Familiar
Tres libros escritos alrededor de la siempre espinosa liturgia de la escena familiar
PAULA PUEBLA

La mujer sin razón, de María Martoccia (Beatriz Viterbo, 2022)

Lo dice Luis Chitarroni en la contratapa: “…una niña puede ser un repertorio de sus edades y permanecer sin que la actitud exija una moraleja en medio de la acción. Que no la paraliza ni la condena: las presenta para dejar el acontecimiento en la vibración mimética del instante”.
Es esa vibración la que se sostiene a lo largo de La mujer sin razón y la que, incluso, cohesiona la novela. La prosa fluida de Martoccia se pone al servicio de la narración de un derrotero familiar desde la mirada de una niña de trece años. Es difícil constatar si Isabel —así se llama la narradora— es la protagonista de la historia, porque su protagonismo se pone el disfraz, en muchas oportunidades, de testigo. Escucha confesiones detrás de una puerta, medias conversaciones telefónicas, palabras masculladas entre los adultos. Desde ahí, desde esa parcialidad, Isabel construye sus verdades con levedad, gracia e imaginación; las mismas verdades que la autora de Enemigos de la lluvia ofrece al lector.
La mujer sin razón es también la postal de cierta clase social, con sus avatares, sus secretos y el terror atemporal del “venirse a menos”. Ese trasfondo, que de a ratos parece cobrar otro cuerpo y dar un paso al frente, se entrevera en una época política —si se quiere indeterminada— donde el anarquismo, el comunismo, los exilios y los intentos militares de exterminio dejan marcas, no solo en la historia, sino en la vida diaria de cualquier familia. Isabel percibe esta realidad con indulgencia, sí, igual que percibe el negocio familiar; pero también como si sospechara algo malo que todavía no puede nombrar. Del mismo modo que no puede entender lo que ocurre con su propia madre, Julia, que pasa los días malos en la cama y sin comer, y los días buenos abocados a la costura de vestidos que hace con manteles y retazos.
Martoccia se esmera en la construcción de una familia y sus alrededores. Hace aparecer un rosario de personajes —abuelas, tíos, empleadas domésticas, amiguitas, vecinas, encargados de edificios, kioskeros, un chofer— que entran y salen de escena, del patio de una casa, de un departamento, de un funeral; de las vidas de Isabel, sus padres y sus hermanos mellizos. La mujer sin razón hace llagas entre los años de esplendor de una familia y la desgracia, la enfermedad, la muerte y las peleas por plata.
Tomas familiares, de Juan González del Solar (Mansalva, 2022)

Lo familiar como espacio de extrañeza: esa es la característica que Damián Tavarosvky señala como preponderante en Tomas familiares. González del Solar se escabulle de las sentencias y las obviedades, y hace de los huecos, de lo no contado o contado a medias, un recorrido sinuoso anegado de ansiedades, dolores y desencuentros. Escribe, también, sobre la educación sentimental, sobre aquellos raspones de la infancia que insisten en el paso a la adultez y que no pueden, de ningún modo, pasar desapercibidos.
Los cinco relatos publicados por Mansalva se detienen en familias, en vínculos familiares, en sus malentendidos, sus malicias y las buenas intenciones, a sabiendas de que una familia es de acuerdo a cómo se la narra. “Marcos adoraba a su hijo, pero no lo entendía, no le hacía especial gracia, solo eso”, constata Un jogging para el fin de semana; “Caliguri habla, Joaquín siente que se ríe, que disfruta del encuentro, y se enfoca en eso. Está claro, el doctor habla con afecto, no parece interesado en recaudar una deuda económica, sino en recordar, con simpatía, aspectos de ese padre muerto ya tantos años atrás”, dice el relato titulado El padre, la novia y el amigo. “Fue muy rápido, un mes luego de conocerla ya quiso llamarla ‘Mamá’; se contuvo, sabía que no era lo correcto, pero una vez, al cruzarse con unos chicos, dijo que ‘era como su mamá’”, se lee en Pintura en negativo.
El autor narra con sobriedad. Es dueño de un ojo asertivo —y de una facilidad para hacer caso omiso a la hojarasca que rodea la experiencia— e inyecta al texto la dosis justa de palabra. No es que sea minimalista; sino que González del Solar sabe muy bien elegir qué develar de una historia, qué dejar bajo la bruma. Astilla sus historias tanto para quebrar una continuidad como para hacer elipsis temporales. Los textos se dividen en partes y variaciones, y a la vez están numerados: un estricto orden entre lapsos de silencio.
En cualquier caso, la lectura de sus relatos brinda la oportunidad de la contemplación de las figuras y los fondos, las luces y las sombras. En esa ciénaga se mueven hermanos, madres y padres separados, padres vivos y padres muertos; primeras novias, primas y abuelas; hijos y las novias de sus padres. La fascinación se mezcla con el desencanto, la necesidad imperiosa de gustar con la huida, la obligación de relacionarse con los miedos no trabajados. A Tomas familiares le interesa hacer un trabajo de perspectiva.
Todos todo el tiempo, de Nazareno Petrone (Qeja, 2021)

Si nos propusiéramos el ejercicio de pensar la primera novela de Nazareno Petrone como un objeto, entonces podría parecerse a una cadena. Todos todo el tiempo avanza no en fragmentos sino en eslabones, que hace que la novela se desarrolle con una energía casi mecánica, donde un gesto es consecuencia del anterior. A conciencia o no, los personajes —Vicente, Saúl, Elisabet, Estela, incluso Marcelino— llevan consigo historiales propios e historias ajenas. Encarnan, también, al hombre y la mujer común, sin épicas. Quiero decir que los personajes somos todos nosotros. Y ninguno a la vez.
Petrone parece decirle al lector que nada nos pertenece del todo. Ni siquiera el amor jurado, el sexo agitado entre promesas, las promesas mordidas ante la cercanía con la muerte. Y, al mismo tiempo, insiste en un estado hipócrita de las cosas: “La culpa es de Disney, lo sabemos. Y de esta sociedad de mierda que te abruma, te presiona para que seas feliz, para que te cases, te enamores. No se puede todo junto, nena”, “Llevamos cuatro años de casados y aunque nunca más volví a sentirme sola, de vez en cuando siento que nada tiene sentido. Cada tanto pienso en escaparme de nuevo”, “Porque así funcionan las cosas. Uno hace todo bien todo el tiempo pero cuando falla, ahí la vida te la devuelve”.
Como en la vida, en la novela la expectativa —personal, de pareja, social— fricciona en todo momento con la contingencia y un océano de limitaciones. La voluntad de hacer las cosas bien choca con esa fuerza indómita de acercarse al mal, de arruinar, de echar a perder. Todos todo el tiempo se sumerge en esa zona en donde están insertos los cables que nos hacen humanos, súmamente humanos, no para buscar pretextos o explicaciones o encender alarmas, sino para narrar lo que queda por fuera de nuestros autorretratos orales.
El autor propone sobreponerse a la encrucijada que antagoniza el destino a la causalidad y sugiere, a través de un mix de escenas cotidianas dispuestas escenarios habituales, un acercamiento propio a la vida —común y no común— de los personajes. Nazareno Petrone toma como punto de partida la ruptura de una pareja —“que son todas las parejas del mundo”, según escribe Fabián Casas en la contratapa— y, a partir de allí, despliega una historia nueva. Que no por nueva carece de fisuras.