El arte de la memoria de Annie Ernaux

La escritora francesa Annie Ernaux, flamante ganadora del premio Nobel, supo articular en una obra descomunal una literatura que de la intimidad pasa a lo político. Los años y Una mujer son dos ejemplos extraordinarios de su maestría.

DIEGO ERLAN
Retrato de Annie Ernaux, Torino, Italia, 21 de Mayo 2022. Foto de Leonardo Cendamo/Getty Images.


Es cierto, como dice Annie Ernaux en Los años, que todas las imágenes desaparecerán. Tarde o temprano. Aunque algunas también quizás permanezcan. Esa mujer vistiendo con camisón a la madre muerta. Por ejemplo. Es el comienzo de Una mujer, la conmovedora historia en la que Ernaux describe su relación con esa mujer del título y del camisón. Allí la autora indaga en la vida de su madre, muerta el 7 de abril de 1986, tras una enfermedad que había destruido su memoria y su integridad intelectual y física y reflexiona sobre los sentimientos de una hija por su madre: amor, odio, ternura, culpabilidad, y, por último, un apego visceral a la anciana disminuida. Ernaux construye su obra en base a lo que a la madre le falta. Toda la obra de Ernaux se sostiene en su memoria. 

Sabemos que el arte de la memoria es como un alfabeto interno. Quienes conocen las letras del alfabeto pueden escribir lo que se les dicta y leer lo que han escrito. El arte de la autoficción es, en definitiva, ese arte de la memoria que supo estudiar Frances Yates. Es lo que articula Ernaux en cada libro y en particular en Los años. Según el comité que le otorgó el premio Nobel, la obra de Ernaux “explora los conflictos de género, estilo y clase” y se ha convertido en un ambicioso “proyecto de memoria” que trata de ampliar los límites de la literatura. Para la academia sueca, su obra tiene un pie en la tradición de su Francia, su país, con ecos de Proust, pero, al mismo tiempo, lleva su creación hacia “una investigación sobre su pasado”. 


Me detengo en el arte de la memoria de Yates, que a partir del Ad Herennium entiende que la memoria artificial se sostiene en lugares e imágenes. Un locus es un lugar que la memoria puede aprehender con facilidad: una casa, un espacio rodeado de columnas, un rincón, un arco. Las imágenes son formas, marcas o simulacros de lo que deseamos recordar. Habría que recordar entonces un fascinante libro de Ernaux: L’usage de la photo traducido como El uso de la foto y publicado por Cabaret Voltaire, como prácticamente toda la obra de Ernaux en español. Es un libro escrito a cuatro manos entre Ernaux y su amante, Marc Marie. La historia es así: con sesenta y tres años, Annie Ernaux conoció a Marc Marie, tuvo con él una relación amorosa, pasional, que pasó a ser extremadamente sexual sin perder la delicadeza más sensible y lúdica. Al mismo tiempo que empezaba esa relación se le declaraba un cáncer de pecho contra el que tuvo que combatir. Fue una relación furiosa en lo sexual y sutil en lo amoroso. Tal vez porque la vida y la muerte mezclaron sus sombras a la vez en esa época, apenas un año, entre las primaveras de 2003 y 2004. Vivieron su amor en hoteles, en casas, en despachos, en todo tipo de lugares y de fechas (incluso el día de Navidad). La única condición era afrontar aquella historia desde la verdad, durase lo que durase. Y decidieron hacer siempre una foto a sus ropas, tiradas, dejadas por el suelo, confundidas según se desvestían llevados por la pasión. Cada foto testimonia un lugar, cada prenda arrebujada y sin contexto ubica un encuentro amoroso. La ropa de los amantes induce pero no muestra. Es la ropa de los amantes sin los amantes: el rastro, el escenario, la huella. Es nuestra mente la que compone lo que no se ve, lo que se sabe y lo que se desea.

“A menudo, desde el principio de nuestra relación, me había quedado fascinada descubriendo al despertarme la mesa con los restos de la cena, las sillas desplazadas, nuestra ropa mezclada, tirada por el suelo en cualquier lado la víspera por la noche al hacer el amor. Era un paisaje diferente cada vez. Tener que destruirlo separando y recogiendo cada una de nuestras cosas me encogía el corazón. Tenía la impresión de suprimir la única huella objetiva de nuestro goce. 
Una mañana, me levanté después de que M. se fuera. Cuando bajé y vi, dispersas por las baldosas del pasillo, al sol, las prendas de vestir, la ropa interior, los zapatos, sentí una impresión de dolor y belleza. Por primera vez, pensé que había que fotografiar todo aquello, ese conjunto nacido del deseo y el azar, condenado a la desaparición. Fui a buscar mi máquina. Cuando le conté a M. lo que había hecho, me confesó que a él también le habían entrado ganas.”


Los libros de Ernaux suelen ser breves pero ferozmente agudos, escritos en un estilo directo y declarativo que ella supo denominar “l’écriture plate”: escritura plana. (“Nunca experimentaré el placer de hacer malabarismos con las metáforas ni de entregarme a juegos estilísticos”, escribió una vez). A lo largo de sus casi cincuenta años de carrera, Ernaux ha publicado más de veinte libros. Los primeros podrían considerarse novelas autobiográficas: sus protagonistas eran mujeres jóvenes a las que Ernaux les otorgó sus propios pensamientos y experiencias en un ejercicio de autorretrato. Sin embargo, enseguida Ernaux abandonó la ficción y adoptó la primera persona. Ese “yo” que supo descubrir no es un artificio, una tímida invitación al lector para que trate de separar lo real de lo falso. Ernaux trabaja exclusivamente a partir de los hechos de la vida, de su vida. Pero, ¿cómo dar forma y presentar los hechos? ¿Cómo explicar su poder particular y la forma en que la verdad cambia, o no, cuando se expone a las fuerzas de la memoria y el tiempo? Se trata de cuestiones artísticas profundas, fundamentales tanto para la práctica creativa de Ernaux como para sus principios morales. “Creo que cualquier experiencia, sea cual sea su naturaleza, tiene el derecho inalienable a ser narrada”, escribió. “No existe una verdad menor”. Para ella “la verdad” no es un concepto fijo, ni en la vida ni en la literatura, y, por un momento, Ernaux nos deja entrever dos versiones de ella a la vez: la fría corteza de la realidad material y sus propias emociones, reprimidas con esfuerzo.


Ese credo puede explicar por qué Ernaux se ha revelado inagotable para sí misma como tema. No escribe su camino a través de la vida a la manera de Karl Ove Knausgaard, detallando cada centímetro de experiencia, volumen a volumen, hasta el presente. Es más bien una buceadora, que vislumbra algo que brilla por debajo de la superficie de la conciencia y se zambulle tras ello. También se diferencia de Knausgaard en otro aspecto: es una buscadora de formas, tal vez incluso de formas extrañas. Los años, en ese sentido, es clave. Considerada su obra más ambiciosa, utiliza fotografías en un estilo de dripping para narrar su autobiografía y hasta quizás pueda relacionarse con El uso de la foto. ¿Qué queda de una vida cuando la contamos? Fragmentos. Astillas. ¿Qué queda después de una noche de pasión? La ropa tirada en el suelo. La literatura de Ernaux es justamente eso: recorrer las imágenes de una vida para evocar la sensación de vida y la certeza de muerte inminente. De eso en definitiva se trata todo esto.

Para conocer más