Recuperar el presente
El libro de la investigadora Vanesa Teitelbaum, recientemente editado por Tren en movimiento, invita a revisar el pasado para enfrentar la trama sensible de nuestro presente.
Facundo Milman

Hay textos que narran viajes de todo tipo. Pensemos en El narrador (1936), el famoso artículo de Walter Benjamin, que dice: quien hace un viaje, puede contar algo o, como lo hace Edmond Jabès, la escritura es como un viaje. Pero este es un viaje en el cual no sabemos si vamos a volver siendo los mismos porque erra de un lugar hacia otro y también da testimonio sobre el lugar desde donde se escribe. En el dictum benjaminano, el narrador siempre viene de lejos. La narradora de este libro viene desde lejos, desde otra parte del mundo, y llega hasta este lugar: la Argentina. Pero también mantiene un diario donde cuenta lo que le sucede, los riesgos que corre, cómo acceder a ciertos lugares y lo que hace en el mientras tanto. De esto se trata El viaje de Nejome. Refugiados judíos durante la Segunda Guerra Mundial (2022) de Vanesa Teitelbaum. Porque, por un lado, si el libro narra el viaje de Nejome, por el otro, el texto versa sobre la manera de recuperar el presente. La tradición judía y, sobre todo, la tradición judeo-argentina se inmiscuye en la recuperación de los antepasados. En este sentido, Teitelbaum es una fiel heredera de lo que compone al judaísmo argentino porque recupera, escribe e investiga sobre su pasado. Y, en lo fundamental, su pasado es el nuestro. Un pasado del que ella y su traición se adueñan de un recuerdo que estaba olvidándose, un pasado que relampaguea como un instante de peligro.

El libro se compone de dos textos: un texto crítico (en forma de prólogo) y el diario de Nejome Zaluski. Si bien el prólogo es extenso, el mismo es beneficioso. Las palabras iniciales abren a una zona que es desconocida por su tiempo, el tiempo en el que se escribe, y a una realidad que irrumpe. Porque Nejome se escapa y deja a su familia, pero también da testimonio de sus compromisos con el mundo (judío y no judío). Sin embargo, quiero empezar hablando del diario. El diario de Nejome, que compone el análisis y es el pretexto para la escritura, es un texto escrito en idish. Entonces este es el principal factor y dificultad: es una traducción. Cabe mencionar que la traducción fue realizada magistralmente por Lucas Fiszman, profesor en la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires. Fiszman se dedica hace años a la investigación e imparte cursos de idish en el Instituto IWO (y para ser justos debería decir que fui su alumno en dicha institución). El diario traducido vuelve a nosotros ya no como ídish-parlantes, sino como hablantes del español nativo y también como no-parlantes-del-ídish. Por eso tenemos la obligación de hablar de recuperación: recuperar algo del pasado que estaba perdido. Hasta este momento. El trabajo de Fiszman es fundamental, por un lado, por su traducción y, por otro lado, quiero subrayar la importancia de Teitelbaum porque encontró un archivo que nadie sabía nada de él. En otras palabras, se adueñó de un diario de viaje o podríamos catalogarlo como un diario de errancia y así nos hemos enterado de su existencia: de la existencia de Nejome, de su marido, de su familia, de que ella llegó a Buenos Aires y luego fue a Tucumán, que su familia fue masacrada (sus padres, sus hermanos, su ámbito social). Sin embargo, este es el trabajo fundamental de la historia y los estudios sociales: honrar la memoria de los sin nombre a través de la construcción histórica.
El prólogo del que se ocupa Vanesa Teitelbaum se teje en el judaísmo o, también cabe decirlo así, en lo familiar. Teitelbaum declara que Nejome era una tía de su padre, pero también anuncia que fue una de las primeras asociacionistas femeninas judías en Tucumán. Me interesa subrayar que, en primer lugar, es parte de su familia, es parte de lo familiar como una herencia adjudicada, y luego que participaba activamente como miembro de su comunidad. Pienso que lo familiar es una de esas grandes ficciones de la vida cotidiana porque compone la estabilidad de las cosas y un último resguardo de lo privado. Sin embargo, también aparece entre nosotros la palabra alemana Unheimlich: Schelling la entendía como la manifestación de aquello que debía quedar oculto, pero Freud nos dice es lo que antes era familiar pero ahora es amenazante o siniestro. Si bien el retorno de Nejome es algo grato porque sobrevivió, no deja de ser un signo de la sobre-vida. A la inversa de Sigmund Freud: lo que antes era siniestro, ahora es familiar. En otra instancia, está la comunidad o lo comunitario del judaísmo. En algún sentido, Nejome participaba de forma activa y de manera buberiana ya que no existe otra manera de construir comunidad en la que se equilibren justicia y libertad más que basándose en la relación del encuentro con los otros. Y, de hecho, Zaluski no ha dejado de encontrarse con otros desde su arribo hacia este país.

El otro aspecto identitario que me interesa señalar es el lingüístico y socialista. Ella formó parte de Hashomer Hatzair, el primer movimiento juvenil sionista-socialista y era una ferviente profesora de ídish. Primero, ella se situaba en el mundo como judía y luego como socialista -más allá del sionismo militante al cual pertenecía. Su enojo, al nacer en un pueblucho de Polonia, estaba puesto en la URSS y, específicamente, en el totalitarismo comunista de Stalin. De hecho, catalogaba al stalinismo de “fascismo comunista” porque si bien estaba de acuerdo con el marxismo y el comunismo revolucionario, al ser judía en la URSS de Stalin, veía como los propios eran masacrados. Porque, de acuerdo con sus propios sentimientos comunitarios, su identidad y su sentido de pertenencia a partir del judaísmo, Nejome Zaluski no podía mostrarse indiferente al antisemitismo soviético. En otra instancia, Elisa Cohen de Chervonagura, especialista en letras y estudios judíos, fue alumna de Nejome Zaluski y recuerda que ella le enseñó ídish y también resguarda un testimonio sobre la lengua: Nejome le confío su lengua y le dijo “quiero que el ídish no se termine”. Y es que no quería que el ídish no se terminara porque los judíos habíamos sufrido un lingüicidio, una gran cantidad de hablantes habían sido asesinados en el evento Auschwitz. El deseo de Nejome por no dejar morir al ídish y que no se termine tiene una correlación con León Rozitchner ya que, como él escribió, nuestra madre para hacernos judíos nos habló en idish. Por lo tanto, el idish se erige como lengua materna y acto performativo de judeidad: no queremos que el idish se muera como muere una Madre. En el caso de Rozitchner, no hablaba pero lo entendía. Lo entendía en un nivel de afección porque ni siquiera era necesario comprender las palabras que se decían, el idish así se compone como el cuerpo materno: un lugar donde arroparse. No obstante, cabe hacer la pregunta de León Rozitchner arrojada hacia la actualidad: ¿qué les pasa a los judíos que en Israel tienen que murmurar en hebreo lo que les pasó en ídish? ¿Qué hacen estos judíos en un Estado que modernizó una lengua que solo se utilizaba para rezos? Y, sobre todo, tenemos que preguntar: ¿cómo podría percibir Nejome Zaluski este cúmulo de diferencias entre las matanzas de las que escapó y el hebreo moderno que solo puede murmurar sobre una lengua llena de cicatrices? Preguntas, preguntas que acosan como Joseph Roth hablaba del errante: al caminante no se le pregunta adónde va, sino de dónde viene. Pero, todavía así, lo que le importa al errante es su destino y no su punto de partida. Preguntémosle al texto de Nejome: ¿qué le importa más el punto de partida o el punto de llegada? La pregunta, como siempre, es la que recuerda el pasado que la Historia ha olvidado.