Un héroe freudiano
Maximiliano Costagliola y una novela sobre la vida y para la muerte
Facundo Milman

Me gusta recordar a un poeta maldito, Jacobo Fijman, porque estuvo maldito dos veces. El poeta tenía esta condición tanto por su escritura como por la locura que a la postre hizo que lo encerraran en el Borda. Se suele contar una anécdota sobre la vez en que Astor Piazzolla fue a tocar a allí. Al momento de terminar el concierto, Fijman se acerca a Piazzolla y le pregunta si ama a Bach. El músico responde que sí, y el poeta le retruca: “Quien ama a Bach, ama a la muerte”.
Fijman estaba obsesionado por la muerte, por los ángeles y por las figuras bíblicas. Esa misma obsesión aparece en el libro de Maximiliano Costagliola, Complejo de Dios (2022). Si bien la novela es un rescate para con la muerte, La docta ignorancia se encargó de publicarlo ya que se sumerge en la muerte, deambula entre las tinieblas y recorre los largos pasillos del infierno.

Una carrera liberal llevada a cabo de forma perfecta, un matrimonio armonioso y una hija criada sin muchas dificultades. Prioti, nuestro protagonista, conoció a Andrea cuando realizaba sus estudios, se casó con ella, tuvo una hija, se especializó en cardiología y se creía que podía salvar vidas. ¿Qué puede pasar en una novela de tal envergadura? ¿Qué puede pasar en una vida estándar? ¿Qué puede pasar en una “familia de bien”? En el texto, todo marcha bien en la vida Prioti hasta que la sombra paterna aparece. El Padre, y nadie más que él, retuerce a la vida. La novela narra una disputa, disputa entre padre e hijo. El padre se piensa como “un médico de la vida” porque es un obstetra, pero quizás no sea tan así. En todo caso, asiste a la vida. Ayuda a la vida a reafirmarse en esta realidad empírica. Pero, de sopetón, Prioti decide dedicarse a la cardiología y lleva sus estudios de forma maravillosa. Entonces se entabla una lucha cuerpo a cuerpo por el título de “médico de la vida”, entre el que asista a la vida y quien la salva a través del cuidado del corazón. Podemos pensarlo como una herencia porque toda herencia es algo siempre a reclamar, en este caso, un título a exigir y disputar a un Padre. En otras palabras, el argumento descansa en el Poder y en destruir a la autoridad.
La vida sigue su camino y todo marcha a la perfección, pero algo irrumpe: la decisión de Prioti. Decide dedicarse e insertarse en urgencias. Esta determinación lo hace enfrentarse a su padre, aunque no de forma directa. Esta vez no en un cuerpo a cuerpo, sino profesionalmente. Urgencias es un papel para alguien bajo, para alguien de repuesto, para un fracasado. Fracasado es la palabra que va a usar el padre para definirlo más adelante, un fracaso andante por haber elegido tan mal. Si bien es un camino que él no respetaba y no estaba de acuerdo, lo deja seguir. Pero todo esto también se desbarata con un incidente, con un accidente de Prioti, con un hecho que se torna trágico. Un hombre mayor en la calle que le agarra un infarto, un infarto que es salvado, rescatado de la muerte, pero que sobreviene otro infarto. Repetición y diferencia. Esta vez, el infarto se lleva a esta persona. Prioti le grita que no se vaya al “viejo de mierda”, que ya le dio vida, hizo que esa vida resista un tiempo más, pero no pudo de nuevo. Donó unos minutos de vida, pero la muerte es cruel: arrebata la vida como el nacimiento aparece dentro de la vida así como así. Digámoslo de otra manera: no hay nada en común entre el nacimiento y la muerte, salvo lo que aparece sin precipitarse. No obstante, como quien dice, la muerte acontece. La muerte como un mesianismo: no puede predecirse, no puede prepararse en la arena de la vida e irrumpe sin más sorprendiéndonos a todos. Sin embargo, el problema y el nudo de la narración no es el acontecimiento de la muerte; es la reacción de Prioti. En su bronca por el arrebato, le pega al viejo. Le pega mucho, quizás demasiado, porque lo desfigura. Y no tuvo en cuenta o, al menos, no se percató de que había cámaras filmándolo. Esas cámaras estaban transmitiendo en la televisión en vivo y este hecho fue el detonante para que su vida, la misma vida con la que trataba de salvar a otras, se vuelva hacia la ruina.

El hecho produjo una hecatombe en la esfera personal: el divorcio, la separación de su hija, la desaprobación paterna, el dolor de su madre y la errancia. La des-composición de esta novela parece centrar su argumento en la escatología psicoanalítica, es decir, en la definición de héroe freudiano. Freud nos trae que héroe es quien se enfrenta a su Padre y lo vence en su propia lógica. Aquí opera un principio inverso porque no hay derrota del Padre; hay derrota del Hijo. En consecuencia, interviene un razonamiento escatológico del fin de la historia (de un padre para con un hijo), de un fracaso (en el aspecto personal, laboral y afectivo) y del enemigo interno. En primera instancia, todas las esperanzas que el padre tenía en Prioti no se corresponden. Él estaba contento de que se dedique a la cardiología, pero no en una sala de emergencias y no para ser un médico desechable. Porque, desde ahora en más, se convierte en la vergüenza de la familia. Un fracaso en lo personal porque ya no era lo que pudo ser para su familia, fue despedido de su lugar de trabajo porque sus superiores vieron lo que había ocurrido y, sobre todo, no pudo relacionarse más con Andrea ni con su hija. El fracaso no se convirtió en algo de orden kafkiano o beckettiano, sino que nunca más se pudo recomponer. No pudo convertir su fracaso en algún éxito, no pudo fallar mejor. Fue rechazado sistemáticamente en toda instancia pública, personal e íntima. El enemigo interno de la familia y el enemigo personal de su padre porque manchó su honor, sus logros y su trayectoria. La relación amigo-enemigo (política) schmittiana no nos sirve aquí para analizar el rechazo del padre, pero sí se convierte en un enemigo al cual aniquilar o, mejor aún por lo que sucede en el libro, un enemigo al cual desterrar de la vida. Prioti solo se puede ir a Tilcara a trabajar por intermedio del padre y esa es la verdad. Le consigue un trabajo, le da dinero y le pide no volver a verlo nunca más. Lo elocuente es que no trabaja más sobre la vida, sino que trabaja para la muerte. Prioti va a Jujuy a trabajar en una morgue. La vida nunca dejó de ser esa muerte que vibra y ahora, efectivamente, dejó de vibrar.
Prioti se encuentra desterrado, obligado a errar y, por último, como un vicario de la muerte. El que supo ser el defensor de la vida, un médico para la vida, termina siendo el guardián de la muerte, así como el guardián que actúa como resguardo de la Ley en “Ante la Ley” de Franz Kafka. Prioti se convierte en la retaguardia de los contenedores de la muerte, el cuerpo. Por lo tanto, la novela se compone a través de dos vías inusitadas aunque siempre presentes que se entretejen a sí mismas: el cuerpo (el discurso sobre el cuerpo) y la muerte (el acoso de Prioti). Porque la muerte es la locura del cuerpo y, como dice el Cantar de los Cantares, más fuerte que la muerte es el amor. Lo único que puede salvar a Prioti es el amor, el amor de una hija con la que sueña recuperar. Recuperación que no significa volver al mismo momento del pasado, sino crear un pasado a nuestra medida del presente; interpretar las huellas del pasado a través de una relación afectuosa con una hija transformada en signo y leer la realidad empírica como un texto, un tejido entre el amor y el tiempo.