Una palabra resuena

Actas de reflexión en la Escuela Freudiana de Buenos Aires.

Facundo Milman


Hay jornadas y hay ponencias, hay conversatorios y hay puestas en escena. No obstante, el libro del cual tratamos de escribir trata sobre ambos: conversatorios, jornadas, ponencias, puestas en escena. No es lo uno o lo otro, es lo uno y lo otro; esa “y” indica algo aún mayor: la intersección entre ambos o, de otra manera, de una conjunción. Porque realizaron unas jornadas y de la grabación-desgrabación de las mismas surgió esta serie de textualidades: El pase y la escuela de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Y si bien el libro contiene varios intercambios, me gustaría quedarme con dos: el Pase y las reflexiones alrededor del Padre. Pero, antes que nada, voy a subrayar algo en particular: se trata de una desgrabación, se trata de una palabra dicha, que luego se lleva a un papel, a una Letra, a una detención en la lectura. Porque no es lo mismo escuchar que leer, no es lo mismo advertir el modo en que se dice algo que leerlo detenidamente, hay mediaciones. Podríamos decirlo de otro modo: hay mediaciones como las que Theodor Adorno pedía a Walter Benjamin en su famoso artículo La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica o en El libro de los pasajes. Mediaciones hegelianas, mediaciones marxianas y, en este caso, mediaciones psicoanalíticas o producto de los psicoanálisis que se ponen en juego durante todo el libro.

Lo primero en donde me quiero detener es en lo ya señalado: de la grabación a la desgrabación; de la Voz a la Letra; de lo escuchado a lo leído; de lo percibido a lo que se está por producir. Porque, por un lado, no es la misma operación escuchar que leer y, por otro lado, los lectores y los analistas leemos. Sí, leemos un sueño como leemos un texto: “Un sueño que no se interpreta es como una carta que no se lee”, dice el Talmud en el tratado de Berajot —de bendiciones— 55a. Desde la sabiduría talmúdica, sabiduría que termina de compilarse en el siglo V, ya se establece un paralelismo: el paralelismo entre la lectura y la interpretación, y esa similitud se debe a un punto nodal, en el sentido a producir. No hay nada un saber consabido, no hay algo preparado de antemano, no hay un sentido que esté desde antes. Todo se produce en el momento, se produce como un acontecimiento, porque se produce un nuevo material. Entre el sueño que se olvida y la letra que no se lee, hay un sobre-cuerpo. Lo que quiere decir: hay un cuerpo que olvida y un cuerpo que no lee, un cuerpo que recuerda y un cuerpo que lee. ¿Qué es y qué hace el sobre-cuerpo? Es la acumulación, compilación y el cúmulo de cuerpos que lo habitan a uno. Porque, sobre todo, ¿qué pasa con lo olvidado y lo que no se lee? Queda perdido, queda como pérdida. Entonces cuando pienso en pérdida, también aparece la falta y me veo redirigido a Noé Jitrik que llamaba cultura popular al encuentro entre pérdida y falta. No sé si el psicoanálisis sea parte de la llamada cultura popular, pero sí el sueño: un encuentro intersticial entre la pérdida del recuerdo y la falta de algo que soñamos —aunque nunca se concrete.
Sin embargo, no quiero dejar de volver al problema inicial de la interpretación ya que si hay algo que une a la interpretación, es el sueño. Seamos más precisos: lo que une a la interpretación con el sueño es La interpretación de los sueños (1899) de Sigmund Freud. Un dato que funciona como anécdota: Freud, en una nota al pie de la edición en alemán, cita el libro Pitrón Jalomot (1848) —que su traducción directa sería Interpretación del sueño en hebreo. El libro se publica por primera vez bajo el título de Mefasher Jalmin y consiste en una presentación sistematizada de la simbología onírica del Talmud, el libro es del rabino Shlomo Almoli, y es un libro publicado por primera vez en el año 1515. Vuelvo al argumento principal, ¿qué pasa entre lo escuchado y lo leído? Lo que ocurre entre ambos es la pérdida, lo que ocurre es que hay una traducción y también hay una interpretación. No puede quedar igual. Aparece, de un modo u otro, la llamada función paterna (en torno al Padre y al Pase): entre lo que se pierde y lo que se interpreta; esa es la verdad del asunto, ir más allá de lo posible desde la propia limitación. El otro punto que suscita atención para señalar es la confianza porque, tanto en la escucha de un sueño como en la lectura de un texto, lo que media es la confianza. Dar a escuchar como dar a leer significa que dejo al otro, un otro psicoanalista y/o lector, el lugar de una intervención con la cual pueda escribir su interpretación. En otras palabras, donar algo a otro es también achicar el propio narcisismo y apartarse para que el otro pueda asumir su inscripción en este cuerpo que compartimos. Digo dar a escuchar y dar leer, pero también funciona dar a escribir. Porque, en este sentido, dar algo de lo propio a otro es arriesgarse. Cuando yo le doy algo a otro también le otorgo la capacidad de destruirme. Así ocurre en el amor, pero también cuando dono algo. Sea un escrito, un sueño o algo para leer. Porque no habría sociedad si no hubiera confianza en el otro, si no hubiera fe en la otra persona.
En un segundo, pero también un tercer punto pienso en las intervenciones de las mesas en torno al Pase y al Padre porque creo que pueden ser leídas a la par —aunque ya fueron abordadas de otra manera porque esto no deja de ser variaciones sobre lo mismo. ¿Qué hay detrás del Pase y la matanza del Padre? ¿Qué enlaza lo uno con lo otro? ¿Qué puede haber entre uno -que es de orden institucional organizativo- y otro (que es de orden institucional familiar)? Entre el Pase y el Padre, la reinvención. El Pase es la reinvención y la muerte del Padre (o triunfar sobre la arena que supone la muerte del Padre) es reinventarse a uno mismo. ¿Qué clase de ficciones influyen sobre uno primero como lector de psicoanálisis y luego como hijo (que también puede ser padre)? Quizás esa sea la pregunta que podríamos hacernos. Porque es la pregunta, la experiencia de sostener la pregunta, la que puede emanciparnos de nuestra situación actual. En ambos casos se trata de una recuperación de tradiciones, una de la Escuela y otra de la familia —aunque también sea la razón para su superación y también, por qué no, para la conformación de una nueva. Si seguimos su raíz etimológica, también lo podemos decir de otra forma: no solo es tradición, sino que también es su traición. Es decir que, de nuevo, estamos ante la confianza: la confianza de no ser traicionados y, al contrario, de reivindicar a las tradiciones. Ambas tradiciones, como el Pase y el Padre, se valen de lo mismo: de una palabra. Por lo tanto, se trata de errar por el “desierto” de la vida o, desde ya, de las instituciones para recuperar esa palabra perdida y en falta por la contingencia de las experiencias. Si bien la palabra Pase como Padre puede ocupar un significante flotante y fluctuante, es un signo arrojado y promesa por cumplirse en el futuro. Sin embargo, cada persona tiene un trabajo por hacer —que también conlleva un duelo sobre el cual trabajar lo trabajado— que se repite incesantemente en la vida: recuperar al Pase como pasante y luego como pasador para reinventarse a sí mismo de las formas y los modos que sean; recuperar al Padre bajo sus formas múltiples: del odio a la pasión, de la desesperación a la felicidad, del olvido a la educación, de la muerte al amor y, todavía más, de la pulsión de muerte hacia la pulsión de vida. Esa es una de las pulsiones que nos hace sobrevivir porque el transcurso de la vida alterna entre la palabra y la razón; entre la muerte y el trabajo de duelo; pero, por sobre todas las cosas, entre la fundación (de un Padre, de un Pase y de una interpretación) y su reinvención para la vida.