Alejandro Ros: el diseño como actitud
El libro “Diseño argentino” es una retrospectiva de todo el trabajo del gran diseñador de las tapas de los mejores discos de la música argentina y de la época dorada del periodismo cultural.
MARINA WARSCHAVER

Un año después de que László Moholy-Nagy muriera a causa de una leucemia en noviembre de 1946, se publicó su libro Vision in Motion [Visión en movimiento], título que pronto se convertiría en una referencia ineludible. Nadie que lo leyese entonces —o ahora– habría podido imaginarse el espantoso calvario que sufrió su autor mientras lo escribía. En cuanto manifiesto de la visión que tenía Moholy-Nagy del diseño, el arte, la tecnología, la educación creativa y el papel de todo ello en la sociedad, sintetiza las ideas y observaciones de un individuo notablemente dotado y dinámico, que había vivido el nacimiento del constructivismo en su Hungría natal tras la Primera Guerra Mundial, el apogeo de la Bauhaus en la Alemania de la década de 1920 y el surgimiento de la modernidad en la de 1930, primero en Gran Bretaña y más tarde en los Estados Unidos. Pese a lo gravemente enfermo que estuvo mientras escribía Vision in Motion, el libro trasluce la energía y el optimismo de Moholy-Nagy, sobre todo en lo relativo a su fe en el poder del diseño para construir un mundo mejor.
Esta visión ecléctica y empoderadora del diseño, y la convicción ferviente de que la sociedad podía beneficiarse de abordarlo con una mentalidad más abierta y progresista, quedan resumidas en estas palabras del segundo capítulo de Vision in Motion: “Diseñar no es una profesión, sino una actitud”. La frase es encantadora. “La idea del diseño y de la profesión del diseñador debe transformarse de su concepción como una función especializada, en la de una actitud general válida de inventiva y capacidad, que permite ver los proyectos no de manera aislada, sino en relación con las necesidades del individuo y de la comunidad —escribió Moholy-Nagy—. Todos los problemas del diseño convergen, finalmente, en un único gran problema: ‘diseñar para la vida’. En una sociedad sana, este diseño para la vida alentará a todas las profesiones y vocaciones a que desempeñen su papel, puesto que su grado de vinculación con todo su trabajo es lo que da a cualquier civilización su calidad”.

Al definir el diseño como “una actitud”, Moholy-Nagy reconocía su potencial para convertirse en una fuerza social más poderosa operando como agente del cambio eficaz e ingenioso, libre de restricciones comerciales. Siempre ha habido diseñadores que lo han hecho así: Ródchenko, Stepánova, El Lisitski, Popova y Gan se cuentan entre ellos, así como el propio Moholy-Nagy. Quizás el resultado de toda la obra que supieron plasmar esos nombres en diferentes ambientes, épocas y contextos socials, sea un nombre que, para Argentina y el diseño editorial en estos lares, sea fundamental: Ros. Mientras uno hojea el libro blanco del Diseño argentino de Alejandro Ros se da cuenta al menos de dos cosas: uno que el diseño puede ser una particular forma del arte y, dos, que Alejandro Ros fue el responsable de nuestra educación estética y emocional a lo largo de toda esta vida. El libro, en definitiva, es una retrospectiva fascinante de todo el trabajo de Ros y una muestra de su genialidad para expresar con recursos mínimos ideas claras y disparadoras de nuevas perspectivas.

Los debates sobre la cultura moderna hace ya mucho tiempo que vienen estructurándose en torno a las oposiciones entre alto y bajo, elitista y popular, modernista y de masas. Se nos han convertido en una segunda naturaleza, no importa si lo que queremos sea mantener las viejas jerarquías, criticarlas o subvertirlas del modo que sea. En sus trabajos, Ros consigue atravesar esas oposiciones de manera perpendicular e interpelarlas una a una.

Hal Foster supo decir que el diseño contemporáneo forma parte de una revancha mayor del capitalismo sobre la posmodernidad, una recuperación de sus cruces de artes y disciplinas, una rutinización de sus transgresiones. La autonomía puede ser una ilusión o, mejor, una ficción. Periódicamente también, esta ficción puede hacerse represiva, incluso mortal, como lo fue hace décadas, cuando la posmodernidad empezó a desarrollarse como una salida a una modernidad petrificada. Pero nuestra situación ya no es ésa. Quizá es hora de recuperar un sentido de la ubicación política de la autonomía y de su transgresión, un sentido de la dialéctica histórica de la disciplina y de su contestación, intentar de nuevo «proveer cultura con margen de maniobra». En algún sentido podríamos pensar que el diseño de Ros (flyers para fiestas, tapas de discos o tapas de los suplementos más rupturistas del periodismo argentino como Las 12 o Radar) sea nuestro margen de maniobra para poder pensar los debates contemporáneos y el arte desde el sur del sur del mundo.