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¿Cuánto tiempo te dedicas a pensar? - WhR - Cuaderno Waldhuter

¿Cuánto tiempo te dedicas a pensar?

El 3 de febrero de 1909 murió en Londres Simone Weil, una de las filósofas más importantes del siglo XX cuyo pensamiento es radical e inquietante. Aquí, unos apuntes de Robert Zaretsky sobre su figura.

ROBERT ZARETSKY

¿Cuánto tiempo al día dedicas a pensar?
Simone Weil

Hace más de tres cuartos de siglo, el 26 de agosto de 1943, en el sanatorio de Grosvenor, un inmenso edificio victoriano en Ashford a unos cincuenta kilómetros al sureste de Londres, el forense terminó el examen de una paciente que había muerto dos días antes. La causa de la muerte, escribió, fue «un paro cardíaco por la degeneración muscular del miocardio como consecuencia de la inanición y una tuberculosis pulmonar». Pero la evaluación clínica pasa entonces a lo que parece ser un juicio moral: «La fallecida se provocó la muerte dejando de comer mientras perdía el equilibrio mental».

Enterraron el cuerpo en un cementerio de Ashford. En una sencilla placa sobre la tumba se puede leer su nombre y dos fechas:

Simone Weil

3 de febrero de 1909

24 de agosto de 1943

Desde entonces, la tumba de Weil, cuya ubicación aparece destacada en el mapa del cementerio, ha sido uno de los lugares más visitados en Ashford por los turistas. Una segunda losa de mármol recibe a los visitantes y explica que Weil se había «unido al gobierno provisional de Francia en Londres» y que su «obra la sitúa como una de las filósofas contemporáneas más importantes».

Solo una tumba puede ser tan concisa y el mejor ejemplo es la de Simone Weil. Entre sus biógrafos es todo un ritual explicar su vida a través un puñado de contradicciones: una anarquista que abrazó ideas conservadoras, una pacifista que luchó en la Guerra civil española, una santa que rechazó ser bautizada, una mística que participó en los movimientos obreros, una judía francesa que fue enterrada en la zona católica de un cementerio inglés, una profesora que no creía en las respuestas y el más voluntarioso de los individuos que abogaba por la disolución del yo. Son algunas de las paradojas que encarnó Weil, pero conviene verlas, no tanto como inconsistencias en su vida y en su obra, aunque a veces no sean otra cosa, sino como invitaciones a reflexionar desde dos lugares al mismo tiempo. En sus cuadernos, escribió que «el método filosófico consiste en abordar problemas irresolubles aceptando que no tienen solución y después limitarse a contemplarlos, fijamente y sin descanso, año tras año, sin esperanza, pacientemente». En este sentido, Weil concluye: «Filósofos hay pocos. Y aun esos pocos son difíciles de reconocer». No es sorprendente que tuviera una visión tan rigurosa de cuál es la tarea del filósofo. Se trata, declaró, «de una mera cuestión de acción y práctica». Esa es la razón, pensaba, de que sea tan difícil escribir sobre filosofía (que era parecido, dijo, a escribir «un tratado sobre jugar al tenis o correr»), pero es también la razón por la que las contradicciones definieron su vida. Estas demuestran las tensiones ineludibles de alguien que dedicó tanto esfuerzo en armonizar las ideas y la praxis: un esfuerzo que tenía que fracasar tarde o temprano.

Pero, a la vez, es el esfuerzo que hizo para vencer sus contradicciones tanto como la naturaleza de las ideas que inspiraron sus acciones, lo que sigue siendo hoy digno de nuestra atención. De hecho, su insistencia en aceptar las consecuencias de una verdad dada no era menos que su insistencia en adecuar sus ideas a sus actos. Sus alumnos la escucharon a menudo afirmar que no podía comprometerse ni consigo misma ni con los demás. De ahí que no podamos estar mucho tiempo en su severa compañía sin sentir un agudo desasosiego. Es tal y como debería ser. De una forma muy poco común en nuestra época (y, en realidad, en cualquiera) Simone Weil habitó plenamente su filosofía.

Simone Weil sigue siendo un «caso dudoso», en palabras tomadas del informe forense sobre la muerte de un sacerdote jesuita en la novela de Albert Camus, La peste. Para Weil, la muerte no era ni el medio ni el fin de la filosofía, sino una de las consecuencias posibles de hacerla; al menos, cuando entendemos la filosofía como una forma de vida y no como una disciplina académica. Como señaló el filósofo contemporáneo Costica Bradatan: «Filosofar no consiste en pensar, hablar o escribir… sino en poner tu cuerpo en juego» Como Sócrates y Séneca, Baruch Spinoza y Jan Patocka, Weil nos obliga a recordar no solo el precio de la vida filosófica, sino también su objetivo. Sé que pocos de entre nosotros podrían exigirse tanto. Como escribió Stanley Cavell, Weil fue un caso excepcional en su rechazo a ser «desviada» de la realidad de la vida, pero esa incapacidad para ser «desviado» es un don, o una maldición, que la mayoría rechazaría con gusto. Así es y quizás así es como debe ser.

Este es un fragmento del libro La subversiva Simone Weil. Una vida en cinco ideas, de Robert Zaretsky, publicado por Melusina.

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