Feminismo de divulgación
Con una estilo ágil y amable, el trabajo de Nivedita Menon contituye una pieza irreemplazable en la pedagogía del pensamiento crítico contemporáneo.
Luján Stasevicius

Nivedita Menon no es, no debería ser al menos, una figura desconocida en el ámbito del feminismo académico. Especializada en Ciencias Políticas y particularmente en pensamiento crítico desde el sudeste asiático, se animó incluso a criticarle en la cara a Slavoj Žižek su postura colonial en su primera visita a India en 2010, debate que, por supuesto, no es muy conocido fuera de India.

El argumento, en breve, continuaba el de Gayatri Spivak en los 80 sobre la ausencia de un espacio en el que la subalternidad pueda expresarse en el pensamiento contemporáneo, y aún puede encontrarse online, bajo el título de “Los dos Zizeks”. Menon acusa al filósofo esloveno de esgrimir una crítica de izquierda al capitalismo –la visita a India fue para presentar el libro Primero como tragedia, después como farsa– siempre basada en un eurocentrismo que deja por fuera los discursos queer, de raza, ecológicos y feministas bajo el mote de “corrección política”. No es que esté equivocado, sostiene Menon, sino que está con las antiparras puestas, equiparando el feminismo, por ejemplo, únicamente al feminismo americano blanco y no yendo más allá en sus miles de variantes específicas.
Más allá de la simpática anécdota, sus artículos académicos versan tanto sobre críticas al patriarcado como al capitalismo, sosteniendo que “el feminismo debe reconocer que el factor más importante y definitorio en una situación particular puede que no sea el género, sino la casta o la clase social” (“Fighting patriarchy and capitalism”, 2015, mi traducción), al lugar de un real pensamiento crítico en una Universidad cada vez más alejada de la realidad india y cercana a la educación pretendidamente Occidental (“The University as Utopia. Critical thinking and the work of social transformation”, 2019), en donde se aplican acríticamente teorías pensadas en un tiempo y un espacio además de lejano, casi contradictorio. Dice en ese artículo: “La idea de “aplicar teoría” producida en un contexto para “entender la práctica” en otro asume que la “práctica política” es “no-teórica”, completamente despojada de cualquier contenido teórico-discursivo, de modo que cualquier teoría (procedente de Occidente) pueda ser usada para entender la práctica política en cualquier espacio. Sin embargo, toda práctica política está siempre conformada por alguna forma de pensamiento y reflexión –teórica o no teórica– y como nos damos cuenta lastimeramente hoy por hoy, al menos una parte de esa teorización tiene que ser sobre entender cómo hacer la “práctica” a través de un entendimiento acabado del mundo propio del sujeto y sus categorías de pensamiento.”

El reclamo de un espacio intelectual propio, específico y actualizado, junto con el llamado a “marximizar” el feminismo se lee, también, en Ver como feminista, aunque a un volumen mucho más bajo, tanto en tenor polémico como en complejidad argumentativa. El libro fue publicado en el año 2012 en India, se convirtió en un bestseller y llegó a nosotros en la muy justa traducción de Tamara Tenembaum en 2020, editado por Consonni.
¿Es este un libro a la altura de sus intervenciones políticas y académicas previas? No, pero nos hace un doble favor. Ver como feminista es el libro que se le puede regalar fácilmente a quien presentimos está empezando a cuestionar el statu quo, y, al mismo tiempo, es un libro cómodo de leer, ya que los ejemplos específicos a los que echa mano son, aunque relevantes, cómodamente lejanos. Por supuesto, esta comodidad se disfraza de provocación al principio del libro, en la cita que les gusta a todos: “¿Este libro «va sobre la India»? Creo que no. Cuando leemos La mujer eunuco de Germaine Greer, El segundo sexo de Simone de Beauvoir o El feminismo es para todo el mundo de bell hooks no suponemos que están escribiendo «sobre» Australia, Francia o los Estados Unidos. Ser feminista es sentirse parte de la historia de la que somos producto; es insertarse en dos siglos de narrativas densas e intrincadas de luchas y celebraciones que trascienden las fronteras nacionales; escuchar los versos de las canciones de rabia y de pena y de militancia en mil lenguas; recordar a nuestras heroínas, a las mujeres que nos precedieron, y, sobre todo, experimentar un enorme sentido de la responsabilidad de continuar su tarea”.
Nivedita Menon se toma el trabajo de desenrollar las sandeces y obviedades que muchas veces se entienden y se repiten en nombre del feminismo, y al mismo tiempo, no deja de cuestionar a aquellas que se proclaman seriamente como tales. Como libro de divulgación, es francamente excelente. Como libro de teoría, coquetea tímidamente con referencias que es claro que no ignora (resulta por demás sugestivo, que, aún pidiendo en círculos académicos y no académicos interseccionalidad para el feminismo, jamás nombre en ninguno a Kimberlé Crenshaw, o Patricia Hill Collins quienes, si bien no son tan famosas como Žižek, son teóricas tan importantes en tanto subalternas en algún sentido), pero silencia para agilizar, hipotetizamos, el estilo.

Menon se arma de paciencia y vuelve a explicar por qué lo personal es político, qué es una idea hegemónica y cómo afecta mentes y cuerpos, por qué el género no es equivalente al sexo, ni por qué si quiera el sexo es algo establecido de manera inapelable, y hasta incluso por qué “más mujeres en” no es siempre una alternativa superadora ni deseable.
Quizás el capítulo más interesante sea el titulado “¿Víctimas o agentes?”, donde Menon se adentra en las discusiones sobre el trabajo sexual y las paradojas del capitalismo y las “ciencias morales”. Allí, y escudada nuevamente en los ejemplos de la sociedad india, se arremanga y se mete en el barro de la discusión sobre la mercantilización del cuerpo. La pregunta es justa y apropiada: “¿cuándo hay que considerar a las mujeres como víctimas que necesitan protección y cuándo como agentes activas que interpelan al poder y forjan sus propios espacios?”. La respuesta se extiende a, una vez más, la advertencia sobre la representación; es decir, dirimir cuándo hablamos de nuestra realidad inmediata y cuándo en nombre de, patinando el argumento de prejuicios que nada tienen que ver con una experiencia que nos es ajena. Cuestiona, más adelante, Menon: “Si las mujeres eligen profesiones como el modelaje, el trabajo sexual o cualquier otra (como por ejemplo ser porristas profesionales de equipos de fútbol, podríamos agregar desde Argentina) en la que mercantilizan una parte de su cuerpo en lugar de otra, ¿no deberían las feministas apoyarlas en su demanda de mejores condiciones laborales, mejor salario y más dignidad, en lugar de alinearse con valores misóginos que desprecian ciertos tipos de trabajo sin más miramientos?”. La pregunta, por supuesto, es retórica, pero también podríamos agregar sin resquemor a traicionarla que no son sólo valores misóginos, sino también de clase. Cabe destacar, además, que no sólo se mete con el trabajo sexual, sino con toda actividad que implique alquilar o mercantilizar una parte del cuerpo, como es el candente tema de la gestación subrogada, a la cual, reconoce, no estaremos en capacidad de comprender cabalmente hasta que sus propias obreras cuenten su experiencia. Otra vez, ecos de Spivak: no hablar en nombre del subalterno y esperar con la boca cerrada y las manos fuera del teclado si ese discurso es (todavía) imposible.
Allí donde Sara Ahmed llama a complejizar el debate y bell hooks se calza los guantes, Menon despliega sus dotes pedagógicas y su infinita paciencia para articular un discurso que, en su apariencia simple y amable, logra pasar por todos los grandes éxitos en cuanto a feminismo se refiere. Ver como feminista es un libro ágil y sensible, que encontrará al lector asintiendo más de una vez mientras lee. Más allá de la ferocidad de bell hooks, más acá del academicismo de Ahmed, Menon sostiene que “el feminismo no va de un momento de triunfo final, sino de una transformación gradual del campo social tan decisiva que las antiguas demarcaciones cambien para siempre.”. Su rol en esta transformación, pareciera, es el de abrir los brazos y recibir conversas. Alguien tiene que hacerlo.