En el mes de la amistad, trazamos el mapa de una ciudad como Madrid que esconde entre sus calles las tensiones de sus genios literarios: Cervantes y Lope de Vega.
VICTORIA D’ARC

Rastreo el plano de Madrid que el portugués Pedro Texeira (1595-1662) grabó en Amberes en 1656 y se considera el más antiguo de los planos existentes de la villa, en el cual “se demuestran todas sus Calles, el largo y ancho de cada vna dellas, las Rinconadas y lo que tuercen, las Plazas, Fuentes, Iardines y Huertas, con la disposición que tienen las Parroquias, Monasterios y Hospitales”. Una de las calles que se consignan es, justamente, la de Huertas, que en aquella época quedaba en las afueras de la ciudad. Convertida hoy en peatonal, allí vivieron y circularon algunos nombres célebres, un selecto canon de la literatura universal: Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina y, entre otros, Calderón de la Barca. Se la puede recorrer desde la Plaza del Ángel hasta el Paseo del Prado. En su inicio se encuentra la parte trasera de la Iglesia de San Sebastián: entre sus cartas de defunción figuran las de Lope de Vega, que fue enterrado allí mismo.
Entre la calle Huertas y la antigua calle Cantarranas –hoy llamada Lope de Vega–, se encuentra el Convento de las Trinitarias. Fundado por Felipe III en 1612, de línea sobria y austera, obra del arquitecto Marcos López, debe su supervivencia a la Real Academia de la Historia. En el convento, convertido en parte en sede de la Universidad de Alcalá, se encuentra enterrado Miguel de Cervantes, el cual estuvo muy unido a la orden de las Trinitarias después de que pagaran su liberación de las mazmorras argelinas donde pasó cinco años de cautiverio. Frente al mapa antiguo, teniendo en cuenta los nombres actuales, resulta paradójico el siguiente detalle: Cervantes vivió en la que hoy se conoce como la calle Lope de Vega en tanto Lope de Vega vivió en la que hoy se conoce como Cervantes. Algunos sabrán de la enorme rivalidad que existió entre estos dos autores: celos, tensiones y ni una pizca de amistad. Una carta de Lope de Vega fechada el 14 de agosto de 1604, da cuenta de estos sentimientos: “De poetas, no digo: buen siglo es éste. Muchos están [en] ciernes para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote”. Lope era un dramaturgo de éxito, adinerado, amado por el pueblo y por las mujeres. Cervantes era un novelista poco reconocido y sin dinero. Tan paralela discurrió su vida que, además de vivir separados sólo por unos metros, se dice que compartieron amante como compartieron también devoción por el convento de las Trinitarias donde, además, se encontraban ordenadas sus hijas.

Lope de Vega (1562-1635) fue el más famoso comediógrafo en tiempos de Cervantes. Fue un best-séller en vida. Hay discusión acerca de la fecha exacta de su nacimiento. El primero de sus biógrafos, su discípulo Juan Pérez de Montalbán, señaló el 25 de noviembre, “día de San Lope, obispo de Verona”, pero W. T. McCready apuntó que el día de San Lope es el 2 de diciembre, por lo que también se apunta esta última fecha. Quizás consciente de su fama, años después Lope de Vega escribió (¿se inventó?) una novela a propósito de su nacimiento. En una carta a una poetisa de nombre Amarilis, se refiere a su procedencia: “Tiene su silla en la bordada alfombra/ de Castilla el valor de la Montaña/ que el valle de Carriedo España nombra./ Allí otro tiempo se cifraba España,/ allí tuve principio: mas ¿qué importa/ nacer laurel y ser humilde caña?/ Falta dinero allí, la tierra es corta;/ vino mi padre del solar de Vega:/ así a los pobres la nobleza exhorta.” Lope sentía la necesidad de dejar testimonio de sí mismo.
Tuvo una vida compleja, con dos matrimonios (y respectivas muertes de sus esposas y de varios de sus hijos) y otras historias amorosas, todas presentes en su obra literaria. Primero estuvo al servicio del duque de Alba (primero como gentilhombre, luego como secretario, en la villa de Alba y en Toledo), fue secretario luego del duque de Sessa, y participó de la corte con diversa fortuna. En 1588 contrae matrimonio por poderes con Isabel de Alderete (Belisa) o de Urbina, hija del famoso pintor. Por esas fechas aseguró Lope que se alistó en la Gran Armada que se dirigía contra Inglaterra, luchando en el galeón San Juan, pero es dudoso; en la corta travesía, que probablemente no abandonó la costa hispano-portuguesa, escribió un poema épico al modo ariostesco (es decir cercano a Ludovico Ariosto, autor de Orlando furioso): “La hermosura de Angélica”.
En diciembre de 1588 volvió derrotada “La Invencible” y con ella debió regresar Lope, que se dirigió a Valencia, tras incumplir la condena que se le había impuesto al pasar por Toledo. Con Isabel de Urbina vivió en la capital del Turia, donde afianza su estética teatral junto a notables dramaturgos como Tárrega, Gaspar Aguilar, Guillén de Castro, Carlos Boil y Ricardo del Turia. Luego de sus viajes a Lisboa, de alistarse en la Gran Armada, de contraer matrimonio por poderes y afianzar su estética, fue desterrado y volvió a Madrid, en septiembre de 1610. Es el momento en el que Lope compra la casa de la calle Francos (hoy de Cervantes), en la que vivirá el resto de sus días. En 1609 había ingresado en la Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento en el oratorio de Caballero de Gracia y al año siguiente se adscribió al oratorio de la calle del Olivar.
Ordenado sacerdote en 1614, empieza a vivir con su última amante, Marta de Nevaras, la Amarilis poética o la Marcia Leonarda de sus novelas, a la que cuidará –primero ciega, después loca– hasta su muerte en 1632.
Cultivó todos los géneros literarios de su tiempo desde la lírica al teatro. Dijo haber escrito mil quinientas obras dramáticas (es posible que haya exagerado) de las que se conservan menos de una tercera parte. Creó la llamada “Comedia nueva” mezclando lo cómico con lo trágico, prescindiendo de las unidades de tiempo y lugar y así transformó el teatro. Sin embargo, ese enemigo íntimo que era Cervantes, ese mellizo de genialidad, en el capítulo XLVIII del Quijote, pone en boca del cura una invectiva contra el teatro que no respeta “las leyes de la comedia”, las unidades de tiempo y lugar, que cae en anacronismos, que mezcla inverosimilitudes con historia y personajes de distintas épocas. Es decir, se despacha contra el teatro de Lope de Vega, aunque no lo mencione. Cervantes culpa por esto al mercado: “Como las comedias se han hecho mercadería vendible, dicen, y dicen la verdad, que los representantes no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez; y así el poeta procura acomodarse con lo que el representante que le ha de pagar su obra le pide”. Cervantes señala el triunfo de Lope de Vega como la causa para que no quieran representar sus obras en el prólogo de sus Ocho comedias y ocho entremeses. La enemistad entre ambos maestros se advierte como vimos en el Quijote y está detrás de los insultos de Alonso Fernández de Avellaneda a Cervantes en el prólogo de su segunda parte. Pero esta enemistad tuvo altibajos. El 2 de marzo de 1612 Lope de Vega escribe al duque de Sessa: “Yo leí unos versos con unos antojos de Cervantes que parecían güevos estrellados mal hechos”, pero en 1621, al comienzo de su primera novela cortesana Las fortunas de Diana, le reconoce a Marcia Leonarda que “no le faltó gracia y estilo a Miguel de Cervantes” en sus novelas. Cervantes, por su parte, lo llamó con admiración “monstruo de naturaleza” y afirmó que se había alzado con la “monarquía cómica”. A pesar de que se odiaron durante años, en el crepúsculo supieron ver aquellos que los unía: la literatura entera.