La palabra y el mundo
Egon Erwin Kisch y el vendaval del siglo XX
Maximiliano Crespi

Egon Erwin Kisch nació en 1885 en la Praga del Imperio Austrohúngaro y murió en 1948 en la Praga ya Checoslovaca. En la ciudad en que su padre era comerciante de telas y vecino de Hermann Kafka, Kisch pasó su infancia judía y forjó lo que él mismo describía como “un incorregible temperamento impulsivo”. En su juventud estudió en la Deutsche Karls Universität Prag y se hizo miembro activo de una de la Studentenverbindung Sajonia de Praga, una rara fraternidad estudiantil de esgrima que aceptaba a judíos y se convirtió en un especialista en esgrima antigua cuando casi todos sus compañeros optaban por la versión artística.

Luego de estudiar en la Journalisten Schule de Berlín y fue contratado como reportero local por el diario liberal alemán Bohemia de Praga. Al poco tiempo, su prosa irredenta y audaz empezó a ser admirada entre los periodistas y atendida por escritores en general. Pero en 1914 dejó ese cargo para sumarse voluntariamente al Ejército Real e Imperial en la Primera Guerra Mundial; por lo que se sabe, participó en batalla en los alrededores de Serbia y luego pasó a ser corresponsal de guerra. Como tal ejerció activamente en Viena hasta 1917. En los textos escritos en ese periodo y publicados en el Bohemia de Praga se percibe cierta simpatía con el proceso impulsado por los bolcheviques. Pero fue una vez producido el estallido revolucionario ruso cuando se sumó al grupo que a la postre fundaría la Föderation Revolutionärer Sozialisten Internationale con una posición izquierdista que, sin declararse netamente revolucionaria ni comunista, promovía acciones progresistas en favor de las causas obreras. Fue nombrado primer comandante de los Guardias Rojos de Viena. En 1918 asumió el cargo de Director del suplemento Die Rote Garde y del semanario Der freie Arbeiter. Su prestigio crecía y su pensamiento se radicalizaba a medida que las luchas de clase recrudecían en el campo social. Para 1919 ya era miembro del Partido Comunista de Austria (Komunistische Partei Österreichs, KPÖ) y, como corresponsal político del organismo, realizó un raid de sucesivos viajes por la Unión Soviética, Estados Unidos y China.
Volvió a Berlín en 1921 y pasó casi toda la década escribiendo su singular periodismo político en el bohemio barrio de Schöneberg. Fecuenta el Romanisches Café, donde solía participar en una suerte de tertulia permanente donde se cruzaba con artistas de la talla de Joseph Roth, Carl Einstein, Alfred Polgar, Georg Grosz, Otto Dix, Ernest Toller y Rudolf Schlichter. En ese barrio cosmopolita, lleno de contrastes y rufianes melancólicos conoce a Jarmila Amrozová, la joven traductora que verterá gran parte de su obra al checo. En un edificio de la calle Hohenstaufenstraße donde años después pasaría una temporada David Bowie, y donde una placa conmemorativa recuerda al “rasender Reporter”, corrigió junto a ella las galeras de su único escrito autobiográfico: Soldat im Prager Korps, mejor conocido como Schreib das auf, Kisch! [¡Apúntalo, Kisch!]. En ese barrio judío se sentía en casa, rodeado de comerciantes que habían superado las grandes crisis económicas troceando sus grandes pisos, negándose a abandonar un país que querían como propio, sin imaginar aún la intensidad del odio y la posterior aniquilación a la que serían sometidos sólo por ser quienes eran.

En enero de 1933 los nazis toman el poder en Alemania. En la lista negra que el meticuloso bibliotecario Wolfgang Herrmann da a las autoridades, el nombre completo de Kisch aparece descrito como: “Judío, bolchevique, literatura de asfalto”. En la madrugada del 28 de febrero (la noche del incendio del Reichstag en Berlín), Kisch fue arrestado, enviado a la cárcel de Spandau y posteriormente deportado como ciudadano checoslovaco. De ahí en más ya no tuvo residencia fija. Se exilió en París, Ostende y Versalles. En 1937 se sumó a las Brigadas Internacionales y combatió en la Guerra Civil Española al mando del Batallón Masaryk de la Brigada Internacional 129. En 1939, perseguido por el franquismo, consiguió huir a los Estados Unidos y al año siguiente obtuvo asilo político en México, donde residió hasta 1947, cuando con el fin de Segunda Guerra, regresa a Praga.

Como dice Facundo Milman, los itinerarios judíos en la experiencia literaria se dan siempre a través del exilio, al punto que hacen cuerpo en una poética. Pero esa poética de la errancia se proyecta siempre sobre el horizonte de un espacio perdido que no deja de hacerse presente en la lengua. Si bien el compromiso político fue convirtiendo a Kisch en un personaje errante (vivió en Austria, Checoslovaquia, Alemania, Francia, España, Estados Unidos y México), Praga fue seimpre su lugar en el mundo. Como Kafka, era un judío que dominaba el checo, pero que además sabía que escribía y hablaba alemán con una austeridad acaso más luminosa que la de los propios alemanes de su tiempo. En esa lengua encontró el estilo ágil, ácido e incisivo que lo convirtió en el más importante periodista europeo del siglo XX. Pero también encontró una tonalidad narrativa extraordinaria que, como muestra De calles y noches de Praga, tiene la virtud técnica de recrear ambientes y la potencia literaria de meternos en ellos como haciéndonos entrar a un sueño. La estatura de su reconocimiento como escritor político es ya incuestionable —al punto que, desde hace décadas, en el aniversario de su nacimiento, se entrega en Alemania el prestigioso “Premio Egon Erwin Kisch” al mejor trabajo periodístico y a la literatura comprometida.
En el Café Central, donde solía reunirse con su “hermano de pluma” Jaroslav Hašek, se había hecho también amigo de Gustav Meyrink y Artur Longen, con quienes más adelante se reuniría en el exilio parisino. Sofisticado e impredecible en sus construcciones narrativas, rompió los límites del periodismo para inscribirse en el espacio literario sin ceder rigurosidad crítica. Las piezas traducidas y reunidas por Francisco Uzcanga Meinecke en Nada es más asombroso que la verdad (Minúscula) exhiben singularmente su manera de fabular la realidad, de elaborar escenas dramáticas de tensión política, trabajando desde la precisa descripción los hechos y escenarios hasta convertirlos en claves de lectura de la historia política.
En 1938, refiriéndose a las vicisitudes de una vida de exilios, Kisch le explicó a Friedrich Torberg: “Soy alemán. Soy checo. Soy un judío. Soy comunista. Vengo de buena familia y sé cómo usar un sable. Algo de todo eso siempre me ayuda”.