Una noche de paz en la literatura

Los relatos escritos con motivo de estas fechas tienen una gran tradición: desde los hermanos Grimm a Paul Auster. Sentidos y tradiciones de un género para estas fiestas.

MARTA SALIS


La Navidad, siempre muy presente en la literatura, ha inspirado relatos magníficos, y son muchos los escritores, los grandes escritores, que se han acercado a ella desde diferentes perspectivas. Seguramente el primer cuento que la trató es del filósofo neoplatónico Celsio, quien en el siglo II, cuando los cristianos empezaban a celebrar el nacimiento de Cristo, escribió una versión del hecho sagrado en la que Cristo nace en Judea y es hijo de una campesina adúltera y un soldado romano llamado Pantero. Gran parte de los cuentos, sin embargo, parten de una tradición muy posterior y desde luego menos «apócrifa», más ligada a lo que la Navidad sigue significando hoy en el imaginario de Occidente.

Algunos de esos cuentos tienen finalidad moralizante y exhortan a los buenos sentimientos, pero a la vez la Navidad también inspira una variedad sorprendente de estilos y de tonos, donde no faltan ni el humor, ni la lobreguez, ni la crítica social, ni la fantasía, ni lo más tremendo. Algunos de los temas clásicos del género navideño son, curiosamente, anteriores a su «espíritu»: es interesante observar cómo, en «La aventura de la noche de San Silvestre», publicado en 1815, E. T. A. Hoffmann ambienta en la noche «mágica» de San Silvestre una historia de transformación que luego será una constante del género, pero que ahí es muy ajena todavía a su sentimentalismo y a su moralidad. Las historias de transformación (sobre todo moral) serán luego, y casi siempre con alguna forma de magia (material, espiritual), muy representativas de la visión de la Navidad como una oportunidad para reconsiderar y rehacer la vida, una ocasión especial para cambiar.
En el mundo anglosajón, el éxito inmediato de «Canción de Navidad» de Charles Dickens, en 1843, desempeñó un papel fundamental en la reinvención de un espíritu navideño que la Reforma protestante y los puritanos habían condenado. Tras la publicación de este relato, la Navidad pareció convertirse en una fiesta más familiar que religiosa; y sin duda su tono jubiloso −que invita a la generosidad, denuncia el sistema de clases, canta al amor y la amistad− iluminó una época en que la celebración era oscura y poco solidaria. Para Dickens, las fechas navideñas serían siempre el momento de la hospitalidad y la tolerancia, la ocasión tanto para alimentar un deseo (que a veces ni siquiera se sabe que se tiene) como para bucear en los recuerdos, sin lamentarse por los sueños que no se han cumplido, y trayendo “a nuestro lado a las personas que quisimos” y que ahora habitan en “la ciudad de los muertos”, como dice en el texto «La Navidad cuando dejamos de ser niños».

Al popularizarse las costumbres de reunirse con la familia, intercambiar regalos, celebrar fiestas y comidas especiales, escribir tarjetas de felicitación, cantar villancicos, adornar la casa con velas, guirnaldas, abetos y belenes, se abrió todo un microcosmos que enseguida tentó a la literatura costumbrista y realista, proveyéndola de una nueva fuente de episodios y cuadros que podían orientarse en las más distintas direcciones; pero por otra parte, y siguiendo el ejemplo de Dickens, no se olvidó que el poder vivificador de esas fiestas se aliaba fácilmente con lo fantástico y sobrenatural.
Un Una gran variedad de planteamientos, propósitos y tonos animaron, pues, a los escritores que trataron el cuento de Navidad, incluso al establecer ingeniosas alianzas con otros géneros, no solo el fantástico, sino también el de detectives y la ciencia ficción. En «El cuento de Navidad de Auggie Wren», escrito casi dos siglos después de «Los táleros de las estrellas», de los hermanos Grimm, el narrador de Paul Auster se enfrenta ya con desgano a la tarea de escribir una pieza del género, y «guerrea con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Navidad», pues teme sus «desagradables connotaciones» y «su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza».