¿Preguntas?
El último ensayo filosófico de Matías Moscardi, en las huellas de Maurice Blanchot
Facundo Milman

En La conversación infinita, Maurice Blanchot escribe que la pregunta es el deseo del pensamiento porque, como nos recuerda Edmond Jabès a través de sus libros, la pregunta, y no la respuesta, es la que incendia el edificio del Saber. Esa es la diferencia entre la tarea del pensamiento y la actualidad del Saber: uno construye, el otro instituye en su “edificio”. Beatriz Viterbo editora publicó un ensayo filosófico un tanto llamativo, Las respuestas: 1779 preguntas de Matías Moscardi. El texto parece seguir la huella dejada por Blanchot y construida poéticamente por Jabès, pero en el género ensayístico. Es posible identificar una voz, una voz que marca un camino, y las preguntas junto a su imposibilidad: la posibilidad de construir un relato en torno a las preguntas o, para ser más preciso, si era posible hacer un relato de preguntas. Porque la respuesta es la decepción de la pregunta.

Deberíamos empezar con una verdad -de esas verdades kafkianas. La pregunta hace tambalear todo, el Todo. En el siglo pasado, Franz Rosenzweig sostenía que la muerte es el comienzo del Todo, la muerte daba sentido a la vida; acá, en un gesto similar, la pregunta hace perecer el Todo. Ese Todo se transforma, se disloca, se fragmenta. De un Todo pasa a ser un resto. Si, por un lado, la operación de lectura es similar, por otro, la pregunta encuentra su sentido a través de lo no-Todo o de lo no-totalizante. La cuestión queda dirimida en que si hay pregunta formulada, no hay una certeza pertinente. El texto de Moscardi no solo formula preguntas interesantes, preguntas que dan a pensar, sino que también el texto está construido como una pregunta: el texto es una pregunta. Así como hay textos que hacen a la pregunta, la pregunta hace al texto. La pregunta está estructurada como un lenguaje.
Sin embargo, el libro va más allá de la pregunta y el pensamiento. No sólo se posiciona como un producto del lenguaje, como un mapa lleno de signos, sino también como un objeto. Es algo que tendemos a olvidar: el libro no deja de ser un objeto. Pero, en este caso, es un objeto singular: contiene hojas llenas de colores (y preguntas). Las hojas cuando no tienen texto, es decir, cuando no contienen muchas preguntas y sí contienen un diseño gráfico; sí portan una pregunta, que puede ser central. Este es uno de los hechos más interesantes del libro, que las preguntas individualizadas en hojas al azar ya estaban anteriormente escritas en el texto. Por ende, las preguntas ya las habíamos leído. Las preguntas ya estaban, lo notamos en la repetición. Cabe interrogarse sobre la cuestión que nos acontece, ¿por qué repetir? ¿Por qué volver a hacer la misma pregunta? ¿Por qué individualizar? ¿Por qué apartar? ¿Por qué singularizar la pregunta? Por lo tanto, es interesante hacer un retorno a uno de los enunciados de Oscar Masotta a noventa y tres años de su nacimiento. Masotta decía algo que nos parece pertinente: pretendo repetir bien. Y acá la repetición hace síntoma, hace al síntoma ya que permite leer las preguntas y, en ese artificio, opera una lectura crítica. No obstante, el artificio nos lleva a una interrogación clave: ¿qué es o en qué se basa una lectura crítica de este libro? Para contestar esta pregunta y zanjar la cuestión, volvemos a Karl Marx: la crítica no es una pasión del cerebro, sino el cerebro de la pasión. De esa manera, podemos entender que una lectura crítica presupone la raíz central de la pasión porque cuestiona el sentido común.

Hasta ahora, planteamos algunas ideas en torno al libro y las preguntas. Pero todavía queda por reparar algo en el título: las respuestas. Es llamativo que esté titulado como las respuestas y no se encuentre en todo el texto una respuesta. Es un libro de preguntas. Sí, 1337 preguntas como detalla el título. Sin embargo, no hay en absoluto respuestas; hay preguntas, esa es la paradoja del libro. Es cierto, nos paramos sobre la tarea del pensamiento: plantear preguntas adecuadas y dar respuestas a sus propias perplejidades. Entonces quizás, y a modo de hipótesis, las preguntas contengan también su respuesta. En otras palabras, puede ser que las respuestas no estén escritas, pero sí estén contenidas en las mismas preguntas. Es, en este sentido, que nacemos como una pregunta. La pregunta cobra sentido en el nacimiento, con sus dolores de parto y sin cristalizar la dirección de un razonamiento, para luego plantear no sólo la interrogación, sino también y sobre todo la respuesta en nuestra interioridad.
De esta manera, la pregunta es la incendia el edificio; la pregunta es el deseo del pensamiento; la pregunta es la destrucción creadora de la tarea de pensar. Pero sólo el que tiene respuestas debe tener todavía preguntas. Porque si, por un lado, la respuesta es la decepción de la pregunta, por otro lado, la pregunta planteada está para no ser nunca resuelta. Para no ser respondida. La tradición rabínica nos enseña, en una vieja historia, que la pregunta puede ser revertida e intensificada en su forma. Un talmudista cuenta que se le acercó una persona no judía y le preguntó: maestro, ¿por qué los judíos siempre responden a las preguntas con otra pregunta? Y este rabino le responde: ¿por qué no? Puede ser que esta sea la verdad del libro de Moscardi, que las preguntas sean respondidas con otras preguntas, pero sólo nos queda insistir en la pregunta a través del tiempo porque experimentar su formulación es lo que nos emancipa en la época; que la pregunta cobre forma, tome nuevos sentidos y podamos reformularla. La pregunta, y sólo la pregunta, tiene la respuesta.