El poder, la vida y el fútbol

Fútbol contra el enemigo, de Simon Kuper, fue una de las primeras grandes crónicas sobre la transformación política, económica y tecnológica escritas sobre fútbol. Aquí, el entusiasta prólogo del gran Santiago Segurola a su edición en español.

SANTIAGO SEGUROLA

Guardo como un tesoro una vieja edición de Fútbol contra el enemigo, el libro de Simon Kuper que tanta polvareda levantó entre los aficionados en los años 90, cuando el mundo empezaba un proceso de transformación política, económica y tecnológica que ha desembocado en el tumultuoso planeta que ahora habitamos. 
A mediados de los 90, la aparición de un buen libro de fútbol en el mundo anglosajón significaba dos cosas: había que comprarlo y había que viajar a Londres para adquirirlo. España, un país obsesionado por el fútbol, era un páramo editorial, un lugar para la emoción, no para la reflexión. A falta de idea y estilo, la divisa futbolística era la furia, que es exactamente lo contrario del pensamiento. 

En aquellos días, la fuente de ideas había que encontrarla en los periódicos, tanto nacionales como extranjeros, y en las publicaciones que se editaban en el Reino Unido, donde el fútbol había dejado de ser “una basura de deporte para una basura de seguidores” y se había convertido en un fenómeno novedoso, abrazado por escritores, políticos y jóvenes intelectuales. 

Nunca faltaron excelentes libros futbolísticos en el mercado británico. Leímos con entusiasmo Glory Game, la minuciosa y brillante obra de Hunter Davies, referida a su temporada como observador privilegiado del Tottenham Hotspurs, cuando aún era posible un gramo de humanidad en el fútbol y los periodistas podían compadrear cotidianamente con técnicos y jugadores. Aquellos libros abrieron el apetito de una generación de lectores y aficionados. Queríamos más y no los encontrábamos. Un chaval de ahora se sorprenderá con esta dificultad. Le basta con teclear una dirección, escribir una contraseña, añadir los datos de la tarjeta de crédito y esperar una semana para recibir el libro, la película o el más raro de los discos. Aunque parezca mentira, hubo un tiempo sin internet. Y eso exigía un considerable compromiso con los objetos deseados. Había leído y escuchado toda clase de elogios a Fútbol contra el enemigo. Corría el año 94 y el Mundial de Estados Unidos anunciaba un cierto anticipo de la globalidad que poco después presidiría nuestro tiempo. El tenaz intento del fútbol por penetrar en la reticente Norteamérica señalaba un nuevo camino que coincidía con el prodigioso efecto de los canales planetarios de televisión, la multiplicación tecnológica y la configuración de un potentísimo mercado de consumidores. Nadie lo interpretó mejor que Rupert Murdoch a través de su empresa Sky, que acababa de adquirir los derechos de la recién nacida Premier League inglesa. Ese movimiento salvó a Sky Television de la quiebra. En muy pocos años, la cadena contaba con ocho millones de abonados en el Reino Unido. Tiempo después, Simon Kuper dedicaría gran parte de su carrera periodística a investigar las intrincadas relaciones entre la economía y el fútbol, pero en aquella época acababa de publicar su magnífico Fútbol contra el enemigo. Kuper tenía 23 años cuando decidió embarcarse en una aventura con un resultado fascinante. Reunió 5.000 libras para viajar por el mundo durante un año y explicar las conexiones, más o menos intensas, del fútbol con la política, la religión, el nacionalismo, la mafia, los agravios históricos, el infinito universo, en fin, que se despliega alrededor de un juego que hace décadas abandonó su ingenuo propósito —el divertimento— para convertirse en uno de los fenómenos más importantes del siglo XX y XXI. Lo dice el propio Kuper en el capítulo de introducción: “Cuando un juego moviliza a miles de millones de personas deja de ser un mero juego”. Kuper comenzó su viaje iniciático alrededor del mundo armado con dos preguntas que necesitaban contestación. 1ª ¿De qué manera el fútbol se refleja en la vida de un país? 2ª ¿De qué forma la vida de un país se refleja en el fútbol? Estas dos sencillas cuestiones presiden el contenido de un libro que en su día se ganó el crédito de fronterizo: hay un antes y un después de Fútbol contra el enemigo. En este sentido, el trabajo de Kuper puede compararse con el célebre Fiebre en la gradas, de Nick Hornby, publicado en el Reino Unido apenas dos años antes. Si Hornby aproximó tanto el fútbol a la buena literatura que lo transformó en un fenómeno chic, Kuper señaló las infinitas posibilidades de un juego que puede observarse desde cualquier vertiente, porque si algo distingue al fútbol es su condición camaleónica. Se adapta como un guante a cada situación y adquiere la forma que le conviene en todas las circunstancias. Eso quiere decir que también hay algo de perverso en su naturaleza. 

Simon Kuper visitó 22 países en nueve meses. Administró el presupuesto con sabiduría y elaboró un relato que tiene la doble virtud de describir perfectamente una época y de mantener su vigencia, razón que permite saludar con entusiasmo la publicación del libro a través de la editorial Contra. Lo que ofrece el autor es un brillante calidoscopio que nos informa del fútbol de un modo parecido al de la antropología social, pero rebajado de cualquier pompa, con la vieja técnica periodística del reportaje y todo lo que eso significa: datos, sentido del ritmo, humanidad y un toque de humor que recorre el libro de la primera a la última página. La fascinación de Kuper, un irredento hincha del Ajax, por el fútbol holandés se manifiesta en el capítulo que inaugura el recorrido, dedicado a la rivalidad con todas sus consecuencias. En este caso, al profundo desprecio de los holandeses hacia los alemanes, manifestado especialmente en la semifinal de la Eurocopa de 1988. 

Aquella Holanda de Koeman, Rijkaard, Gullit y Van Basten se impuso a su tenaz y mecánico adversario con un fútbol a la altura de la célebre Naranja Mecánica en la década anterior, con una consideración añadida: mientras en el Mundial de 1974 las relaciones entre los dos equipos eran soportables y hasta amistosas, el odio presidió el enfrentamiento en la Eurocopa 88. De repente se reabrieron en Holanda las viejas heridas de la ocupación nazi y desde entonces cada partido entre las dos selecciones se convirtió en un recordatorio de afrentas que solo podían ser remediadas en un campo de fútbol. 

Kuper relata los episodios de esta rivalidad en el Mundial de 1990 y en las Eurocopas de 1988 y 1992. Son importantes las fechas porque nos trasladan a un mundo convulso y bastante reciente, si es cierto que 20 años no son nada. Sin embargo, parece que de todo aquello han pasado mil años: la caída del muro de Berlín, la desintegración del imperio soviético, la guerra de los Balcanes, la liberación de Mandela y el final del apartheid en Sudáfrica o el apogeo de la violencia en Irlanda del Norte. Con un fino olfato, Kuper comprende que todo ese turbulento periodo tiene derivadas futbolísticas que ayudan a explicar la realidad de aquel tiempo. Descubrimos por ejemplo el papel de la Stasi en la RDA por medio de un antológico personaje, Helmut Klopfleisch, habitante en el Berlín comunista, feroz enemigo del Dinamo de Berlín, el equipo de los servicios secretos, y fanático del Hertha del Berlín Occidental. Demasiados ingredientes para pasar inadvertido a los ojos y oídos de la policía secreta de la RDA. Sin pretenderlo, el capítulo tiene el trazo previo a lo que años después desembocaría en La vida de los otros, la película que mejor nos informa de aquel miserable modelo represivo. Desde ahí, Kuper recorre el viejo universo de la Unión Soviética, cuarteado tras la caída del muro de Berlín. Visita los países bálticos y en Moscú nos habla del siniestro Lavrenti Beria, el temible capo de los servicios secretos en la época de Stalin, y su pasión por el fútbol, con todo lo que eso podía significar en los años más férreos del régimen comunista. En Kiev nos traslada a la decisiva importancia que tuvo el técnico Lobanovski en el fútbol ruso y también los curiosos privilegios del gran equipo de la ciudad, el Dinamo, autorizado a vender partes de misiles nucleares, dos toneladas de oro por año y algunos metales de gran valor en el mercado. 

El recorrido del autor por el viejo imperio soviético resulta especialmente atractivo por inquietante y novedoso. Lo que Kuper nos cuenta apenas era conocido en su tiempo. Nos descubre el inestable mundo que irrumpe de un sistema monolítico. Eran años turbulentos, complejos, descritos admirablemente en una serie de capítulos que sirven para recordarnos el tipo de periodismo que se practicaba en los años anteriores a internet, periodismo de suela desgastada, fuentes cuidadosamente trabajadas y escasas herramientas tecnológicas. En ese paisaje, Simon Kuper nos aparece con un punto aventurero muy británico, con la capacidad que les caracteriza para moverse por el mundo y trazar los mapas correspondientes a cada época. Kuper no es Richard Burton pretendiendo descubrir las fuentes del Nilo, pero su viaje sí define una nueva clase de relación entre el fútbol y su vasto entorno. Lo consigue sin ninguna pedantería, con una emoción verdadera que alcanza magníficos momentos cuando entra en acción el factor humano. 

Tres capítulos son particularmente hermosos, los dedicados a Gascoigne y su tormentosa aventura en la Lazio, a Bobby Robson y su fallido recorrido con el PSV Eindhoven y, muy especialmente, su retrato del último Helenio Herrera, con quien se reúne en Venecia para recordarnos a un personaje que ha sido mil veces imitado, pero nunca superado, se pongan como se pongan algunos entrenadores que se consideran especiales.

Es curioso cómo sin saberlo, Kuper anticipa a través de Bobby Robson lo que sucederá dos años después en el Barça. Su estancia en el PSV Eindhoven acaba por representar las peculiaridades del carácter holandés, producto de un calvinismo que se niega al mandato imperativo tan habitual en el fútbol, representado en dicho capítulo por la relación entre el técnico británico y el jugador rumano Gica Popescu, capitán del equipo. Mientras Popescu, procedente de un régimen totalitario, es un firme defensor de la escala jerárquica que encabeza el entrenador, los jugadores holandeses son hijos de una cultura que promueve el debate. Al fin y al cabo, Calvino alentó a sus devotos a ignorar a los curas e interpretar la Biblia por sí mismos. Trasladada esta naturaleza al fútbol, los jugadores holandeses se caracterizan por sus expresivas opiniones, ajenas al rigor militarista que tanto se aprecia en otros países. Tiempo después, Bobby Robson llegó al Barcelona con Popescu, a quien convirtió inmediatamente en capitán de un equipo en el que figuraban la mayoría de los portavoces del Dream Team: Guardiola, Amor, Bakero, etc. Esa parte no figura en el libro de Kuper, pero su descripción del paso del técnico inglés por el PSV Eindhoven explica algunos de los problemas que Robson encontraría para identificar las peculiaridades del Barça. 

El valor de todas estas historias nos llegaba a los aficionados por medio de los comentarios que se dedicaban al libro de Kuper en la prensa anglosajona. Fútbol contra el enemigo se convirtió en una revelación. Era necesario conseguirlo, y no había mejor manera que dirigirse a un pequeño callejón de Charing Cross, donde se ubicaba la inolvidable Sportspages, la librería que hizo un servicio colosal a los aficionados al deporte. Para los españoles fue el santuario donde gente experta y amable, como el gran David Luxton, nos recomendaba libros que de ninguna manera podíamos encontrar en nuestro país. Por desgracia, aquella librería mítica cerró sus puertas hace algunos años. No resistió el empuje de la venta a través de internet. Con el tiempo, Fútbol contra el enemigo se ha erigido en un referente indispensable entre las obras dedicadas al fútbol. En las tradicionales votaciones sobre los mejores libros de deportes, figura habitualmente ente los 50 mejores de la historia. En mi caso, lo tengo por un libro indispensable, ajeno al paso del tiempo. Si acaso, los años han mejorado el libro porque el fútbol ha profundizado, para bien y para mal, en todos los factores que Simon Kuper nos reveló en aquel recorrido de nueve meses y 5.000 libras.

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