Sentidos de la dispersión
¿Se puede pensar una estética de la dispersión? Eso planteó en una serie de conferencias en Rosario, en el año 2009, que ahora se publican en un solo volumen con intervenciones de Ana Longoni, Lucrecia Martel y Sergio Raimondi, entre otros.
VICTORIA D’ARC

A mediados de los años setenta, el filósofo español Eugenio Trías publicó un vibrante volumen de aforismos que se titulaba La dispersión, donde esgrimía pensamientos en torno a ese concepto escurridizo. Ya en las primeras páginas del libro, como subrayó Agustín Fernández Mallo, el autor advertía que la dispersión era un concepto y una materialidad no suscrita a discurso alguno, una suerte de ente vivo que, nómada, circula de planeta en planeta sin enlace que lo estabilice, pero que ello no impide que pueda ser pensado. Es justamente de ese nomadismo de donde la dispersión extrae su potencia, tan rigurosamente investigativa como especulativa y poética. “Carece de sustancia la dispersión. Es insulsa, insustancial e insolvente. No es soporte ni sostén de nada. No se funda en nada. Es por eso insoportable, insostenible e infundada”, escribió Trías. Y es que la contradicción que parece existir en la frase “discurso de la dispersión” (¿cómo elaborar un discurso sobre lo que en sí es inaprensible a un sistema?), es un problema que durante siglos ha rodeado, sitiado y a veces herido de gravedad a la filosofía y a las ciencias.
Escribe Trías: “La dispersión es la esencia, la verdadera esencia o la quintaesencia siempre buscada, nunca encontrada, al fin reducida en el crisol alquímico del pensamiento. Y al reducirla ha dejado oír al fin su nombre: es ella, la Voluble, la Mágica, la Incandescente. Ella la Irreductible, ella, la que no se deja nunca envolver con etiquetas, nombres…”
Uno de los problemas del pensamiento occidental quizás haya sido articularse en base a posiciones binarias. Trías rompe con esa estructura ya desde el capítulo “Travesti” que podría funcionar como una estética: “¿Por qué dos sexos? ¿Por qué no múltiples sexos…?” Trías entiende que frente a la llamada guerra de los sexos tuvo una solución fácil y obtusa que fue el unisexo pero la posibilidad quizás se encuentre más bien en el multisexo: en vez de borrar las diferencias, exacerbarlas. Escribe Trías que faltan palabras para designar los múltiples sexos que podrían suceder a la demarcación tradicional entre el «hombre» y la «mujer». Esto es en los setenta. Esto pasa aún hoy.

Fernández Mallo entiende que la cuestión de la dispersión es un modo de operar que ha estado ahí desde Heráclito y su fuego eterno, y, seguro, desde el largo y fundacional poema de la naturaleza escrito por Lucrecio. “La historia de ese pensamiento complejo, que –y acaso con la excepción de Nietzsche–, hasta hace pocas décadas había pasado inadvertido a buena parte de la filosofía oficial, puede sintetizarse en el hecho de que esos textos y muchos otros fueron leídos desde un sistema de referencia no adecuado para la comprensión de su verdadera potencia; sus interpretaciones venían del lugar de las ya dichas oposiciones binarias, no desde las retroalimentaciones entre esos mismos pares de opuestos. Conocido es el caso del citado texto de Lucrecio. De la naturaleza de las cosas fue durante casi veinte siglos interpretado por la hermenéutica filosófica como una descripción atomista de la formación de la materia del mundo, y por la literatura como un texto que, en verso, se ajusta a la poesía. Pero hoy sabemos que ese texto lejos de ser propiamente atomista –y lejos de ser poesía–, anticipa y pone las bases de la actual ciencia de los fenómenos emergentes, una suerte de interacción entre las partículas y entre los seres vivos por la que los acontecimientos no son formados mediante la sencilla unión de átomos sino gracias a una turbulencia ocurrida en una suerte de espacio continuo. Algo que podemos asociar más a los estados fluidos de la materia que a lo atómico y lo discreto.”
El viaje hacia una exposición sistematizada de lo disperso equivale al fracaso, advierte Fernández Mallo (y Trías lo intuye: “La dispersión es el óxido que deteriora todo pensamiento sustancial”). “La pirueta, el salto que podrá deshacer tales nudos binarios y ofrecernos una habitación en otro sistema solar, es algo para lo que secreta y paralelamente cierta historia del pensamiento lleva entrenando durante siglos: percatarse de que existe una cosa a la que llamamos complejidad, conceptualización de los objetos y de los sistemas vivos –el pensamiento también es un ser vivo–, que tiene que ver con cierta clase de armonía no derivada del pensamiento orientalista sino, precisamente, de la filosofía occidental.

Casi cuarenta años después, entre 2009 y 2010, en el Centro Cultural Parque de España de Rosario, se realizó una serie de conferencias que formaron parte del proyecto “Estéticas de la dispersión”, que se propuso, como dice Franco Ingrassia, construir un espacio de pensamiento en torno a la pregunta: ¿Cómo orientar las prácticas estéticas en el actual contexto de dispersión producido por la operatoria del mercado? El resultado de esa serie puede leerse ahora en el libro Estéticas de la dispersión con intervenciones de Rafael Cippolini, Ana Longoni, Sergio Raimondi, Lucrecia Martel, Pablo Schanton, Reinaldo Laddaga, Damián Tabarovsky, Pablo Hubert y Daniel Melero.
Para entender el planteo habría que referirse a las dos lógicas en pugna que se trenzaron durante el siglo xx: una es “la lógica estatal”, caracterizada por la primacía de la estructura por sobre la innovación, por lo tanto, la construcción de alternativas pasaba por prácticas de ruptura, de desestructuración de los órdenes establecidos.
Otra es la lógica mercantil, que se define por la contingencia y la variabilidad. Las estructuras (fijas, estables, reproductoras de un ordenamiento) son reemplazadas por las redes (flexibles, mutantes, en permanente recomposición) y es la dispersión el núcleo mismo de la experiencia de lo social (relaciones lábiles, precariedad existencial, imprevisibilidad). La dispersión, plantea Ingrassia, se traduce en un tipo de experiencia subjetiva caracterizada por el desborde, la saturación y la incertidumbre. Entonces existe la sensación de que nuestra vida se ramifica en infinitas diferencias –la heterogeneidad es un medio apto para la operatoria mercantil que la entiende como segmentación del consumo– va de la mano con el malestar que provoca la creciente dificultad para articular estas diferencias en una composición de sentido más o menos regulable, legible u orientable.

Una ruptura tiene sentido en condiciones estatales de estabilidad estructural, pero ¿qué sentido tiene bajo condiciones mercantiles de innovación contínua?, se pregunta Ingrassia.Las prácticas estéticas podrían definirse como la producción de regímenes de sensibilidad, es decir operaciones que organicen ciertos dispositivos prácticos ligados a un “saber percibir” determinado; o a una modalidad específica de desorientación de los saberes perceptivos. Las estéticas de la dispersión serán entonces intentos de organizar la producción de regímenes de sensibilidad sobre un suelo dispersivo, constituyendo dispositivos afectados ellos mismos, en su articulación interna, por la dinámica de la dispersión. Del mismo modo que, como señaló Wittgenstein “en la filosofía sólo se debería poetizar”, podría decirse aquí su complementario, algo así como que “la palabra poética es filosófica y científica o nada es”. Y de esa continuidad –de ese continuum y no del binomio de polos aislados–, es de donde surge directamente el verdadero problema del lenguaje humano, su imposibilidad para comprender una totalidad por medios estrictamente sumatorio-analíticos. No se trata, entonces, de sumar sino de multiplicar, no se trata de crear cadenas lógicas sino redes, no se trata de crear vectores sino dispersiones.