Escándalo y prejuicio
Frente al puritanismo de la época victoriana, el arte de Duncan Grant, uno de los nombres menos conocidos del grupo de Bloomsbury, fue un torbellino de libertad, sexo y ruptura.
GUADALUPE FERNÁNDEZ MORSS

Ser intelectual en la Inglaterra de fines de la época victoriana podía considerarse casi un sacerdocio. No era recomendable pensar, y pensar libremente resultaba casi inimaginable. En aquella época todo funcionaba de acuerdo a un sistema de códigos sociales, de buenos modales, de convencionalismos anclados en las vidas hasta el punto de constituirse en destino de muchas de ellas. Y esto, a todos los niveles de una sociedad monárquica, jerarquizada, muy esquematizada. Cada clase tiene sus tradiciones, sus valores, pero todos participan de un sistema regido por siglos de conformismo. El mítico grupo Bloomsbury era, ni más ni menos, que un clan de estudiantes de Cambridge llamado la Sociedad de Media Noche, al que pertenecían Virginia Stephen (pronto conocida con el apellido Woolf), sus hermanos Adrian y Thoby Stephen, y ya entonces Leonard Woolf. También estaban Desmond MacCarthy, Lytton Stratchey, Clive Bell, E. M. Forster, T. S. Eliot, Bertrand Russell, Roger Fry y Maynard Keynes, por ejemplo. Un grupo, como dice John Lehmann, que tuvo una gran influencia sobre toda la vida artística e intelectual de Londres y de Inglaterra en general, cuyas ideas eran básicamente filosóficas. Es interesante observar de qué manera aparecen todos esos nombres en la correspondencia entre Virginia y Lytton Stratchey (600 libros desde que te conocí, JUS), la cantidad de referencias artísticas que mencionan y los debates intelectuales que presentan. Para el biógrafo (y sobrino) de Virginia, Quentin Bell, “Bloomsbury apareció antes de la guerra como un grupo poco reconocido, que no había publicado mucho”. Aunque entiende que el grupo era revolucionario, pero lo era más desde el punto de vista estético que desde el punto de vista político. Todos los miembros de Bloomsbury, salvo Leonard Woolf, procedían de clases dirigentes. El esteticismo de algunos les permitió romper con la austeridad victoriana. Un cierto gusto por la delectación y su rechazo de los prejuicios les servían de freno al puritanismo del ambiente. Una insaciable curiosidad hace que introduzcan en Inglaterra la vanguardia europea, después de la pintura postimpresionista, el cubismo, los ballets rusos, los pensadores alemanes. Pero se trata de un nuevo savoir vivre más que de una revolución. El estilo era desenvuelto y serio, un poco bohemio, pero siempre de buen tono. Se hablaba con libertad, se empleaban palabras crudas, pero con un acento aristocrático. A pesar de las opiniones políticas liberales que se sustentaban, se trató, como casi siempre, de un clan cerrado. De una casta dentro de otra casta.
Algo eclipsado por esos nombres quedó el del artista Duncan Grant.

En público, Duncan Grant era un pintor carismático e influyente, miembro del grupo de artistas e intelectuales de Bloomsbury que floreció en Londres durante y después de las guerras mundiales. En privado, era igual de carismático, y se involucró con una serie de amantes masculinos, escarceos eróticos que mantuvo ocultos para evitar la persecución policial. Nacido en 1885, cuando aún gobernaba la reina Victoria, Grant era un octogenario corpulento cuando los actos privados de homosexualidad fueron ampliamente despenalizados en Inglaterra, en 1967. Para entonces, era un hombre de considerable experiencia, experto en ligar con hombres en la National Gallery y en el Speakers’ Corner de Hyde Park. Durante décadas, Grant, un dibujante compulsivo, mantuvo cientos de dibujos explícitos – garabateados en el reverso de trozos de papel y listas de la compra– fuera de la vista del público. Juguetones e inventivos, estaban alimentados por los recuerdos de sus aventuras y su imaginación desbordante. “No puedo hablar por nadie más”, dijo en 1970, “pero tuve relaciones con cualquiera que quisiera tenerme”.

Una selección de docenas de dibujos eróticos del artista –de una colección de más de cuatrocientos– se ha puesto finalmente a disposición del público, en una exposición conjunta en Charleston, la casa que Grant compartía con la pintora Vanessa Bell, titulada Very private. No es una exposición tímida. Los dibujos de Grant están poblados de rubias angelicales, sátiros y cuerpos larguiruchos y musculosos en posiciones atléticas de todo tipo. Hay camisetas marineras diminutas, medias de red, trajes de baño reveladores y muchos botones de latón. “Son imágenes tan fuertes, con tanta carga sexual, pero también increíblemente sensuales”, explicó el curador Darren Clarke. “No hay sensación de incomodidad, no hay coacción; todo parece consentido y también algo alegre”. A pesar de su época, Grant no se guardó nada: en sus trabajos hay solteros, dobles, tríos y un estudio para una orgía, y la sensación de que en esas obras el ojo de un artista está trabajando. “No es sólo un dibujo de alguien teniendo sexo”, entiende el curador, “sino una composición de dos cuerpos entrelazados”. Más de cien años años después de la primera muestra individual de Duncan Grant, esta exposición repasó de qué manera sus experimentos en la abstracción y la pintura postimpresionista escandalizaron y entusiasmaron al público y a la crítica.