Juana Bignozzi y la poesía ideológica

Cuando la poeta argentina publicó su libro Si alguien tiene que ser después, le dio a Jorge Fondebrider esta entrevista, cuyos fragmentos dedicados a la cuestión poética seleccionamos para celebrar la salida del ensayo biográfico Todo se une con la noche.

JORGE FONDEBRIDER


Considerando los puntos de vista ideológicos y políticos de los que venimos hablando, ¿cómo hacía para entenderse con Alejandra Pizarnik, Susana Thénon y Luisa Futoransky?

–Es que no me entendía, hablábamos de otras cosas, nuestra relación pasaba por la poesía. A mí ellas me trataban bien, aunque les parecía un ser exótico. Siempre pasaba lo mismo: estábamos charlando con Alejandra y, de pronto, yo miraba la hora y decía que me tenía que ir. “Debe tener que ir a hacer algo comunista”, decía ella y yo me reía y me iba. Insisto, nos leíamos poemitas, pero no hablábamos de cosas personales ni teníamos amigos en común. De vez en cuando yo la iba a buscar y la llevaba a comer. “Vamos a comer churrasco y ensalada”, le decía. “¿Y un huevo frito? ¿También me vas a pagar un huevo frito, Juanita?”, me retrucaba ella… Con Susana Thénon la relación era incluso más distante. Era la típica hija de un dirigente prestigioso del PC y eso era todavía peor que ser la hija de un anarquista. En cuanto a Luisa, se desperdigó mucho.

Me imagino que a esta altura del partido no tendrá problema…

–¿Qué problema voy a tener yo, con un pie en la tumba? 

… en decirme cómo considera la poesía que ellas escribieron.

–Alejandra no se merece este bastardeo al que la someten ahora y con el que logran que la gente joven no la lea.

¿A qué se refiere?

–A que la presentan como una poeta intocable a la que hay que estudiar de frente y de perfil. Por eso le sacan hasta el último diario y la última carta, la escrutan por todos lados. Digamos las cosas como son: es una buena poeta, que encarna muy bien la herencia de las vanguardias y que no refleja necesariamente la época en la que le tocó vivir. Tal vez por eso, más adelante la gente no la va a leer de la misma manera como es leída por la gente que ahora anda entre los 50 y los 60 años. Ese universo de noche, muerte y negritud refleja lo que una piensa en la adolescencia, pero a medida que avanza la vida todo eso se queda atrás. Y la verdad es que yo no sé si las muchachitas ahora sufren de las mismas cosas que se sufrían antes.

¿Y Susana Thénon?

–A mí siempre me pareció agradable lo que hacía, pero nunca pensé que fuera más que eso.  Tiene humor, pero mucha gracia no me hace.

¿Y Luisa Futoransky?

–Una lástima. Con todo lo que ha hecho, los lugares donde ha estado, la gente que conoció, a la edad que tenemos ya no debería estar escribiendo esa poesía tan llana, fácil y pegada a cierta vanguardia antigua que ella escribe.

Me sorprende que diga eso. Sobre todo porque usted ha hecho un culto de la transparencia.

–Sí, de lo transparente sí, pero no de lo llano. Yo quiero que lo que digo se entienda, pero no necesariamente que sea fácil de entender. Espero no escribir jamás poemas descriptivos. Alejandra se murió joven y no sabemos cómo habría seguido escribiendo. Susana murió pasados los 50 y ya le dije lo que yo pienso de lo que escribió. En el caso de Luisa, ha escrito narrativa, ensayo y poesía, lo que contribuyó a dispersar su obra. Por otra parte, hace vida de intelectual, algo que los poetas por lo general no hacemos. Yo, a diferencia de estas talentosas muchachas que me nombra, a través de los años he tratado de que siempre fuera claro que en toda vida hay sentimientos jerárquicos y otros que no lo son tanto. No todo lo que sentimos tiene importancia para la poesía. Muchas veces es mejor que nunca llegue al papel. 


Siempre que se habla de la poesía de los años sesenta, suele destacarse sobre todo la línea más combativa, aquella que, con significados muy explícitos, aludía a la realidad más inmediata y no dudaba en mezclarse con la política. ¿A qué lo atribuye? ¿No había otras líneas?

–Tiene razón. Da la impresión de que todo lo malo se hubiera agrupado para configurar una única cara de la poesía de los años sesenta, razón por la que los jóvenes sienten tanto rechazo por esa poesía populista, que se podría asimilar a las letras de los malos tangos. Y atenti: Juan Gelman nunca estuvo allí. Héctor Negro, que se ha dedicado al tango, creo que tampoco y eso lo ha salvado. Ellos, a diferencia de varios de mis compañeros del grupo El Pan Duro, nunca escribieron poemas oficinescos en los que se quejaran del jefe. Tampoco esa mala poesía política del tipo “yanquis hijos de puta, no pasarán” o “los pueblos están de pie”… No me haga acordar que me deprimo. Mire, si una decide ser poeta es para trabajar con la lengua de otra manera, ¿no? Porque si no, ¿cómo hace una para trasmitirle a la gente algo que la gente no vea? En la poesía tiene que haber algún misterio, algo que el poeta ve y que el público no ve. Y esto se lo digo yo, así que se dará cuenta de que descarto el esoterismo. Tenemos la obligación de revelar los misterios pero de una manera distinta de la que, por ejemplo, tiene el periodismo. 

Antes hablamos de otras líneas posibles en la poesía de los años sesenta que sólo ahora empiezan a ser percibidas. Pienso, por ejemplo, en gente que empezó a escribir en los sesenta como Juan José Saer o Juan Manuel Inchauspe, y que sólo más tarde empezaron a ser percibidos como poetas.

–Es cierto, en el caso de Saer, su gran narrativa opacó la poesía, pero es cierto que él ya escribía poesía en ese entonces y si sólo hubiera escrito poesía habría sido visto como un gran poeta. Inchauspe, en cambio, empezó a publicar después y muy poco. 


Noté que hizo una distinción al hablar de poesía política, dejando entrever que no es lo mismo que la poesía cargada de ideología.

–Es que la ideología es otra cosa. La política es la aplicación de una ideología. Dicho de otro modo, la política es apenas un camino. La ideología sobrevive a la política porque no siempre esta última expresa debidamente a la ideología y es necesario hacer correcciones, cambiar de dirección. Muchos poetas están cargados de ideología, pero carecen de practicidad política. 

¿Quién sería un poeta político?

–Los poetas rusos de la Revolución, el Neruda del poema a O’Higgins y a Prestes. También el turco Nazim Hikmet. Pero, a veces, grandes poetas se equivocan y escriben mala poesía política. Pienso en Raúl González Tuñón, que después de grandes libros como La calle del agujero en la media o Todos bailan tuvo veinte años de negrura (su poema a Stalin, que me perdonen, no se puede leer), hasta que al final de su vida volvió a ser el gran poeta con A la sombra de los barrios amados y Poemas para el atril de una pianola.

¿Cuál es la clave? 

–La circunstancia interior tiene coincidir con la circunstancia exterior. Si no, hay un cortorcircuito. Yo, por ejemplo, a pesar de lo que piense, no puedo a ponerme a escribir poemas a El Salvador o a Nicaragua. Mi poesía es ideológica, no política. Carezco del impulso que me permita ese tipo de poesía. 

Juana Bignozzi. Todo se une con la noche, de Vanina Colagiovanni (Gog y Magog)
Se trata de un ensayo biográfico sobre Juana Bignozzi y su obra, privilegiando la densidad temática de una vida tumultuosa en las ideas y una personalidad avasallante.

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