Del fútbol como pensamiento
En medio de un mundial, la literatura futbolística tiene su lugar central, y en ese universo resulta imprescindible leer un libro como Fútbol, dinámica de lo impensado, de Dante Panzeri.
SALVADOR DE ARCO

Necesitamos una poética que nos salve del olvido. Tanto el fútbol como nosotros la necesitan. Una fenomenología en la que, durante algunos instantes, y particularmente en los momentos entre momentos, seamos libres para subsumirnos en las tortuosas elaboraciones del destino –y es posible que esa libre sumisión al destino sea la única experiencia real de libertad que tengamos a nuestro alcance. Una poética es la que planteó Dante Panzeri en su libro Fútbol, dinámica de lo impensado. Es notable que ese libro, publicado a fines de los sesenta, haya sido escrito y pensado antes de que el fútbol empezara a convertirse en el mega negocio que es hoy. Panzeri expone la condición artística del deporte: arte del imprevisto, territorio de la espontaneidad. De una espontaneidad que, como tal, no puede ni debe organizarse. Porque dejaría de ser lo que es. Porque el fútbol, entiende Panzeri, es “una lucha de picardías”. Una lucha que precisa del “pibe de la calle”, porque la precariedad lo obligó a aprender antes la ley de la sobrevivencia, a “dominar el arte de engañar”. Y también el arte de huir, ya que “el fútbol es escurrimiento, no enfrentamiento”. Hay toda una posición ideológica en el libro de Panzeri y es refrescante volver a leer en estos días donde la tecnología, de un modo u otro, interfiere esa picardía, con esa humanidad imperfecta.

En la poética del fútbol se debe pensar en el movimiento del juego y la naturaleza del partido. En su trabajo En qué pensamos cuando pensamos en fútbol Simon Critchley supo apoyarse en el libro Verdad y método, de Hans-Georg Gadamer publicado también en 1960 para abordar el deporte. A través de Gadamer, Critchley consigue una manera de describir las afirmaciones, ideas y juicios propios de las artes y de las humanidades, que no pueden verse simplificados o explicados a través de los métodos de las ciencias naturales. Esas afirmaciones, al contrario, necesitan de una teoría interpretativa que ampare, según Gadamer, una ontología completa de las maneras en que los seres humanos participan del mundo. Esto es lo que él llama “hermenéutica”, y la idea que impulsa su parecer es que los tipos de interpretación que practicamos durante nuestra experiencia estética cotidiana revelan las estructuras profundas y perdurables de nuestro estar en el mundo. Lo que le interesa a Critchley de Verdad y método es el hecho de que Gadamer empiece su argumentación con una consideración acerca del juego. El punto clave sería el siguiente: “jugar es un ser jugado”, por lo que importa más el juego que el sujeto que lo lleva a cabo. Siguiendo a Merleau-Ponty, el juego no consiste en que una consciencia individual ocupe un campo de juego. A fin de comprender el juego, debemos dejar atrás el lenguaje de los sujetos y los objetos, de la consciencia y de los entes supuestamente inanimados. Los jugadores deben extraviarse en el juego, en vez de jugarlo en el interior de su cabeza. Saben que se trata de un juego, y es más, saben que debería ser una actividad festiva. Pero, aun así, tienen que jugar con lo que podríamos definir como una “seriedad alegre”.
Pareciera que lo de Panzeri sea una respuesta a esto: “Tengo para mí, muy fuertemente afirmada como convicción, que en gran medida el buen jugador de fútbol es fruto de la miseria y el bandidaje juvenil”. La subjetividad ante todo. “Las mejores condiciones sociales y económicas en que vivimos, con la ciencia, la técnica y la pedagogía invadiendo el mismo terreno de las diversiones infantiles… no creo que alienten ninguna esperanza de reproducción masiva de aquel tipo de extracción futbolística. Sobran los cálculos. Escasea el desparpajo. Si la misma diversión de los niños es alcanzada por la comercialización y convertida en fuente de trabajo de profesores de entretenimientos, menos condiciones potenciales habrá en los pueblos para que surjan «los atrevidos» que hicieron del fútbol la más grande de las seducciones deportivas en masa. Sin romanticismo el profesionalismo muere.”

Hay quien dice que el fútbol ha evolucionado por la energía de tres vectores combinados: las ideas, los viajes y los desafíos. El fútbol son ideas. El desarrollo táctico ha destacado por su constante actualización, incluso en aquellos escenarios más proclives al conservadurismo. Las nuevas ideas han surgido por doquier a lo largo de más de ciento cincuenta años de juego reglamentado, regenerando el modo de practicarlo y entenderlo. La naturaleza viajera de los entrenadores (y de los jugadores) ha permitido la difusión de las ideas. Ellos son los grandes nómadas de este tiempo, las abejas que han “polinizado” el fútbol. Han estimulado los debates y han contribuido a la consolidación de nuevos conceptos. A su vez, la idiosincrasia local ha matizado todas las ideas y, a través de su carácter particular, ha creado en cada pueblo una manera propia de jugar. Como en toda actividad humana, el fútbol ha seguido siempre un camino dicotómico. A toda acción le ha correspondido una reacción. Las ideas, transportadas por los nómadas, han desafiado todos los statu quo, poniendo en cuestión lo establecido. Simon Critchley lee a Gadamer y plantea que el juego es y debe ser repetible. Cada partido de fútbol es una repetición del anterior, tal y como anticipa la repetición del que lo seguirá. Entonces, de esta manera, el fútbol es una larga cadena de actos imitativos o miméticos. Quizás allí radique la picardía de la que habla Panzeri: en la sucesión de movimientos esperables, en algún punto perfectos, los distintos son los que hacen la diferencia, los que pueden convertir el deporte en arte.