Gramáticas de pareja

En La explicación, Nicolás Peyceré construye un largo poema sobre el amor, el deseo y la irracionalidad de las relaciones.

MARINA WARSCHAVER

En su largo poema La explicación, publicado en 1986, Nicolás Peyceré se propone construir la historia de una relación amorosa a partir de su discurso: una gramática particular. Como se plantea en la definición misma de la palabra, pretende “llegar a comprender la razón de algo, darse cuenta de ello”. ¿Se puede comprender la razón del amor? ¿Acaso las razones de una pareja son comprensibles? Es posible que en su desafío Peyceré reexamine el lenguaje en sus usos intensivos: el lenguaje de una historia de amor con sus barroquismos, con sus devaneos, metáforas, implicaciones y tormentos. Por momentos, el verso narrativo es de una claridad pasmosa y por otros resulta oscuro y opaco. Por haber leído a Freud y estudiado a Lacan, Peyceré sabe que existe un lugar inquietante y ese lugar es el origen personal de nuestras identificaciones. Tal vez por eso sea interesante subrayar las palabras que utiliza y los modos cómo las utiliza en la primera parte: cuentos, historias, partes, hechos. El amor como un informe. Un marco racional para abordar lo irracional del deseo. 

Suele decirse que el pasaje de infante a adulto está señalado por el comienzo del lenguaje. Peyceré llama “hablas de hablantes”  a lo que fue: dichos y memorias procuradas de familia, de escuela y de ambientes. Esas fundaciones del lenguaje son las que configuran las gramáticas personales. Peyceré lo sabe: el habla es un arte de gramáticas. Esos hablantes son nuestros padres y hermanos y compañeros de estudio y de juegos. Ocurre también con las parejas. Esas hablas nos constituyen, se mezclan, ¿pero qué queda de todo eso?

El sujeto también es sostenido por los predicados: es el predicado quien lo hace sujeto. Es decir que los versos narrativos de Peyceré, de esta manera se constituyen como sujeto, verbo y predicado que, como todos sabemos, son los pilares de la enunciación. Una de las ideas más conocidas de Ludwig Wittgenstein plantea que “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. Peyceré entiende que el lenguaje es territorio del deseo: y a la vez es el difícil lugar de un saber. No sabemos lo que sabemos hasta que tratamos de explicarlo. Sumergirse en el saber del deseo significa separar la emoción del conocimiento y tratar de encontrar en ese punto la conjunción. No hay explicación posible para las relaciones de pareja. En algún punto el deseo es inexplicable: lo sabe el psicoanálisis aunque pretenda erigirse como el que se las sabe todas. Dudar y pensar, construir una gramática atribulada llena de cortes y una respiración acompasada que rompe y vuelve a pensar, a decir, a trabajar con esa lengua inesperada que opaca el modo, los modos, las gramáticas y los llantos. Peyceré todavía es un nombre oculto de la literatura argentina: fue médico, médico rural, vagabundo en Europa, amigo de Oscar Masotta (a través del cual accedió a los apuntes de las clases de Lacan y se puso a estudiarlas) hasta llegar al psicoanálisis y la psiquiatría. Luego llegarían las artes plásticas: es por eso la inclusión del cuadro de Pieter Brueghel, Das Schlaraffenland: ese territorio de Jauja es el lugar del deseo y el disfrute. Es el comienzo del amor. Todo en algún momento se derrumba pero en esa primera línea, en el comienzo del cuento, en el comienzo del verso, la imagen es esa misma.

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