El nieto del poeta
El autor de La limpieza y un recuerdo polémico de Vicente Luy
CARLOS GODOY

Vicente Luy era un pesado. Siempre lo asocié con Andrés Calamaro: el estereotipo de cheto depresivo que va carcomiendo a su entorno con demandas destructivas.
A Luy llegué por Lamberti. Le había hecho una entrevista para una revista de Córdoba que se llamaba Fe de ratas en la época que las revistas digitales representaban una novedad, inicios del nuevo siglo. Hasta casi que le echaría la culpa a Lamberti de la resurrección de Luy porque estaba abandonado, tirado en su casa de Barrio Jardín mirando el canal que transmite las 24hs los valores de la bolsa. A Lamberti por rescatarlo y a Emanuel Rodríguez, por bancarlo durante su resurrección.

Luy había sido un poeta que, gracias a sus recursos y cierto aura ungido por su abuelo: el POETA surrealista español Juan Larrea, logró saltar el cerco de la escena cordobesa de poesía para mezclarse con los personajes de la poesía porteña rockera de los noventa. Financió discos de Ariel Minimal, de Palo Pandolfo y andá a saber de quién más. Invitó a fiestas y asados a su casa de las sierras a Fabián Casas. Leyó ante estadios llenos con un grupo de poetas llamado los “verbonautas” que hacían su perfo antes de los recitales de Palo Pandolfo en su época más convocante. Luego lo dejó la novia y se deprimió: medicación, terapia, recurrentes intentos de suicidios, electroshocks. Hasta que un día Lamberti le hace una entrevista y después de eso lo invita a un taller que dábamos en Casa 13 y desde ahí no pudimos sacárnoslo más de encima. Quería ir todos los miércoles al taller. Al principio cayó bien pero después empezó a incomodar y tuvimos que pedirle que no fuera más. Ahí fue cuando Emanuel Rodríguez, algo así como el ángel que lo acompañó en sus locuras, le armó un taller de poesía en su casa y Luy tuvo un par de alumnitos un tiempo (Luy era una persona incapaz de sostener cualquier tipo de actividad).
Una vez Luy le pidió a Emanuel Rodríguez que le prestara algo así como mil dólares. Rodríguez, estoico, se los prestó. Se encontraron en el Patio Olmos, un mall en la ciudad de Córdoba que hace las veces de punto de encuentro. Como lo notó un poco extraño, “un poco ido”, luego de darle el dinero, lo siguió. Luy entró al Patio Olmos, se metió en un local de zapatos y se compró unas botas tejanas. Rodríguez que lo miraba desde afuera lo vio salir con las botas puestas y una bolsa con la marca del local donde seguramente llevaba las zapatillas zaparrastrosas que tenía puestas.

Podría hacer una lista con la acumulación de problemas que empezaron a haber en mi vida desde que agendó el teléfono de la casa de mi madre y mi celular entre sus contactos, en una libretita que apoyaba junto al teléfono de línea. Llamaba a cualquier hora pidiendo ayuda con cosas ridículas. Una vez tuve que salir de una cursada en Filosofía y Humanidades porque me llamó diciendo que se iba a matar. Cuando llegué a su casa de Barrio Jardín, que quedaba muy cerca de la facultad, estaba estacionado el Ford Fiesta blaco que por ese entonces tenía Federico Falco y también estaba su ángel: Emanuel Rodríguez. Uno de los paramédicos que lo subía a la ambulancia empujando la camilla comentó en voz alta entre indignado y risueño “éste solo quiere llamar la atención”. Otra vez le dejó un mensaje a mi madre de que lo llame. Cuando lo llamé me pidió que le consiguiera un arma de fuego porque quería “acabar con su vida de un modo rápido”. Decidí seguirle el juego y le respondí que me pondría de inmediato en campaña. A los días lo llamé: le dije que me había sido difícil, pero que finalmente lo había logrado. También le comuniqué que me había costado mil dólares y que necesitaba el dinero con urgencia. Luy se asustó y me colgó. Luego empezó a decirle a gente de mi entorno que lo quería matar. Ahí fue cuando decidí romper los vínculos con él. Me había costado bastante cara esa broma.
Se había autopublicado un libro costosísimo en papel de ilustración, tamaño libro de arte de unos 40 x 30 centímetros que le había costado, según él, 10 mil dólares, y que las librerías no lo quisieron vender porque lo consideraban “pornográfico” ya que había algunas escenas gays en los poemas. Creo que en la casa de mi madre todavía quedan algunos de esos (una vez que fui a visitarlo me regaló una caja pesadísima con 20 ejemplares). También solía empapelar la ciudad durante las navidades: “porque en navidad es cuando la gente se suicida” con carteles de gente desnuda con la frase del principito: “lo esencial es invisible a los ojos”; creyendo que de ese modo los acompañaba en su dolor.
Finalmente, Luy se suicidó para reencontrarse con su abuelo en la provincia de Salta. Había pasado por el Borda un tiempo antes; no sé cómo terminó en Salta. Fue a una cita con una agente inmobiliaria para ver un departamento en venta o alquiler. Era en un piso alto. Luy se asomó por el balcón y saltó.
Hace ya un tiempo Flavio Lo Presti amenaza con publicar la biografía de Luy que, si es como todos esperamos, se convertirá en la obra por la que se lo reconozca. Me pregunto si en esa biografía hay una entrevista a esa agente inmobiliaria salteña. Me gustaría saber qué tiene para decir.
Quizás el dato más interesante, y con esto termino, detrás de su vida de derroche místico, es que sus padres murieron en el mismo accidente aéreo que murieron los padres de Alejandro Schmidt, otro poeta cordobés.