Restos nocturnos
En Un poco demasiado. Notas sobre el chantaje del presente, su más reciente libro, el crítico Maximiliano Crespi propone una lectura despiadada de la autoficción contemporánea.
VALENTÍN DÍAZ

Ejemplo
Una pregunta, incluso una acusación, que un lector apresurado podría hacer ante Un poco demasiado. Notas sobre el chantaje del presente, el más reciente libro de Maximiliano Crespi, es por qué faltan aquí los ejemplos, los casos, los nombres propios –por qué un libro que emerge de la lectura de la literatura argentina del presente no nombra uno solo de sus textos o autores. Pero esa pregunta revelaría una falla en la determinación de la índole del libro. El nombre propio sustraído es, precisamente, la última reserva de una crítica que, agónica, demuestra que aún dura y que la “época crepuscular” que describe es en realidad el terreno más fértil para su supervivencia e incluso su reinvención.
Dar nombres, citar casos sería un error metodológico según los principios que Un poco demasiado se impone, porque ante un corpus hay al menos dos movimientos posibles: está el crítico que al vacilar entre la inducción y la deducción cree alcanzar la sofisticación del pensamiento y se cree casi en contacto con la ciencia. Sabe que ante algún comité evaluador podría demostrar que sopesó con rigor ambas alternativas y por fin se decidió por esa o aquella relación entre los casos y el todo. El otro crítico, una especie en extinción de la que felizmente participa el autor de Un poco demasiado, sabe que evitar esa falsa alternativa es la única salida, sobre todo cuando de literatura contemporánea se trata. La verdad crítica emerge aquí en cambio de una tensión entre el concepto y unas determinadas condiciones que sí encuentra sus nombres: “autoficción”, “chantaje”, “culpa”, “tolerancia”, “canalla”, “almas bellas”, unidades de sentido de diverso tipo (suspendidas entre la descripción y la sentencia) gracias a las cuales se hace hablar a una época.
Pero hay también una razón menos metodológica que mimética (aunque sea por la negativa) para obliterar la tentación del ejemplo, el caso emblemático, el extremo ilustrativo: es la literatura del nombre propio, la que hace del propio nombre su pasión, la que este libro denuncia. Por eso el objeto de indagación no son esos autores, esas obras (el libro traiciona también la expectativa de una forma de crítica correlativa que participa del mismo chantaje y que pide lectores que vayan a buscar qué dice sobre tal o cual). Es una lógica de producción de discursos. La lista de ejemplos se calla porque no sería otra cosa que una lista de víctimas. Y la crítica, lejos de salvarse como territorio que miraría azorado “las patéticas manifestaciones” literarias de “ocasión narcisista”, es, en este relato de la caída, una parte necesaria: no tanto un cómplice cuanto un incitador, dispuesto a sacrificarse para decir lo que está a la vista y nadie dice –por eso Un poco demasiado aparece como el corolario extremo de un modo de crítica que en Los infames. La literatura de derecha explicada a los niños (2015) y en Tres realismos. Literatura argentina del siglo 21 (2020) aún se apoyaba en la necesidad de infamar, caso por caso, para sostener un mismo proyecto: “comprender qué literatura hace la derecha y qué literatura hace la izquierda”, que en este libro se desplaza a las condiciones últimas de esa necesidad estético-política.
Edades
En Un poco demasiado, la caracterización del presente establece (a partir de las hipótesis de María Moreno y Daniel Link) al menos dos edades del yo en nuestra literatura: una primera época de las “escrituras del yo”, época de “frívola honestidad”, sucedida por su forma contemporánea, “que se vuelve extorsiva al operar moralmente sobre las conciencias de sus lectores”: “antes se escribía incluso desde la frivolidad, ahora se escribe tan sólo desde el chantaje”. Pero el tiempo de la auténtica crítica nunca coincide con el del presente (en su forma degradada, periodística), por eso son la arqueología y la profecía los extremos que guían la preocupación de este libro. Es decir, el tiempo de esta crítica es probablemente su dimensión más compleja: ¿desde qué tiempo se puede sostener una resistencia a la tendencia, a las condiciones de escritura, a lo que se va fijando como irremediable? No es lo retardatario, la mera nostalgia la posición que Crespi elige: se trata, en cambio, de la tensión extrema entre lo arcaico (por ejemplo: la resonancia puramente contemporánea de un repertorio de conceptos de la crítica materialista dialéctica y sus fuentes filosóficas: pequeña-burguesía, reificación, lucha de clases, etc.) y lo futuro como resultado de esa demolición.

Rapsodia y materialismo
El gesto crítico de Un poco demasiado se resuelve en la disposición, en las “notas”: el arte del fragmento que si por un lado conduce a la pregunta por su legibilidad (el desorden, el azar), también conduce a la de su origen: cómo habrán sido escritos estos fragmentos, notas, subrayados. Cómo habrá decidido el autor construir la serie. De qué manera avanza el razonamiento. Cuántos tonos aloja. Cuándo habrá escrito los fragmentos más cortos y afirmativos que, en su aparición periódica, cierran unidades de reflexión.
El gesto rapsódico es el sostén de una crítica que, si en su apuesta máxima concibe un proyecto: trazar una historia del materialismo desviado para inscribir, como salvación, la crítica, aún, en esa tradición –una historia del materialismo que se pone al servicio de una “filología futura, materialista y especulativa”–, en su dimensión mínima lo que ofrece es aquello que emerge de la noche del trabajo (se lee, en estos fragmentos, esa condición de enunciación), del momento en el que el crítico ya lo absorbió todo, ya se quemó los ojos y al borde del agotamiento, consuma la jornada con una cita, una conclusión, un corolario. Restos nocturnos de aquella verdad que no se pudo incluir (por autopreservación, por pudor, porque se iba de tema o se pasaba de rosca) en el ensayo o la ponencia, pero que no puede prescindir de ellos.
Nombres
La continuidad de los fragmentos, sin embargo, es escenario de desfile de decenas nombres propios. Lo que se nombra es una tradición crítica y una tradición literaria del siglo pasado y comienzos de éste que funcionan como garantes de la legibilidad de lo actual. No se busca allí una edad de oro sino una posibilidad de restitución de la historicidad del presente: qué pasa con esos conceptos, esas posiciones, si se las pone a prueba en el presente, un tiempo que desconoce con indolencia las condiciones que hicieron posible la emergencia de aquellas obras. Cómo suena el rigor borderline de Kraus, Brecht o Klemperer ante las obritas del yo. Pero en esa desproporción se juega la resistencia de Crespi, que no se resigna al cinismo de una crítica que escribe en el día después del fin y busca (entre la piedad y la pereza) un resto, un todavía, o peor, se sobreadapta a condiciones que secretamente sabe decadentes y celebra con la misma desproporción que, en realidad, debería conducir a una denuncia como ésta.
Mañana
Por eso el tiempo de esta crítica podría confundirse con el de un terror futuro: qué habrá de ocurrir cuando la literatura no sea ni siquiera el recuerdo que es hoy. Y si bien ese terror recorre el libro, lo hace en nombre de un futuro que pueda surgir de las cenizas de un presente que reclama su demolición:
A ese destino aciago sólo se escapa con un movimiento imprevisto a un casillero no desarrollado. La literatura —o lo que sea que eventualmente pudiera hacer emerger la materialidad de la letra— encontrará la forma de realizarse aun cuando el futuro se obstinara en dictaminar su imposibilidad. La imaginación se abre paso tarde o temprano. Y su cauce es tal que desborda el orden, la consistencia y el rictus solemne de la paz cultural. Pero la imaginación ocurre siempre al margen del cálculo y la premeditación de sus efectos. Por eso es un signo de idiotez tanto confundirla o circunscribirla únicamente a la forma histórica que lleva el nombre de Literatura como agenciarla a un determinado campo de objetos y/o tipo de experiencias.
Experiencia
Una inquietud, sin embargo, me acompaña en la lectura de este libro. ¿Por qué el exceso? Y lo cierto es que una forma de sinceridad última es la pasión que da sentido a estas páginas llenas de furia: “escribir para tratar de comprender lo que la experiencia de lectura hace en uno”. ¿Un poco demasiado de qué? De lectura, claro. Es el exceso que organiza toda práctica filológica y que sólo al pasar ese límite (“perforar lo escrito”, “fatigar los textos”) hace una experiencia de verdad. En el relevo de las verdades narcisistas que cuentan para salvarse, el sacrificio en que se ofrece aquí el crítico es condición de un resto de autenticidad, de experiencia común.
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