Contra el sedentarismo
La virtud del caminar en la mirada de David Le Breton
Facundo Milman

Toda escritura es un pretexto para hablar sobre otra cosa y cuando David Le Breton escribió Elogio del caminar (2000), lo sabía mejor que nadie. ¿Qué clase de persona iba a escribir sobre un camino, sobre una caminata, sobre un trayecto? Pues él, David Le Breton. Pienso en algunas figuras de los caminantes: Roland Barthes, Walter Benjamin, Theodor Adorno, Louis Althusser. Cada uno con su complejidad, pero siempre con la caminata sobre ellos. Roland Barthes sostenía que la literatura no permitía caminar, pero sí respirar; Walter Benjamin escribía que cuando supo caminar, no podría aprenderlo nunca más; Theodor Adorno -a través de Marshall Berman- imagina caminar con Walter Benjamin por el Central Park; Louis Althusser redactó una carta sobre lo que caminó durante toda una noche por su departamento y lo que pensó en su amor. Le Breton volvió a escribir sobre las figuras de los caminantes, pero esta vez para detallar sobre algo que le quedó inconcluso: los caminos y la lentitud, el caminar. Cuatro años después, Waldhuter Editores publica Caminar: elogio de los caminos y de la lentitud.

Caminar implica una ética, la ética de vivir puesto que la condición humana es una condición corporal y el cuerpo es el sostén de la vida. Le Breton esquematiza, en este libro, a través de la caminata como una ética a la altura del hombre. En una época tan sueltos de ética, con tantas barrabasadas y luchas dadas en el nombre de algún Bien, la ética se impone como el modo de vivir. Así como no hay pensamiento sin riesgo, no hay ética sin responsabilidad. Jacques Derrida ha sostenido con frecuencia que no hay justicia posible sin un principio de responsabilidad. Por eso me resulta interesante que Le Breton conecte ética con pensamiento: los dos elementos exigen su contemporaneidad en la época cuando, de forma precisa, faltan debido a su déficit. Además, el composé del libro está basado en la universidad: no solo como un lugar de saber e intercambio, sino también aparece la idea de la caminata como método para la refinación del espíritu. Solo pensar en El libro de los pasajes de Walter Benjamin escrutamos una realidad: el caminar en los pasajes encuentra su lugar, la figura del flâneur constituye su propia ética, estar en el entre. El caminante o, tal vez con más precisión, el errante se encuentra entre el adentro y el afuera. Esto define una ética y una ética es una manera de observar el mundo: la ética, no como una visión de Dios, como una visión del hombre por el hombre. El cuestionamiento de uno Mismo solo se puede efectuar por el Otro, eso es la ética.
Vivir en el espacio puede ser la definición tanto del caminante como del errante. David Le Breton dedica un capítulo al estatuto de la caminata en su libro. Traza un recorrido tanto literario como antropológico para dar un estado actual de la cosa. Porque, por un lado, la caminata nunca fue algo feliz y, por otro lado, muchas veces fue impuesta. Entonces tenemos un momento que caminar no era una actividad feliz y de libertad. Por el contrario, era una obligación: el errante es un caso, pero también están las personas que escapaban de ciertos Estados por su libertad. Acaso, ¿cuál era la situación del pueblo judío? Martín Kohan, en el libro Fuga de materiales (2013), lo ha sentenciado de manera explícita: del judaísmo no se puede emigrar entre otras cosas porque la emigración en buena medida lo constituye, hace a su tradición, hace su tradición. Pero también si la caminata es impuesta, entonces se convierte en un signo de miseria o de prueba personal.

Y sin embargo, el vagabundo. La figura del vagabundeo a través de la miseria (económica) compone la mayor degradación humana: hombre sin familia ni hogar, hogar que lo arrope frente a la adversidad de la existencia, y que de forma oportuna está de paso. El vagabundo está solo, pero a veces encuentra solidaridad. En estos casos, la solidaridad se metamorfosea en hospitalidad. Porque, tal como asevera el poeta y ensayista Edmond Jabès, la hospitalidad es el cruce de caminos. El huésped es el nombre que camina. La irrupción del camino, eje central de este texto, y el encuentro con el otro es lo que cifra un acontecimiento. El acontecimiento que no puede ser preparado ni premeditado. Solo se puede recibirlo, pero también hay una verdad en la etimología: hostis puede ser hospitalidad como hostilidad. Porque también, a veces, surge el desprecio por el aspecto del vagabundo y genera desconfianza. Ambas son las opciones y una es la herida: la indiferencia.
Luego de trazar un recorrido, una historización de la caminata, David Le Breton se encarga de hablarnos sobre la situación actual. Le Breton da cuenta de su época, del neoliberalismo agresivo e imperante que hay en esta contemporaneidad, cuando escribe sobre nuestro tiempo. Ir a pie es un anacronismo en el momento que existen los transportes públicos, las formas de desplazarse e ir a una mayor velocidad. Pero insistir en el cuerpo, insistir en la caminata, insistir sobre todo en la materialidad. La cita obligada es a Jacques Lacarrière: caminar en nuestro días no es volver a tiempos neolíticos, es volverse uno mismo un profeta. No obstante, la caminata es colectiva. Caminar, como pensar, es con los otros. Se impone como un hallazgo, en primer lugar, del cuerpo y de los cuerpos, en segundo lugar, como un uso recurrente de la memoria Arte y acción política:el intempestivo Carl Einstein = Art and politic action: the untimely Carl Einstein —¿por dónde vamos? ¿No frecuentamos ciertos caminos?Arte y acción política:el intempestivo Carl Einstein = Art and politic action: the untimely Carl Einstein— y, en tercer lugar, como un espacio ya recorrido. Este último caso responde a la señalización de un camino, así nadie se pierde para el (re)descubrimiento de una ciudad.

Le Breton escribe que la caminata es un modo de habitar el mundo, es la evidencia del mundo y desde donde se lo puede observar. La historia del caminata es la historia de todo el mundo. El mundo del vagabundeo, del caminante y, sobre todo, del errante compone una visión tan precisa que permite observar la historia a través de su margen. Así como el Antiguo Testamento da marcha a través de sus caminatas, Le Breton lo hace con su texto. Pensemos en Adán, Caín y el mismo pueblo judío, esa es la historia del paseo temporal alrededor de la tierra y su liberación en este período existencial. Le Breton lo escribe a partir no solo de una mirada, de un pensamiento que se vuelve carne, sino que también lo cruza y mezcla con diferentes escritores. El texto se teje a través de los intersticios del afuera de la caminata. Este es el gran elogio para Le Breton: caminar, errar, vagabundear a través de los textos. Textos que permiten escribir otro. De la lectura de la caminata hacia la escritura de la caminata. A partir del movimiento, a partir de los pies, a partir de la vida: la caminata parece ser la muerte que vibra entre cada paso que se da. Porque, en lo fundamental, eso es la vida y también, por qué no, el errar a través del tiempo: escapar de las garras de la muerte y de la cotidianeidad por unos instantes.
Si el libro relata una historia de la caminata, me gustaría terminar con el camina de una lengua. En hebreo, la palabra para ley judía es halajá y halajá proviene de la raíz halaj. Sin embargo, halaj es caminar. La ley como una caminata. El sendero donde uno transita está constituido por ritos y creencias que le dan a la tradición, a la propia y la ajena, un sentido de identidad y autodeterminación. Ese sentido de identidad se repite a través del tiempo y el espacio, repetición y diferencia. El rabino Abraham Joshua Heschel, rabino que marchó con Martin Luther King, supo decir que marchar era como rezar con los pies. La liturgia y la caminata, por caso, con fines políticos de huelga están vinculados por el reclamo. Este libro no es la excepción: hay un reclamo y esa es la demanda de una historia del movimiento de pies. Un libro constituido por la cadencia y los encuentros; por el movimiento y la diferencia; por el ritmo y la alteridad. Así de magnífico es el texto de David Le Breton, un libro para leer con ritmo, cadencia y movimiento. Un libro contra el sedentarismo.