El origen del mito
La lectura psicoanalítica de los mitos griegos es clave en este trabajo fundamental de Karl Kerényi, Los dioses de los griegos.
MARINA WARSCHAVER

El mito, se dice, es un poco de poesía. ¿Qué se quiere decir con esto?, se preguntaba Walter Otto en su libro Dioniso: mito y culto. ¿Que surge de un capricho, de una fantasía? Nada de eso. La auténtica poesía nunca es arbitraria y el filólogo sabe muy bien que los poetas de la Antigüedad invocaban a los dioses para que los alumbrasen con el espíritu de la verdad. Pero esta verdad no ha de ser la de la fe religiosa, sino una supuesta verdad artística, a la que solo las grandes personalidades poéticas habrían conferido un sentido más serio gracias a sus propias ideas.
Sabemos que nuestra mitología clásica viene de la antigua Grecia, y la hemos heredado, desligada ya de la religión, a través de una compleja tradición literaria de muchos siglos. Nos ha llegado a través de los textos conservados de la antigua literatura griega y de la latina (en gran medida traducción de la helénica), y luego de sus ecos y reflejos en las diversas tradiciones literarias europeas. A partir de esos textos antiguos, se funda la literatura occidental, que se erige en base a esos relatos épicos de dos grandes poetas, Homero y Hesíodo. Con sus poemas empieza nuestro conocimiento de la mitología helénica. De todos modos es evidente que los mitos surgieron bastante antes, y se transmitieron as primeroí en forma oral, pero a nosotros nos llegaron solo los versos escritos y en el género literario de la épica. Vale recordar que que fue algo antes, en esa época, cuando se introdujo en Grecia la escritura alfabética, derivada de la fenicia, y ese gran proceso permitió que ambos, Homero y Hesíodo, compusieran esos admirables poemas fijando por escrito los mitos de una tradición oral poética de siglos. Heródoto, en un famoso pasaje de su Historia, lo recordaba así:
Ellos son los que crearon poéticamente una teogonía
para los griegos, dando a los dioses sus epítetos habituales, distribuyendo
sus honores y sus competencias y perfilando sus figuras.
Según Heródoto, Homero y Hesíodo habían fijado en sus poemas los trazos característicos de los grandes dioses, precisando sus figuras y sus atributos. La forma que tenían de componer sus poemas era a partir de otros poemas anteriores que se sabían de corrido, compuestos mediante una técnica oral tradicional que permitía conservar en la memoria cientos y cientos de versos y relatos heroicos. Con esa técnica memorística crearon grandes poemas épicos, que evocaban el mundo ordenado de los dioses y proclamaban sus nombres y dominios, dando noticia perdurable y bien fijada de las historias de dioses y héroes del panteón helénico tradicional.

A Hesíodo lo caracteriza ese empeño de ordenar en un conjunto y con una estructura genealógica muy bien definida el repertorio de seres divinos desde los orígenes y dentro del universo politeísta. Desde el caos anterior a la existencia de los dioses primigenios hasta el mundo definitivamente ordenado bajo el dominio de Zeus, va desplegando el relato en su Teogonía (un título muy claro, que significa El origen de los dioses). También los llamados Himnos homéricos (colección de unos treinta himnos y proemios que enlazan con el culto de varios dioses) tienen su peculiar perspectiva didáctica, al celebrar y cantar los aspectos y gestas singulares de tal o cual figura divina.
Homero, en cambio, ha situado a los dioses en el trasfondo o la trastienda de las gestas heroicas, realizadas por magníficos mortales en una época mitológica algo posterior, el tiempo de los héroes, una generación ya alejada de los orígenes del mundo.
El empeño didáctico y el estilo austero de Hesíodo, en contraste con la narración dramatizada de Homero y de algunas escenas en los Himnos, no es una garantía de su mayor antigüedad, sino ante todo una característica de su visión del poeta como sabio “maestro de verdad”. Y en ese sentido se explica que algunos estudiosos lo presenten como un precursor de los filósofos posteriores, por su perspectiva ordenada del universo mítico y su representación del proceso genealógico que avanza desde el caos al cosmos.
La lectura psicoanalítica de los mitos será esencial con el tiempo. Y allí se ubica el libro de Karl Kerényi, Los dioses de los griegos. Kerényi (1897-1973) parte con Walter Otto a la búsqueda del Ser de los dioses, y de hecho sus obras se entrecruzarán en múltiples lugares, pero sus caminos metodológicos son, sin embargo, divergentes. Si Otto se viste de teólogo para recibir al Ser a través de una revelación divina, Kerényi opta por ponerse los hábitos del fenomenólogo y el psicoanalista, rastreando el Ser en los “arquetipos del inconsciente”.
Karl Kerényi empezó trabajando en su Hungría natal dentro del marco de la filología clásica, dominada en su tiempo por el modelo germano cuyo máximo representante fue Wilamowitz. Pero su maduración intelectual derivó en los años veinte y treintahacia la perspectiva fenomenológica. En este trayecto intelectual es clave el contacto con Otto, a quien conoce a finales de la década de los veinte, y que lo integra en el “círculo de Fráncfort”. Es fundamental asimismo su lectura de Nietzsche y de la polémica en torno al Nacimiento de la tragedia, en donde se posiciona frente a la Filología “cientifista” y “autoritaria” de Wilamowitz, a favor de una Filología que define como “existencial”, con la que pretende recuperar las raíces humanistas de los estudios clásicos. Entre algunos de los detalle sde su lectura, pone en duda el carácter únicamente “apolíneo” de la cultura griega, concibiendo al espíritu heleno, en la línea de Otto, como intrínsecamente dual: existencialmente entre el ser y el no ser.

En los años cuarenta, cuando Hungría entra en la órbita de la Alemania nazi, Kerényi pierde su puesto en la universidad de Pécs, y en 1944, con la ocupación alemana efectiva del país, se ve obligado a refugiarse en Suiza. Es aquí donde entra en contacto con Carl Jung y se integra en el círculo Eranos.
Jung prolonga y amplifica los estudios de la religión y el mito de la escuela psicoanalítica, cultivados por su propio fundador y por discípulos suyos como Otto Rank. Hemos visto el ejemplo de la aplicación del concepto de libido al estudio de la religión griega en el Epilegomena de Jane Harrison, que se quedaba en un terreno teórico y difuso. Para Jung, la mitología encuentra su ámbito de inteligibilidad en el sustrato psíquico primitivo, común a todos los seres humanos, denominado “inconsciente colectivo”. Los mitos son situados en el mundo de los símbolos del inconsciente, en el que se entrelazan fenómenos culturales con fenómenos psíquicos individuales (sueños, visiones, inspiración poética, alucinaciones, patologías). Esta teoría crea un espacio de inteligibilidad para los fenómenos religiosos, que se enraízan así en un terreno “objetivo”: la realidad psíquica del inconsciente colectivo. Esta realidad se rige por unas pautas diferentes a las del pensamiento racional –que es el pensamiento que Jung llama pensamiento “dirigido”–, por lo que se denomina pensamiento “onírico-fantasioso”, y en él se anudan el pensamiento onírico, el infantil, y el mitológico. Desde esta teoría se articula una metodología para el estudio del mito que será muy influyente en la obra de madurez de Kerényi y en la que es clave Los dioses de los griegos.