Hijo de este tiempo

Klaus Mann publicó su autobiografía a los 25 años. Allí rememora su vida y retrata la vida cotidiana en Alemania durante la Primera Guerra Mundial y la República de Weimar.

Klaus Mann


Hijo de este tiempo se publicó por primera vez en 1932. En esa época Klaus Mann tenía tan sólo veinticinco años y había decidido emprender la tarea de rememorar su infancia y su juventud donde paralelamente se retrata la vida cotidiana en Alemania durante la Primera Guerra Mundial y la República de Weimar. A continuación compartimos el prefacio donde el joven hijo de Thomas Mann justifica el desafío.

Si acometo la empresa de escribir algo así como la «historia de mi infancia», en modo alguno es porque tenga la osadía de considerar llamativa e interesante precisamente la historia de mi infancia, sino única y exclusivamente porque me parece digna de contarse la historia de una infancia cuyos primeros ocho años precedieron al estallido de la Gran Guerra, de tal modo que la revolución nos pilló con doce años, y la inflación con dieciséis y diecisiete.

No cabe olvidar, antes aún que las circunstancias histórico-políticas de esa juventud, las sociológicas. ¿Somos hijos del capitalismo tardío, los últimos retoños malcriados de una burguesía altamente intelectualizada? Nuestra niñez, todavía bastante protegida de puertas afuera, se vio, en su profundo interior, de tal modo arrastrada por las anómalas y espantosas circunstancias de su tiempo que se volvió más incierta, más amenazada de lo que normalmente se supone que lo están las «infancias burguesas». Su historia podría por tanto, en última instancia, constituir una pequeña y modesta aportación a la gigantesca historia de la crisis de la burguesía, en medio de la cual nos encontramos, como es sabido, desde hace quince años. Si tanto mi padre como mi madre procedían aún de un ambiente —en sentido sociológico— puramente capitalista (por distintas que fueran en todos los demás sentidos la casa de los comerciantes de Lübeck y la de los eruditos de Múnich), está claro que las formas de vida en las que nosotros crecimos ya no eran en modo alguno puramente burguesas. Durante unos cuantos años, no tuvimos casi nada que comer y nada que ponernos: esto es importante, porque en este terreno ya no podía ocurrir nada que nos resultase nuevo e insufrible. Más importante es que nos faltó aquel suelo firme bajo los pies que nuestros padres aún habían tenido. Tanto desde el punto de vista moral como desde el económico, no tuvimos nada con lo que contar. No había forma de construir sobre ningún presupuesto ético ni sobre los intereses de patrimonio alguno.
Este fragmento de mis recuerdos se interrumpe en el instante en que, según todos los indicios, me convierto en adulto (en otoño del año 1924). En ese momento empezarían las «memorias», es decir, una mirada privada hacia el pasado; porque con el arranque de esa nueva hora todo lo que en mi vida ha sido más que «privado» tenía forzosamente que afluir a aquello que intentaba escribir. Aquí sólo he querido trazar los caminos, directos y extraviados, que me llevaron hasta ese punto de la edad adulta; me parecían —aunque condicionados por circunstancias personalísimas e irrepetibles— lo suficientemente característicos de la época que fue su gran telón de fondo. No obstante, se me antoja que incluso el escritor del anhelado Estado colectivo sólo será capaz de decir algo en nombre de la generalidad si sabe tomar lo particular como ejemplo y parábola. Nuestro objetivo no es la superación del individualismo, sino la inserción de la conciencia individual en una más amplia, más colectiva. Los escritores, incorregibles, jamás dejarán de hablar de sí mismos, pero se sabrán parte de un todo cuando parezcan recogerse en lo más privado de sí mismos.

Recordar siempre es útil, nunca se es lo bastante joven para hacerlo. Arrojando luz sobre lo que ha pasado, se podría incluso aprender algo acerca del oculto futuro. Nos mostraremos más dignos y a la altura de los cambios de la historia universal —hacia los que avanzamos más o menos aprisa y a los que saludamos llenos de fe— si aclaramos nuestros orígenes que si, en el clima de pánico de la marcha hacia ellos, destruimos todo lo que ha quedado a nuestras espaldas.