El lenguaje de los animales
Interesada por los cruces entre experimentación científica, antropología cultural, psicología animal y epistemología, Vinciane Despret construye relatos donde la relación entre el ser humano y los animales se reconfigura.
GUADALUPE FERNÁNDEZ MOORS

Cuanto más conscientes somos de nuestra vulnerabilidad en cuanto individuos y en cuanto especie, y de nuestra interdependencia radical con el tejido de lo viviente, más sensibles nos volvemos a la presencia de “los demás seres no humanos”. Vivir en un lugar no es alojarse en él. Es entrelazar esos vínculos. Se trata de pertenecer a los lugares, en la misma medida en que estos nos pertenecen a nosotros. Es no ser indiferente a las cosas que nos rodean, es sentirse parte: a las personas, a los ambientes, a los campos, a los setos, a los bosques, a las casas. A tal planta que crece siempre en el mismo sitio, a tal animal al que nos acostumbramos a ver ahí, agazapado detrás de un árbol. Es estar en contacto, es decir, en sintonía con nuestros espacios.
En estos momentos, un cambio de percepción global atraviesa toda la época. Eso se advierte en la cantidad de vegetarianos y veganos que puede haber en la sociedad o el modo de trabajo de las asociaciones que luchan por el bienestar animal y los “derechos de los animales”. La militancia no implica, de hecho, la mera radicalidad: se puede pensar en gallinas libres de jaula para comprar los huevos o en carne vacuna que tenga otro tipo de producción que no sea simplemente la explotación feroz y la sanguinaria matanza permanente. Este modo de abrirse a los animales procede, en parte, del mundo científico: algunos de los nombres relevantes de este universo podrían ser el biólogo Marc Bekoff, los primatólogos Jane Goodall y Frans de Waal, quienes nos animan a bajarnos con decisión de nuestro pedestal cultural. Desde los límites de la ciencia, o un poco más allá, llegan también tentativas de acercamiento a los animales, como la “comunicación intuitiva” (un proceso similar al de la telepatía, pero sin este nombre, políticamente incorrecto). Aunque la ciencia clásica siga mostrándose reacia, un creciente número de personas en todo el mundo enseña y practica esta actividad, incluidas las procedentes del ámbito de la veterinaria. Se crea o no en él, este movimiento va en aumento y se une a las cosmogonías de numerosos pueblos, en cuyo seno no hay nada extraordinario en dirigirse a hermanos y hermanas no humanos.

En esta línea, otro nombre debería integrar también el grupo: el de Vinciane Despret, interesada por los cruces entre experimentación científica, antropología cultural, psicología animal y epistemología de las ciencias. Luego de varios libros donde desarrolla sus teorías e investigaciones, en su Autobiografía de un pulpo y otros relatos de anticipación (Consonni), Despret despliega una forma novedosa de escribir sobre ciencia: a partir de la ficción especulativa.

La filósofa belga (etóloga de etólogos) partió del canto de un mirlo para su libro Habitar como un pájaro. “Cuando lo oí –señaló– tomé el compromiso de hacer algún día algo con la experiencia que me había sido dada a vivir, sin saber en qué iba a convertirse. Lo que sabía es que había sido tocada por un animal de una manera muy intensa, y sentía que esa experiencia debía acompañarme, que algo debía cambiar en mi forma de escribir, de contar, que era necesario que eso me obligue a salir más todavía del marco de las convenciones académicas.” Una de las ideas más interesantes de Despret es su concepto de “conocimiento implicado” en el que sostiene que nuestra comprensión de los animales no es sólo una cuestión de hechos objetivos, sino que está profundamente influida por nuestras relaciones con ellos. Es decir, nuestro conocimiento de los animales no es nada más que una cuestión de observación científica, sino que está arraigado en nuestras experiencias y relaciones con ellos. Esta idea tiene importantes implicaciones para la forma en que entendemos y tratamos a los animales. Los animales no deberían pensarse como “objetos” de estudio para los científicos. Por eso, en lugar de tratarlos de ese modo, Despret sostiene que debemos reconocer su agencia y su capacidad para influir en el mundo que los rodea. Esta perspectiva reconoce que los animales son actores en sus propias vidas, y que su comportamiento está influenciado por factores más allá de la simple biología. En este sentido, la comunicación animal tampoco se puede entender como una transmisión de información, sino que debe entenderse en el contexto de la relación entre el animal y su entorno: los animales no solo “comunican” entre sí, sino que también interactúan con su entorno de maneras que son importantes para comprender su comportamiento. Autobiografía de un pulpo es una invitación a imaginar otra historia de la etología, otra ciencia del comportamiento animal. Para estas historias, Despret se apoya en la “terolingüística”, una importante disciplina científica del tercer milenio (Donna Haraway es una agitadora de la misma) que estudia las historias que los animales siguen escribiendo y contando, y contiene altas dosis de extrañamiento pero como toda literatura especulativa no tiene tanto de ficción. Este libro es una muestra de lo que Despret se empeña en defender por todos los medios creativos a su alcance: la posibilidad de una convivencia entre humanos y animales. Y el núcleo central será plantear la posibilidad de comunicación. Alguien podría traer a la memoria aquel relato de Ted Chiang en el que se basó la película La llegada (“Story of your life”): en la posibilidad de comunicarse está la clave para la convivencia. Como filósofa y así lo demuestra en estos relatos de Autobiografía de un pulpo, Despret logra sumergirse en la curiosidad, característica clave para la ciencia y para la filosofía. Tanto la filosofía, como la ciencia o la literatura, una y otra vez se hacen preguntas, plantean alternativas, desarrollan mundos e imaginan posibles relaciones que nadie esperaba.
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