Una poética de lo Real*
La ontología estética del filósofo Clément Rosset
Eliane Weismann

En octubre de 1995, Clément Rosset escribió: “Sin la palabra, que es lo único que cuenta en la realización de un pensamiento, la idea no es otra cosa que un fantasma a la espera de un cuerpo”. A cinco años de su muerte en París, sabemos que fueron las palabras sobre las que se anuda un camino de reflexión filosófica tan incómoda como irremplazable en en lo que podría describirse como una poética de lo Real.

Clément Rosset entró a la École Normale Supérieure en 1961 y se convirtió en agregado de filosofía en 1964. Enseñó filosofía en Montreal entre 1965 y 1967, y luego en Niza hasta 1998. Alumno de Louis Althusser y de Jacques Lacan, produjo una profusa obra escrita en la cual desarrolla una singular ontología de lo Real. El principio de la alegría está en el centro neurálgico sobre el cual se produce la aprobación de lo real que no tiene que ocultar ni sublimar sin su crueldad. La paradoja de la alegría radica en que nada en lo Real nos lleva a su aprobación y, sin embargo, podemos más que aferrarnos incondicionalmente a eso. Es la visión “trágica” en el sentido que le confiere Nietzsche: el amor a la vida, incluso en el desamor y el dolor más extremos, es trágico. Ser feliz es entonces serlo a pesar de todo.
Tanto en La Philosophie tragique (1960) como en Logique du pire Rosset (1971) y Le Réel et son double: essai sur l’illusion (1976), opone esta visión trágica y alegre a la búsqueda de un Doble que pueda salvar lo Real de la catástrofe de la realidad construida por el posibilismno. Dado que lo Real es tan cruel como inenarrable, es lógico que la gente tienda a optar por un doble: un sustituto, una imagen ilusoria y suavizada que nos aleja de lo Real reenviándonos a él de manera indirecta. Sobre este punto en particular versan los ensayos reunidos en Fantasmagorías (seguido de Lo real, lo imaginario y lo ilusorio), donde las imágenes dan paso a ese régimen de ilusión sobre el cual se elabora la visión moral del mundo desde su doble.

Sus Escritos sobre Schopenhauer le han prodigado el mote de continuador de las filosofías del absurdo (en la gradiente de escepticismo que se describe a través de los nombres de Jean-Paul Sartre, de Albert Camus, de Samuel Beckett y de Emil Cioran). Como para Schopenhauer, para Rosset el mundo es doloroso; pero lo que resulta determinante a la hora de elaborar una perspectiva filosófica de ese dolor es que, como tal, carece por completo de razón y es eso lo que lo revela escandaloso y absurdo.
Esa idea, que podría remontarse a trabajos como L’Anti-nature: éléments pour une philosophie tragique (1973), decanta paradójicamente en una filosofía alegre y aprobatoria de un mundo donde lo peor es lo único cierto. Lo peor es lo que existe; lo real es anterior a las ideas de sentido, orden o naturaleza: es el propio azar, como silencio e insignificancia. En Le Réel, traité de l’idiotie (Lo Real. Tratado sobre la idiotez), la obra capital de su filosofía, Rosset extrema esa hipótesis. Se propone precisar los atributos de ese Real indeterminable y “no significante”. La tesis central de ese libro subraya que la dificultad de pensar lo Real reside justamente en el hecho de que no le falta nada, en que es autosuficiente, en que no necesita ningún fundamento (porque, en el fondo, no hay nada que explicar, nada que entender en lo Real). Es por eso que lo Real puede concebirse como lo que, por definición, no tiene doble.

La ontología de lo Real a la que conduce esta reflexión tiene la peculiaridad de no apoyarse en el pensamiento de su ser o de su unidad, sino de aferrarse únicamente a su singularidad, que sólo es posible por la gracia de una alegría sin razón. El Real al que accedemos, por infinitesimal que sea, en relación con la inmensidad que se me escapa, debe ser considerado el correcto. En ese sentido, la reflexión de Rosset despliega provocativamente un pensamiento que es a la vez ontológico y estético. La risa, el miedo y el deseo son los nombres que la fotografía, el cine, la música, las artes plásticas y la literatura exhiben no lo Real sino la lucha interminable entre lo Real y ese doble que lo vuelve tolerable a costas de retirarnos en la fascinación. Lo Real es un plano de inmanencia. El secreto del mundo, escribe en L’Objet singulier (1979), es justamente el mundo. No hay nada que buscar en ningún orden de trascendencia. Nietzsche completa a Schopenhauer. En La force majeure (1983), Rosset dedica un largo y decisivo pasaje a la elucidación Nietzsche como pensador de aprobación incondicional del azar de la vida. Esa lectura, en cierta consonancia con las interpretaciones desarrolladas en los años 60 y 70 por otras figuras de la filosofía francesa como Michel Foucault, Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Maurice Blanchot, Georges Bataille, Pierre Klossowski, etc. Pero lo que singulariza la intervención de Rosset es su esfuerzo por sacar a la luz a un Nietzsche fundamentalmente afirmativo y alegre, subrayando especialmente su sentido musical (aspecto demasiado poco atendido por los comentaristas). Sus Notes sur Nietzsche parten de esa lectura y formulan una contribución crucial al desarrollo posterior del pensamiento de Rosset. Lo que rescata es una vena materialista que interpreta a Nietzsche en la línea de otras filosofías de las que recibió sensible influencia: Lucrecio, Montaigne, Pascal, Spinoza, Hume, Bergson, Deleuze e incluso Lacan. El materialismo de su pensamiento es el materialismo de la letra. Y su carácter insólito, singular, único, sin doble es la media de su idiotez.
*Traducción: MC