Una revuelta de lo negado
A propósito de la nueva ciencia de la política de Eric Voegelin y Hans Kelsen.
Facundo Milman

Venir de otro lugar e instalarse en otro sitio, eso es la hospitalidad frente a todo. Estudiar, y no aprender, una disciplina y obsesionarse con otra. Leer los intersticios de la lengua y escribir la teoría política. Pienso, en general, que eso puede cifrarse en una escritura política y, en particular, si es la ciencia política. Es difícil reconstituir la ciencia política del siglo XX y, todavía más, si uno no forma parte de su campo de estudios. Sin embargo, la lectura de Walter Benjamin me indujo a esto. Benjamin, en primera instancia, por sus lecturas de Carl Schmitt y Jacob Taubes, en un segundo momento, por su manía con Carl Schmitt. Taubes sabía, y bien lo presentía, que Schmitt era uno de los pensadores más influyentes del siglo XX. Y digámoslo claramente: Heidegger y Schmitt. Me gusta traer a colación una vieja anécdota: Hermann Goring, el vicecanciller del Reich, envió en un viaje a Carl Schmitt y Martin Heidegger a Roma junto a otros profesores alemanes. Ambos intelectuales llegan a Roma y son recibidos por la máxima autoridad, Benito Mussolini y el Duce les dice “Salven al Estado del Partido”. En esta ocasión, y para no desviarnos más del tema, me propuse reconstruir la otra vía de la ciencia política del siglo XX: la de Hans Kelsen y Eric Voegelin. Katz editores publicó un pequeño pero bello libro: La nueva ciencia de la política (2006). Voegelin no solo fue alumno de Kelsen, sino que Kelsen también fue el director de su tesis doctoral. En este libro escrito por Eric Voegelin si bien hay un ensayo sistematizado de la exposición, también nos encontramos por primera vez con la respuesta al antiguo maestro.

Antes que nada, hay que dejar en claro la particularidad de los profesores de ciencia política del siglo XX: en su gran mayoría, estudiaron derecho. Son abogados y/o juristas. Por un lado, Carl Schmitt y, por otro lado, Hans Kelsen y Eric Voegelin. La excepción es Jacob Taubes: doctor en Filosofía y profesor de sociología de la religión. Si, como decía Terry Eagleton, toda lectura política empieza por el interior de los textos, no puedo no pararme en el epígrafe del y al libro. Es una cita de Richard Hooker en la que socava dos tendencias: la posteridad y la responsabilidad. Las cosas no pasan así porque sí, sino que también ocurren por nuestras acciones y nosotros somos responsables. Es toda una declaración de Voegelin. Además que Hooker ponía en ejercicio la razón, la inclusión y la tolerancia. La lectura política empieza desde acá: desde el epígrafe al texto; desde las citas a los márgenes; desde la primera palabras hasta el corpus textual.
El recorrido propuesto por Voegelin es taxativo porque está fundamentado no en un nuevo recorrido de la ciencia política, sino que es una relectura. Volver a leer siempre posibilita leer otro texto y, en este caso, leer otros textos. Voegelin lee no solo los mismos -y los otros- textos, sino que también añade y complementa con nuevas lecturas. Por un lado, establece nuevos criterios para ahondar en su ensayo y, por otro lado, recrea la filosofía de la historia para abordar a la ciencia política. Se propone, en primera instancia, tomar al hombre como lo que es: una existencia histórica. Y, por consiguiente, si una teoría política relee sus intersticios, debe ser una teoría de la historia. Esta es la lectura política de Voegelin: no solo situar al hombre como existencia histórica, sino que también esbozar una nueva teoría de la historia. Esto nos atañe porque si hemos sostenido que la ciencia política revisa a la filosofía y proviene del derecho, la historia no podía quedar indemne. De esta manera, los bordes se empiezan a rozar y producen un pliegue: la nueva ciencia de la política.

En el libro, la historia se escinde en tres tramos: en primer lugar, la fundación de la ciencia política a partir de Platón y Aristóteles junto a la crisis helénica; en segundo lugar, el Civitas Dei de San Agustín que marcó la crisis de Roma y el cristianismo; en tercer y último lugar, Hegel y la filosofía del derecho que inaugura la primera gran conmoción en Occidente. Entonces, en esta lectura, no solo tenemos nuevos procesos, sino también crisis. En cada momento, una crisis; en cada inauguración de la etapa histórica, la caída de lo construido; en cada figura histórica, un nuevo eschaton. Lo propuesto en este texto no solo es revisar, y no hacer un revisionismo, sino que también hay una praxis de trabajo: es ir a los principios de la ciencia política para fundar otra; es ir al pasado para producir nuevos sentidos; es recomponer lo ignorado en el proceso de erigir una nueva disciplina incorporando los matices ignorados. En ese sentido, Voegelin es contundente porque plantea que los principios deben recuperarse a través del trabajo teórico, pero el mismo empieza por tomar la situación concreta de la historia de la época actual. Para revisar toda la ciencia política e incorporar todo lo restante sin que sea un intento totalizante, Voegelin añade la situación histórica de la época y la amplitud del conocimiento empírico. En eso radica la lucidez de este libro: en poder incorporar, actualizar y producir nuevos sentidos a través del presente.
La otra señalización que me interesaba hacer era la metodología de trabajo. Porque el profesor, y me gusta designarlo como tal, se ocupa de devolverle parte de lo perdido a la ciencia política. Esta metodología también es una declaración de principios porque opera a través de un ajuste de cuentas. Voegelin le declara la guerra al positivismo. Entre tantas cosas, él expone que el movimiento de reteorización de la ciencia política debe entenderse como una recuperación de lo destruido. Pero recuperación de lo destruido por el positivismo durante el siglo XIX. Es interesante reparar en un término, en recuperar. Porque es una palabra que puedo situar en la tradición.

La tradición funciona en tres etapas: creación, supresión y recuperación. En consecuencia, me gusta mucho lo que dice Juan José Saer en el libro Por un relato futuro (1977) de Ricardo Piglia: “La tradición no significa necesariamente repetición tópica ni inmovilidad”. Y creo yo que se puede pensar este fragmento con lo antes mencionado. Voegelin no repite o, puedo decir, repite y difiere. Voegelin repite porque cambia y ese cambio hace movible a la politología. Da nuevos matices, incorpora nuevas tesituras, produce algo con lo olvidado por los maestros. Entonces sí, la tradición no significa repetición ni inmovilidad. Al contrario, la repetición hace mutar al contenido. La repetición cambia porque el ejercicio de Voegelin conlleva recuperar lo obviado o, como diría Nicolás Rosa, “leer lo negado”. A su vez, también establece una crítica hacia las ciencias naturales y su método. La premisa era que las ciencias matematizantes tenían una cualidad inherente y si aplicábamos esa cualidad, todas las demás ciencias obtendrían tarde o temprano un resultado certero. En otras palabras, Voegelin critica la noción de éxito ultra-productivista del capitalismo tardío. Porque, como él señala, el resultado y lo exitoso del método descansa en aplicar fórmulas. Sin embargo, en el ámbito de la ciencia política como en el resto de los campos sociales, se trata de leer y analiza; del encuentro irreductible y la irrupción; de producir un sentido y que tenga puntos ciegos. Esta es la (a)puesta de Voegelin: por un lado, criticar al método de las ciencias y, por otro lado, leer. Podemos señalar algo más: se trata del sentido de la lectura que entra en disputa, y no de la hermenéutica, enfrentada a otrora. No hay un sentido que descubrir, no hay revelación divina digna de un corpus religioso, no hay un dogma que no permite ser leído. Hay lectura, un sentido en producción. Estamos, una vez más, delante de la lección de Barthes: no hay texto preconcebido, no hay lector de antemano y saberes escondidos. Nos debemos al lector.
Así es como Voegelin propone su nueva ciencia de la política a través de la lectura y la escritura, las operaciones para entender el fenómeno y la historia de la política también son con la lectura. A pesar de todo, la reconstrucción es posible por y para la memoria ya que la memoria descansa en la política. Solo en el ejercicio continuado de la memoria, la cultura política se puede volver a constituir y mantener una oposición ética-moral de la violencia estatal. De tal modo, Georg Simmel como Max Weber y Walter Benjamin han dado sus respectivas advertencias frente a la violencia estatal: toda violencia es un medio o bien como instauradora o como conservadora del derecho. Porque así como hay pasados que no dejan de habitar el presente, hay presentes acosadores que no permiten que abandonemos el pasado.