Sexo, consentimiento y placer

¿Cuándo nos tragamos la idea de que sabemos lo que queremos, tanto en el sexo como en todo lo demás?, se pregunta Katherine Angel en “El buen sexo mañana” y plantea con lucidez el tema del consentimiento.

GIMENA BILBAO
Pleasure, de Ninja Thyberg.

En la película Pleasure (2022), la ópera prima de la directora sueca Ninja Thyberg, una chica de diecinueve años llega a Los Ángeles para convertirse en una estrella porno. Bella Cherry (Sophia Kappel en su debut cinematográfico) es una antiheroína que no provoca pena ni conmiseración, tampoco lo contrario. Esta mujer hace lo que se le exige a las actrices más famosas y mejor pagas: conseguir más seguidores en redes sociales y destacarse del resto; se abre paso en un mundo a veces seductor y a veces sórdido sin eludir sus implicancias.

Si bien Pleasure no es un documental –aunque participan varias figuras de la industria–, brinda acceso a prácticas y a puntos de vista de quienes la constituyen. Bella firma acuerdos de consentimiento rigurosos que incluyen grabaciones en video pero eso no la mantiene a salvo de la manipulación y los abusos. “¿Cuándo nos tragamos la idea de que sabemos lo que queremos, tanto en el sexo como en todo lo demás?”, se pregunta Katherine Angel en El buen sexo mañana (Alpha Decay, 2021), un ensayo que hace tambalear la retórica del consentimiento mientras indaga en la construcción de la sexualidad femenina. La autora –doctora en Historia de la Sexualidad y Psiquiatría– cuestiona ideas arraigadas sobre el deseo e insiste en que el autoconocimiento absoluto (bajo la premisa de que tenemos la obligación de saber exactamente lo que queremos) es un engaño. Y no solo eso: una pesadilla.

“¿Acaso alguien se gobierna a sí mismo, bien sea en el sexo o en cualquier otro ámbito? Lo dudo”. Por más acuerdo firmado que se archive, por más sí o no registrado en video en la propia voz de la protagonista, la retórica del consentimiento implica un peligro: deshabilita la duda y se arriesga a convertir en inaceptable “no solo la dificultad para admitir el deseo, sino incluso la posibilidad de que, para empezar, no sepamos lo que queremos”. Angel aclara que no propone tirar por la borda el consentimiento, fundamental y básico, sino que invita a reconocer sus limitaciones: “no puede cargar con el peso de todos nuestros deseos de emancipación”.

El vínculo de la mujer con el deseo es tan complejo como para el hombre: mientras el deseo de la mujer se patrulla, el deseo del hombre se exige.

El vínculo de la mujer con el deseo es tan complejo como para el hombre: mientras el deseo de la mujer se patrulla, el deseo del hombre se exige. Las mujeres, dice Angel, tienen buenos motivos para temer que indaguen sobre sus deseos, “para temer que les pidan que describan su deseo, que las pongan bajo el foco incómodo del interrogatorio; literalmente, en la sala del juzgado, y figuradamente, en su cabeza”. Será la propia opacidad constitutiva del deseo la que comprometa nuestra sensación de soberanía, de conocernos y tener el control. “Parte de nuestro placer sexual reside en el modo en que esa dominación se rompe en pedazos […] Y cómo se rompe en pedazos la barrera entre nosotros y el otro”.

En su libro Daddy Issues –antecesor de El buen sexo mañana– Angel analiza la figura del padre en la cultura contemporánea. A partir del caso Weinstein (el productor de cine declarado culpable de abusar de mujeres que trabajan para él) y la declaración pública de divorcio de su esposa frente al escándalo mediático, Angel se pregunta qué pasa con los hijos que no pueden divorciarse de su padre porque es una figura internalizada. A partir de ejemplos de “malos papis” de la vida real y la ficción, ensaya la posibilidad de convertir su influencia en una fuerza constructiva en lugar de dañina, la posibilidad de llevar este vínculo, generalmente privado, al centro de la discusión pública. La clave aquí es la teoría psicoanalítica de Donald Winnicott, el papel de la hostilidad y la frustración como condición previa para la posibilidad de amar, vivir y prosperar.

La fantasía de ser infranqueables y totalmente autónomas para evitar cualquier daño es tentadora, pero el placer supone un riesgo inevitable: la ruptura de la barrera entre nosotros y el otro, habilita el estrechísimo espacio entre saber y no saber lo que queremos, nos obliga a abandonar “la ilusión de que alguno de nosotros tenga el control real o total en lo referido al placer y al sexo”. Tal vez ese sea el espacio donde las dicotomías (por fin) se desvanezcan. Tal vez sea cuestión de confiar –como propone Angel–, en que los demás renuncien a su capacidad de abuso y en la plasticidad que nos (re)compone para explorar nuestro deseo una y otra vez, aunque conocerlo nos lleve toda la vida.

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