Contra la complicidad
Consentimiento y responsabilidad política bajo el nazismo en Alemania
FACUNDO MILMAN

Cuando sientan el humus de una discusión en la historia, un discurso o un pronunciamiento público siempre produce polémicas. Y, todavía más, cuando se trata de restablecer un Estado democrático. Pienso, por caso, en los debates que suscitaron la finalización de la última dictadura militar en la Argentina y el fin del nazismo en Alemania. Me refiero a lo que se tiende a tildar como reconstrucción de la sociedad o el pase hacia la democracia. El intelectual demócrata es la figura que encarna este hecho: en la Argentina, por ejemplo, tenemos a Beatriz Sarlo como exponente. Pero en Europa, ¿quién está? Quizás la respuesta más acertada es Fritz Bauer, el jurista judeo-alemán. Tren en movimiento publicó la conferencia Las raíces del proceder fascista y nacionalsocialista de Fritz Bauer donde estos debates y la exposición son manifiestas. Es interesante recuperar este tipo de discursos, exposiciones e intervenciones en un momento donde el fascismo no solo prolifera, sino que también es consentido de forma asidua. Llegó el momento de repensar las relaciones en sintonía con la procedencia de las ideas fascistas.

Fritz Bauer inicia su conferencia refiriéndose a la obra de teatro El rinoceronte (1959) de Eugène Ionesco. El centro del libro relata la vida de una pequeña ciudad francesa donde un virus transforma a toda la población en rinocerontes, excepto al protagonista. La obra de teatro intenta explicar al fascismo y, en este caso, al nazismo. El protagonista, Berenger, es el único que desarrolla una resistencia al virus y Bauer señala que, en esta obra de Ionesco, se expone la psicosis de masas. Así, la pieza teatral demuestra cómo el nazismo abarca toda esfera de la sociedad. Podríamos pensar en la escisión de espacios de la sociedad: la esfera pública y la esfera privada. La esfera pública-política está regida por la libertad de los individuos, la esfera privada se encuentra dominada por la familia y el instinto de supervivencia. La primera tiene un matiz de acción por elección y la segunda por uno de necesidad. El fascismo, en general, y el nazismo, en particular, totaliza los espacios para llevarlos hacia la transgresión y da una forma organizada al crimen; el fascismo lleva a los sujetos hacia la psicosis de masas en la dominación de las esferas. Con relación a esto, Bauer sitúa que las personas tanto en la obra como en la realidad empírica empezaron a hablar con los otros como si fueran extraños. Y, sin embargo, podría pasar que esas personas con las que entablaba conversación fueran su pareja o formaran parte de su familia. El planteo que hace Bauer, y que recupera de Ionesco, ingresa como un hálito de luz en conexión con la ópera magna del siglo XX, Los orígenes del totalitarismo (1951) de Hannah Arendt. Allí se distingue soledad de aislamiento: mientras la primera sería el acontecimiento más difícil de sobrellevar y propiciaría el totalitarismo en la sociedad, el segundo podría funcionar como productividad con fines artísticos o intelectuales. Si bien los dos son fenómenos políticos (quizás uno más intensamente que otro), la soledad funciona como elemento esencial para la constitución de un Estado fascista porque no se establece un lazo con el mundo, porque el ser humano se siente abandonado de la compañía humana. Este argumento funciona si, y solo si, el aislamiento no pierde el lazo social con el mundo. De otra manera, el aislamiento se torna insoportable porque, en ese caso, todas las actividades del mundo se transforman en “trabajo” y el sujeto es abandonado. Un mundo donde el otro se vuelve un extraño y en el cual se pierde la relación con el otro convirtiéndolos en extraños es un lugar que el fascismo queda propiciado por sus condiciones elementales de existencia. Entonces Bauer lo expresa de forma tajante: los fascistas y los nazis buscaban disciplinar de arriba hacia abajo y no importa si habían estudiado sus consecuencias, ellos actuaban alimentando ese rumbo.

Fritz Bauer indica un recorrido para hacer a través del fascismo que es más que interesante porque descansa en la violencia. Hitler y los suyos resaltan a través de sus manifestaciones públicas que su accionar o, en palabras del autor, su proceder descansa en la sangre y las raíces. En sus discursos, Hitler habla sin tapujos de sangre, de herencias, de instintos, de sentimientos, de fuerza bruta y de la naturaleza excepcional de la raza alemana. El señalamiento que Bauer realiza es una cuestión pragmática: el fascismo y el nazismo no descansan en la intelectualidad, sino más bien en la brutalidad. De hecho, este libro se vuelve complementario a la Dialéctica de la Ilustración (1944) de Theodor Adorno y Max Horkheimer porque anota a la brutalidad de otra manera, aunque no de manera opuesta, pero es posible inscribirlo en aquello que estos dos filósofos judeoalemanes hacían referencia como razón instrumental: el modelo de Razón que considera útil aquellas disciplinas que no solo mejoran, sino que también permiten la dominación del hombre a través de sus mecanismos de Poder. Por caso, el acontecimiento Auschwitz sería el ejemplo más acabado de la razón instrumental. No obstante, el mismo Fritz Bauer hace una crítica al concepto de razón instrumental porque habla del programa del nacionalsocialismo. Dice, efectivamente, que Hitler carecía de motivación racional y estaba obsesionado con el asesinato. Es más, establece una admiración hacia Iosef Stalin con respecto al trato de los criminales y los enviados al Gulag. Si bien sus intereses geopolíticos terminan por no coincidir, Hitler no dejaba de estar embelesado por la figura de Stalin y sus políticas represivas-asesinas. Entonces la crítica que hace a la razón instrumental se yergue en que, si bien permite la dominación del hombre a través de las ciencias y las disciplinas, Hitler no respondía a una “razón”. Lo que Bauer hace es subrayar la personalidad macabra y perversa de Hitler en su obsesión por la matanza sistematizada. En ese momento, la razón instrumental con la sistematización de la matanza coincide con la aspiración de Adolf Hitler por la matanza.

Como nodo principal, el proceder del nazismo. ¿De dónde proviene? ¿Son siete locos? ¿Siete obsesivos con respecto a la muerte? ¿Siete energúmenos que decidieron “encauzar” un país como Alemania luego de la debacle? No, al contrario, no son siete locos. Es el cálculo frío y sistematizado de personas experimentadas en la guerra y en estrategias militares. Porque, por empezar, el “fenómeno” Hitler no es alemán, es austríaco y este es un rasgo fundamental del nazismo. El problema que Bauer lee es que el nazismo es un movimiento para dentro del pueblo alemán, pero que su origen lo tiene en Austria, y no se resuelve solo con analizar la psicología de Hitler y su entorno, es decir, si bien es necesario hacerlo, no alcanza con hacer un análisis detallado para ir a la raíz del problema del proceder. El argumento y nudo central del libro es el siguiente: Hitler no nació de un repollo, Hitler fue elegido y acompañado por los alemanes. Algunos dijeron “Heil Hitler”, otros izaron banderas con las esvásticas y algunos dejaron que les borden a los judíos una estrella amarilla en sus ropas. Estas conductas, en general, tienen un nombre: consentimiento. Consentir, en este sentido, es no preguntar. Dar las cosas por hecho, como un no-saber, que se puede transmitir y maximizar su conceptualización. Por lo tanto, los alemanes habían consentido a Hitler porque él actuó como guía para las personas que se dejaron guiar. Y quizás este sea un elogio a la conferencia pronunciada por Fritz Bauer: el consentimiento de la sociedad hacia Hitler fue lo que permitió que el nazismo existiera como tal. Algunos habrán consentido por terror, por miedo a las represalias, porque eran cobardes, porque lo rechazaban solo en el fuero personal y otros resistieron ante el fascismo abiertamente. Pero también existió una resistencia activa. También existió un movimiento antifascista. Aunque la mayoría de los alemanes, por temor o por omisión, no lo rechazó ni se organizó para combatirlo. Este es su pesar y esta es la verdad: que muchos creyeron en Adolf Hitler hasta su penoso final y ellos son sus “compañeros de armas”, sus cómplices.
La conferencia que impartió Fritz Bauer se hace la pregunta y la pregunta establece dos cosas. Por un lado, el no-saber y la voluntad por saberlo, esto es, una posición ética en reconocer el desconocimiento de uno propio y el deseo —porque es lo que motiva a la pregunta— por aproximarse al pensamiento. Por otro lado, la pregunta como método y origen: la pregunta es el deseo del pensamiento. La pregunta se enarbola como modo para conocer lo que no se sabe, la pregunta es erigida como actitud ética frente al consentimiento porque no da nada por sabido. En este sentido, la pregunta por las raíces del nazismo es también la pregunta por la receptividad del impulso destructivo-tanático de la sociedad y, por ende, es la pregunta por la predisposición de mucha gente para convertirse en cómplices del nazismo.