Los modos del relato

El escritor Carlos Manzano lee La bala que llevo adentro de Gustavo Eduardo Abrevaya

Carlos Manzano

Una misma historia se puede contar de muchas maneras: en eso consiste la esencia de la actividad literaria, en el cómo mucho más que en el qué, en la forma más que en el fondo. Esta obviedad, que demasiado a menudo pasamos por alto, se descubre sin embargo fundamental cuando accedemos a la novela La bala que llevo adentro, del escritor argentino Gustavo Abrevaya, que acaba de ser editada en España por Vencejo Ediciones. Y ello porque es fundamentalmente el lenguaje, el ritmo trepidante de la palabra, la agilidad y contundencia con que se nos presenta la sucesión de momentos, sensaciones y pensamientos que articulan la narración propiamente dicha, lo que convierte esta novela en un auténtico producto literario, vibrante, rotundo y sobre todo vivo e impactante.

Hay, cómo no, una serie de personajes que a veces sin quererlo se ven inmersos en una trama de corrupción y miseria moral, algo que debe definir toda buena novela negra; hay también la desaparición de una niña y la angustia atormentada de sus padres; hay militares sanguinarios y policías asesinos en un régimen criminal que hace de la muerte su principal seña de identidad; hay grupos armados, hay represión y muerte, hay afán de poder y codicia ―a menudo tan afines―, hay también realidades inalcanzables, y hay mucho más dentro de sus adictivas 258 páginas.
En el excelente prólogo que nos regala el escritor José Luis Muñoz se habla de Joseph Conrad, de David Lynch, del horror, de la desesperación… y sin duda todo ello está en la novela, en buena medida un descenso a los infiernos más espeluznantes, mucho más incluso que los descritos por Dante, porque estos infiernos sí existieron realmente, y todavía existen en muchos lugares de este planeta. Pero lo que caracteriza realmente esta novela es la alquimia indefinible del lenguaje que le da forma. Los diálogos se entreveran con las descripciones y las imágenes, todo forma parte de una misma unidad sintáctica, configura una misma realidad donde todo sucede al mismo tiempo, donde no hay un espacio para la acción y otro para el pensamiento, sino que todo es simultáneo, inmediato, y a menudo fugaz, porque la vida es así, se desarrolla siempre en el mismo nivel de realidad, sobre todo cuando estamos inmersos en ella y debemos asumir cada una de sus exigencias en tiempo real.
La escritura de Abrevaya nace, pues, de la urgencia de lo inmediato, se nutre de la representación simultánea de los diferentes escenarios expresados en un único tiempo y lugar, y de ese modo lleva al lector a experimentar con más énfasis si cabe ese infierno terrible que los personajes se ven obligados a habitar sin excusas. Si la literatura, como ha quedado dicho, es fundamentalmente un ejercicio estético (poner en palabras algo que previamente solo era una idea, construir con significantes un mundo inabarcable de significados, “La bala que llevo adentro” es desde luego un magnífico artefacto literario, una novela subyugadora que exige del lector, eso sí, un compromiso serio y consciente, el que todo buen libro debe exigir siempre a los lectores, y en definitiva una prueba más del talento literario del escritor Gustavo Abrevaya, al que últimamente estamos teniendo la fortuna de poder leer en nuestro país con cierta regularidad.