ser humano y de Dios, crea sus formas conductuales-comunales para incrementar la relacionalidad.
El último punto es el origen, el lugar donde inicia todo. Si la poesía es estar siempre en el camino, el inicio del Todo es en la palabra. El lenguajeo, la Palabra, el Verbo es donde inicia la filosofía de la Relación. Un origen no es necesario que sea verídico, pero sí que podamos volver a él a través del tiempo. Pero, recordemos una vez más, todo origen es mítico; en otras palabras, el mito debe tener el estatuto de verdad. Esta escritura nos conduce al objetivo de Édouard Glissant, ¿qué se propone la filosofía de la Relación? Por lo pronto, no eliminar lo colonial del mundo ni la territorialidad de la materialidad. Glissant busca desplazar la sombra de la Historia porque reemplazarlo significaría cambiar una totalidad por otra, cambiar una moral por otra, cambiar un jefe por otro. El ensayista aspira a cambiar la lógica, por un lado, para que todos los relatos fundacionales convivan unos con otros y, por otro lado, para dejarnos a nosotros la tarea de juzgar las violencias pasadas en torno a los sujetos ocultos y qué tierra queremos habitar. Si queremos habitar un espacio reducido con mucha oscuridad o una claridad mezclada con oscuridades. Porque la recomposición de la tierra y sus habitantes se realiza en forma gradual: primero vamos a ver poco, luego un poco más y, en lo último, el pensamiento territorial cristiano y su continuación secular moderna va a ser desplazada en su totalidad —totalidad con la cual se nos dominó.