El día del accidente

Un 4 de enero de 1960 moría Albert Camus en un accidente de tránsito. Este año, cuando se cumplan 110 años de su nacimiento, será la posibilidad de revisitar los grandes libros de su obra.

VICTORIA D’ARC

Podía morir por una afección pulmonar que lo tuvo en vilo toda su vida. O también por ese mal de Koch, que “estaba latente en su organismo como una fiera agazapada, dispuesta a surgir de nuevo para dentellearle vorazmente en el instante más inesperado”. Sin embargo murió de la forma absurda que él había criticado justo un día antes: “No conozco nada más idiota que morir en un accidente de auto”, dijo Albert Camus, en referencia al accidente de Fausto Coppi, cinco veces ganador del Giro. Fue un 4 de enero de 1960. Viajaba de Lourmarin a París en el Facel Vega de Michel Gallimard, junto a la mujer de su editor y la hija. Era un camino recto, sin demasiados inconvenientes, sin demasiado tránsito. Y sin embargo. Un maldito neumático reventó e hizo que el auto se incrustara de forma violenta en un árbol. Gallimard terminó internado grave en el hospital, su mujer y su hija solo con contusiones. El más perjudicado fue el escritor de El extranjero, que iba a la derecha del conductor, y terminó en los asientos de atrás con una muerte instantánea. “La muerte, imprevista y absurda, de Albert Camus”, titularon los periódicos al enterarse de la noticia. Tenía sólo 47 años y tan sólo tres antes había alcanzado la gloria de las letras con el Nobel. Fue el segundo escritor más joven de la historia en conseguirlo, por detrás del inglés Rudyard Kipling , que recibió el galardón, en 1907, con 42 años. Poco antes, Camus había llegado a decir que su obra no había hecho más que empezar. Nadie lo hubiera dicho a juzgar por novelas como La peste (1947) o La caída (1956).

Nacido en Argelia en 1913, Albert Camus pasó su infancia y juventud en esta colonia francesa, experiencia que dominó su pensamiento y su literatura. Su padre había sido uno de los muchos colonos que se embarcaron, engañados por el Gobierno francés, en busca de El Dorado, que murió en la Primera Guerra Mundial como consecuencia de las heridas que le causó en la cabeza la esquirla de una pieza de artillería. Le gustaba el fútbol y jugaba de arquero en el equipo de la Universidad de Argel. Hijo de casa pobre, ese era el puesto donde menos se gastaban los zapatos. Del deporte, Camus aprendió que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Esa idea lo ayudó en la vida, “sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser lo que se dice derecha”. 

Al llegar de Argelia para trabajar en el periódico Paris-Soir, llevaba un cuaderno, y en marzo de 1940 había escrito: “Ante el mundo de los hombres, la única reacción es cada vez más el individualismo”. Llegó desde Argelia un sábado de marzo de 1940 a hospedarse en el hotel du Poirier, en el número 16 de la rue Ravignan, en la loma de Montmartre. Para Camus, el hotel era “muy divertido” y también algo sórdido “ocupado por chulos y artistas de baja estofa”. Tenía una novela entre manos para la que barajaba distintos títulos: “Un hombre feliz”, “El pudor”, “Un hombre libre”, “Un hombre como los demás”. Había otro título y fue el que finalmente quedó: El extranjero.

Al poco tiempo de estar en la ciudad, mientras trabajaba en el periódico Paris-Soir, Camus se trasladó a la orilla izquierda (rive gauche) y ocupó una habitación en el hotel Madison, frente a la iglesia de Saint-Germain-des-Prés, en el distrito VI. Al tiempo que paseaba solo por el Barrio Latino, escribía una obra de teatro, Calígula, seguía con su novela y además empezaba un ensayo sobre el absurdo.

Es inevitable que al hablar de Camus citemos a Sartre. Las setecientas veintidós páginas de El ser y la nada fueron redactadas por un Jean-Paul Sartre acosado por la loca intensidad de los acontecimientos de 1942. A la época de los nazis seductores sucedía un período de gran endurecimiento: fue el año en que salieron los primeros convoyes de deportados judíos. El núcleo del libro se sustenta en la idea de una tensión permanente entre el ser y el en-sí, es decir, entre la subjetividad y el mundo. Sartre extrae del período de opresión más oscuro un llamado radical a la libertad y al anarquismo individual. El ser y la nada se publicó en el verano de 1943, un año después que se publicó El extranjero, de Camus, novela por la que Malraux y los lectores en Gallimard encontraban relaciones con La náusea de Sartre. “Una frase de El extranjero es una isla. Y caemos de frase en frase, de nada en nada”, escribió Sartre y, entusiasmado por la novela, le dedicó un artículo de veinte páginas preciso, detallado, didáctico, luminoso. “El extranjero –señaló-, una obra despegada de la vida, injustificada, injustificable, instantánea, estéril, abandonada ya por su autor, abandonada por otros presentes”. El libro Camus y Sartre, de Ronald Aronson, da cuenta de la trastienda de esta amistad y también de las circunstancias que terminó en la separación y enemistad de dos de los referentes más importantes del existencialismo.

El accidente ocurrió a las dos menos cinco de la tarde. ¡Fue la lluvia o un neumático que reventó? La investigación no pudo determinar por qué Michel Gallimard perdió el control del auto y salió del camino. Entre otras pertenencias, son encontrados junto a Camus el manuscrito de una novela inconclusa, El primer hombre y el boleto de tren que Gallimard convenció de que no tomara.

Para el escritor Italo Svevo, el camino de las repeticiones es inevitable, ya que los moldes de la existencia son limitados, y con ello las posibilidades de lo imprevisible. No es para asustarse entonces que el autor de La conciencia de Zeno haya muerto en 1928 al estrellarse contra un árbol el auto que conducía, 32 años antes que Albert Camus.

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