Saer, el jugador y el azar de la letra escrita
Carlos Godoy

Saer era muy timbero y, como todo timbero, también muy competidor. El mejor atleta de todos los tiempos, Michael Jordan, padecía —o gozaba— lo mismo: durante su primer retiro fue perseguido y acosado en los medios de todo el mundo por su adicción al juego. Ambos, del temperamento que produce la competencia y de la adicción a la adrenalina de perderlo todo, hicieron su obra.

En la competencia aplicada al plano deportivo, aunque sea un trabajo en equipo, hay zonas de control definidas por el rendimiento físico, la concentración y sobre todo la confianza. En cambio en la literatura la competencia es otra cosa. Es algo totalmente fuera de control y por lo tanto, depositar competencia en eso presupone un divertimento masoquista.
Fogwill decía que cada nuevo libro “bueno” que se publicaba lo mataba, lo hería de muerte, lo borraba del mapa. Saer, cada vez que venía a la Argentina, siguiendo ese espíritu timbero que lo definía y lo perseguía, tomaba un taxi y recorría todas las librerías de la calle Corrientes (porque aparentemente no le gustaba caminar) y preguntaba en el mostrador cuantos libros había vendido él y cuantos su colega de editorial Paulo Coelho. El proyecto, imagino, era indignarse con el mercado, con el público, con la editorial, con sus lectores pero nunca con su literatura.
En una entrevista que se puede ver en youtube, realizada en el año 2000 por Cristina Mucci en su programa Los 7 locos, se lo puede ver incluso con una camisa a cuadros demodé y con su figura de empleado municipal provinciano reluciendo ese temple del escritor resentido que padece, sufre, el éxito de los demás. La excusa de la entrevista era hacer prensa a su último libro Lugar (Seix barral, 2000) que es el último que publicaría en vida y es un libro en el que retoma el proyecto, ya iniciado con La mayor (Seix barral, 1976) de la escritura fragmentaria. Incluso en esa entrevista se puede escuchar, dicho por el mismo Saer, el alcance de ese proyecto. Específicamente trata de que es el fin de la novela modernista y que el público ya no es capaz de retener la atención que requiere un texto de ese orden: más de quinientas páginas, cientos de personajes que entran y salen, generaciones familiares, desplazamientos a lo largo de países, continentes.

Lo curioso, y medio tristón, es que también en esa entrevista profesa que la buena literatura no vende y que a él no le interesa vender, algo totalmente contradictorio con esta estrategia narrativa.
Después de la entrevista, que la suelo ver al menos una vez por año tal vez como un ejercicio de pedagogía de choque, siempre me quedo pensando en dos cosas. Por un lado que el Turco seguía viendo cómo participar del mercado sin abandonar su proyecto literario. El éxito era un fantasma que lo perseguía. Y por otro que murió cinco años después de esta entrevista, en junio del 2005 y ese mismo año, en octubre, se publicó de modo póstumo su último libro que era su trabajo más extenso y modernista: La grande (Seix Barral, 2005).
En Lo imborrable (Seix Barral, 1992) una especie de biografía de Tomatis, su personaje más entrañable, que no era otro que él mismo; desliza la escena de una apuesta imaginada donde revela por un lado, sus deseos profundos y frívolos de éxito, y por otro, su temor infantil al mercado:
Mire, Tomatis, le damos a elegir a ver qué le parece, por un lado le proponemos una estadía por tiempo indeterminado en un hotel de lujo, con pileta de natación de agua de mar en una estación balnearia de moda y al mismo tiempo le mandamos dos lindas tetonas de veinte años, una negra y otra blanca para que le hagan lo que usted quiera y las puede cambiar por otras cuando lo desee, el bar y todos los restaurantes están también a su disposición, y todo esto por supuesto a usted no le cuesta un centavo, corre por cuenta la producción; por el otro lado lo dejamos chapaleando con la mierda hasta el cuello lo cual no cambia nada de su situación actual y al primer gesto suyo que no nos guste lo agarramos a sopapos y en una de ésas se la cortamos en rebanadas; nos damos cuenta de que la decisión no es nada fácil pero francamente con la mano en el corazón usted qué elegiría.