Cinco nacionales del 2022
La autora de Una vida en presente (17grises) y El cuerpo es quien recuerda (Tusquets) elige cinco libros argentinos
Paula Puebla

El resto sintético de Luciano Rosé (Bucarest)

“Argentina, y en particular la ciudad de Mar del Plata, es el punto geográfico más alejado de las zonas militarizadas desde las cuáles podría partir un ataque nuclear chino”, asegura Larry Ewing, el segundo hombre más rico del mundo en El resto sintético. Las olas y el viento miramarense prestan el escenario a la primera novela de Luciano Rosé que, breve y con impronta satírica, detalla el colapso de dos culturas que no podrían resultar más lejanas. El autor pone a dialogar la tecnología con la inoperancia, el dinero con la impotencia, la fuerza bruta del desarrollo de humanoides e inteligencias artificiales con la fuerza bruta local a secas. “¿Qué pasa cuando el futuro nos llega condicionado por las miserias residuales de nuestra propia experiencia?”, escribe Juan Terranova en la contratapa y hace una de las preguntas que mantiene viva la imaginación de Rosé, que es la de una literatura que rechaza el confort de lo familiar para dejarse oscurecer por lo desconocido sin olvidar la mancha de nacimiento que es la argentinidad.
Ventanas rotas de Agustina González Carman (17grises)

“Cada vez que volvía de la Facultad a su casa en el tren Sarmiento sabía que también volvía a ese lugar donde cada una hace lo que puede, donde la crianza de los hijos se impone por su propio peso, más allá de los planes que hayamos hecho. Y eso la tranquilizaba. La pregunta sobre su propia maternidad no era demasiado consistente; el embarazo se presentaba como la conclusión natural del recorrido hacia una feminidad adulta y como la necesidad, instintiva o cultural, de someterse al desastre”. La novela Ventanas rotas cuenta parte de la vida de Irene Lencina, más precisamente el periodo en el que el trabajo en el servicio penitenciario, la maternidad y los estudios universitarios se superponen. A su manera, estas tres instituciones moldean la subjetividad de la protagonista, una joven bonaerense de clase trabajadora, a la vez que construye el gran e inasible universo de los márgenes. González Carman escribe una novela al tiempo que indaga sobre las vidas comunes de las heroínas sin capa y se pregunta qué sucede cuando no existe “una pregunta por el deseo”.
El affair Skeffington de María Moreno (Random House)

La ideología moreniana convive en un texto aparecido por primera vez en 1992 gracias al sello Bajo la luna, rescatado en 2013 por Mansalva y reeditado en 2022 por Random House. La ficción se entrevera sin escenas de celos con el autoanálisis literario, la prosa con la poesía, y aparece un gen carnavalesco de identidades, máscaras y mascaradas. La clave para abordar este libro se cifra nada menos que en la doble firma con la que apareció originalmente: ¿cuánto hay de escritura de María Moreno y cuánto de Cristina Forero? ¿Son la misma persona? ¿Son dos o ninguna? Este juego identitario de espejos se traslada sin pérdida de impacto a las páginas que narran la historia, hilvanada y reconstruida, de la autora norteamericana Dolly Skeffington. Los poemas de esta musa queer que vivió los años locos en París-Lesbos son una confabulación para que la María Moreno “periodista socarrona” se asumiera, tímida aunque impúdicamente, en el rol de hacedora de versos. A través de ellos, y de la trama ficcional de una búsqueda, es que la autora dejó inmortalizados los avatares del feminismo criollo en el regreso de la democracia, con una ligazón a la actualidad que es capaz de dejar boquiabierto a su lectora con la cuota más al día en el gran club de mujeres: “Tres generaciones de piernas sin afeitar / y aún no soy libre / de ese cuerpo desnudo sobre el camastro”.
Doce calzones de Rocío Lago (Larria)

Huelgan las novelas que abordan la relación entre madres e hijas: de la hipeadísima Vivian Gornick y sus Apegos feroces a Partida de nacimiento de Virginia Cosin. Doce calzones, la primera publicación de Rocío Lago, se mete en la ciénaga de ese vínculo estructurante de un modo desenfadado y, por fortuna, para nada solemne, mientras habita ese interregno blando y aterrador entre la disolución de una pareja y la conformación de otra bajo estricto control materno. “[Mamá] se estaba por casar con un tipo que la dejó por otra, pidió el traslado y desapareció de la faz de la tierra. Mamá contaba esta historia una y otra vez en el nombre de lo que ella sabe sobre el amor. […] a los doce o trece años yo ya les contaba a las chicas que mamá y papá anduvieron poco tiempo de novios y se casaron enseguida”, escribe Lago para luego continuar: “La debacle amorosa fue abrupta, desde que tengo uso de razón se refería a papá como tu padre, incluso los primeros años de la infancia pensaba que mamá se llamaba mamá y papá tupadre”. En esta comedia —como la caracteriza Luciano Lamberti en la contratapa—, Lucía, una treintañera independiente que no teme pasar por perdedora, trata de resolver en el psicoanalista lo que la irrita sobremanera de su madre al tiempo que lucha por sostener un trabajo que la demanda (pero no la estimula) y una vida aproximada a lo sentimental.
Tomas familiares de Juan González del Solar (Mansalva)

Lo familiar como espacio de extrañeza: esa es la característica que Damián Tavarosvky señala como preponderante en Tomas familiares. González del Solar se escabulle de las obviedades y hace de los huecos, de lo no contado o contado a medias, un recorrido sinuoso anegado de ansiedades, dolores y desencuentros. Escribe, también, sobre la educación sentimental, sobre aquellos raspones que insisten en el paso a la adultez y que no pueden, de ningún modo, pasar desapercibidos.
Los cinco relatos, sobrios y asertivos, se detienen en familias y vínculos familiares, en sus malentendidos y sus buenas intenciones, con la convicción de que una familia es de acuerdo a cómo se narra a sí misma. “Caliguri habla, Joaquín siente que se ríe, que disfruta del encuentro, y se enfoca en eso. Está claro, el doctor habla con afecto, no parece interesado en recaudar una deuda económica, sino en recordar, con simpatía, aspectos de ese padre muerto ya tantos años atrás”, dice el relato titulado El padre, la novia y el amigo. “Fue muy rápido, un mes luego de conocerla ya quiso llamarla ‘Mamá’; se contuvo, sabía que no era lo correcto, pero una vez, al cruzarse con unos chicos, dijo que ‘era como su mamá’”, se lee en Pintura en negativo. No es que la prosa de González del Solar sea minimalista; sino que el autor sabe muy bien elegir qué develar de una historia, qué dejar bajo la bruma. Astilla sus historias y las ordena en partes y variaciones, a la vez que las numera: hay un estricto orden entre lapsos de silencio. Allí se mueven hermanos, madres y padres separados, padres vivos y padres muertos; primeras novias, primas y abuelas; hijos y las novias de sus padres.