Los libros de la buena memoria

Consentimiento y política en la monumental investigación de Eduardo Luis Duhalde

Facundo Milman
Duhalde y Ortega Peña
(en la redacción de la revista Haroldo)


Hay libros que son escritos y nunca encuentran su publicación, hay otros que no se piensan como libros y se publican como tales. No obstante, hay otro caso: los libros que se pensaron como tales, pero por una u otra razón el escritor no llegó a publicarlo. Esos textos, que quizás nunca se pensó su realización en un proyecto, todavía tienen la posibilidad de ser publicados. El caso más claro y contundente es El libro de los pasajes de Walter Benjamin. Los manuscritos fueron guardados en la Biblioteca Nacional de Francia y ahí se conservaron, pero no pensemos en casos tan extremos; pensemos en otra alternativa, en una publicación en democracia pero para exponer a algunos de los asesinos de la última dictadura militar. Este es el caso de Asesinos sin fronteras: la CIA, el Batallón 601 de inteligencia y las operaciones internacionales del Estado Terrorista Argentino de Eduardo Luis Duhalde.

Lo que nos interesa es referirnos en cómo los asesinos, los represores, de la última dictadura militar intercedían y lograban establecer relaciones con Estados democráticos a cambio de diplomacias. El interés no es demostrar su método de accionar, sino más bien cómo los otros Estados consentían y autorizaban la perpetración a una población que buscaba recuperar la democracia.
En primer lugar, es interesante advertir ciertos elementos en la construcción del trabajo. Si bien la metodología asienta el humus de las investigaciones con respecto a los años venideros de la democracia, hay elementos constitutivos. Duhalde no se basa únicamente en libros e investigaciones, sino también en recortes periodísticos. Lo que opera en los recortes, y subrayemos la palabra porque se trata de volver a cortar un hecho fáctico, es el montaje. Pero no sólo el montaje de las notas periodísticas, sino también el montaje de los libros y las investigaciones. En efecto, así como Walter Benjamin lo hace en su enfrentamiento de opiniones en El libro de los pasajes, Duhalde lo hace en Asesinos sin fronteras. El montaje construye, edifica y, sobre todo, crea el modo de decir las cosas; el montaje hace a la enunciación del libro.
El consentimiento constante al gobierno de facto argentino por parte de los Estados Unidos de América e Israel a través de la CIA, el FBI y el Mossad fueron también lo que posibilitó la situación argentina. Por ejemplo, el gobierno de los Estados Unidos de turno no sólo autorizó, sino que también posibilitó la represión ilegal y masiva en la Argentina. De hecho, como puntualizó Esteban Pontoriero en esta entrevista, el rol en la venta de armas estadounidense fue disputada por Francia que intentaba equilibrar el dominio del mercado. Pero acá también tenemos añadir el objeto de análisis que nos aporta Eduardo Duhalde: las agencias de inteligencia.
Si indagamos en la CIA, podemos constatar varias cosas. El ex-agente Philip Agee escribió en su libro de memorias que “la tarea fundamental de la agencia era defender los intereses de todo tipo de EEUU en el resto del mundo, a cualquier precio”. Son declaraciones un tanto escandalosas pero no por su carácter de verdad, sino por quien las emite. Hay un caso un tanto singular en las relaciones por el armamento y negociaciones. Un hombre de la CIA, Gardner R. Hathaway, un agente lituano-estadounidense, trabajó en la negociación con los militantes y, para mayor precisión, con la Triple A. Hathaway proporcionaba no solo conexiones a la Triple A, sino también recomendaciones sobre cómo actuar en situaciones concretas. Por este trabajo, Hathaway es recompensado por la CIA con la dirección de Contrainteligencia. Lo interesante de su recorrido es que una persona pudo advertir quién era Hathaway por más trabajos de topo que él hiciera; sí, la persona desde la clandestinidad era el mismísimo Rodolfo Walsh que, en su histórica Carta a la Junta Militar, nombra a este agente. Utilizamos este caso solo para ilustrar una de las tantas relaciones con EEUU, pero nos sirve, desde ya, como mapa y para pensar el accionar de la CIA con respecto a las dictaduras militares y su consentimiento en América Latina.



Y si bien mencionamos a la CIA como representante de Estados Unidos, también debemos traer a su “hijo putativo” —tal cual puntualiza Duhalde. El Mossad es el servicio de inteligencia israelí. El primer director del Mossad, que también fue el primer PM israelí, David Ben-Gurion decía que “la inteligencia constituía la primera línea de defensa”. Claro, sólo hay que pensar en un Estado nacido en 1948. David Ben-Gurión, líder sionista que presidía el Partido de los Trabajadores de la Tierra de Israel (Mapai) —identificado con el socialismo democrático—, supo leer de forma rápida los sucesos históricos e hizo tal declaración por el contexto que lo rodeaba (junto a los países con los que pretendía convivir). La salida de Gran Bretaña del hasta entonces Protectorado de Palestina habilitó la creación del Estado de Israel, tras un acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Si tomamos las palabras del PM israelí, encontramos un sentido en las acciones llevadas a cabo por el Mossad —el secuestro, juicio y asesinato de Adolf Eichmann. El problema fue que se violó la autonomía y soberanía argentina con tal secuestro clandestino por parte de un Estado recién formado porque el Estado de Israel tenía sólo doce años. Por cierto, la “Operación Garibaldi”, tal como se conoció al secuestro y traslado hacia Israel de Eichmann, fue sustentada por Lothar Hermann, un antiguo prisionero del campo de concentración de Dachau. Pero también tenemos otra cosa en América Latina, el de Herbert Cukurs designado como “Operación Riga”. Se llevó a cabo en Uruguay y se lo mató en el acto. Cuando el Mossad termina el trabajo de asesinato, lo meten en un baúl de madera con tres candados y una nota que decía “condenado por sus crímenes”.
Hasta aquí, hemos subrayado las operaciones más famosas de Israel en el continente bajo dos de sus operaciones. Pero no tratamos el tema que nos acontece, la colaboración con la dictadura militar. Porque, de hecho, Israel a través del Mossad no solo colaboró con su padre político —EEUU—, sino también con la dictadura militar argentina y el Batallón 601. Fue un proveedor de armas a gran escala y de aviones. Al anoticiarse de esto los familiares judíos de jóvenes desaparecidos fueron a pedir explicaciones y responsabilidades ante la embajada de Israel. Una frase ha quedado en nuestra memoria de Renée Epelbaum: “nuestros hijos judíos puede que hayan sido asesinados por armas judías”. En efecto, Duhalde trae un testimonio clave donde sintetiza que la venta de armas no solo fue efectuada por Israel, sino también por el Primer Ministro israelí, Menájem Beguín (perteneciente al partido político Herut que luego sería el actual Likud). En teoría, la venta de armas israelíes permitía a los judíos escapar de la Argentina junto a su dinero hacia Israel sin que ellos intercedieran —vale subrayar el carácter antisemita de la dictadura militar. En conclusión: las familias judías no podían entender el desinterés y la indiferencia del Estado de Israel con respecto a judíos asesinados y desaparecidos. No es sorpresa indicar la agresividad con los que se los trataba en la Embajada de Israel cuando ellos pedían por ayuda y esclarecimiento sobre la situación de sus familiares. Se cuenta que uno de los funcionarios de la Embajada respondía en una ocasión que, ante el reclamo de un padre, ahora ellos —los familias de los judíos desaparecidos— descubrían que era judíos y no se los desapareció por judío. En otras palabras, se consentía la desaparición; se consentía el horror, pero no el accionar y la solidaridad con un semejante, un judío con el cual compartían destino y errancia.
De esta manera, tratamos de establecer un vínculo entre la última dictadura militar y dos servicios correspondencias a EEUU e Israel. No obstante, no deja de ser pertinente señalar que los itinerarios entre los padres e hijos políticos —entre EEUU e Israel— se cruzan en la Argentina y, precisamente, en esa coyuntura política: la represión militar. Porque los desaparecidos expresan la condición concreta en la que la última dictadura militar estableció su represión militar, que es la instrumentalización de la desaparición forzada de personas como método de terrorismo de Estado.