Una galería del mal

“Déspotas, tiranos y otros hijos de puta” presenta una galería de personajes como Vlad Tepes «El empalador», Hitler, Calígula y hasta Jorge Rafael Videla, que representan el mal en la historia de la humanidad.

MARINA WARSCHAVER

¿Puede definirse el mal? La filósofa Ana Carrasco-Conde intentó responder esta pregunta en Decir el mal. Según Dante, son las alas que bate el diablo en el fondo del infierno lo que genera ese viento gélido, que todo lo congela. Hace frío. Con el mal, el mundo se convierte en piedra o en polvo que llega con el viento a nuestro conocimiento. El mal existe en el mundo. Ya lo dijo también François-Xavier Putallaz en su ensayo El mal: “Gritamos que existe, terrible y preocupante”. El mal no se reduce a una entelequia, no es ni una ilusión ni un engaño. No basta con «cambiar la forma de ver las cosas», dice Putallaz, o «ver las cosas de la vida en positivo» para hacerlo desaparecer. “Experimentamos la existencialidad del mal, su insufrible resistencia, su presencia en todas partes. Resulta inútil hacer un inventario de dicha presencia debido a que se encuentra en los cuatro rincones del mundo: mal en la naturaleza humana con su rosario de enfermedades, de discapacidades; mal en el mundo, con sus desatinos e irregularidades; mal en la tecnología, con sus averías, desajustes, errores e incidentes mecánicos; mal en las nobles aspiraciones de paz, frustradas y desfiguradas por la violencia; impulsos hacia la armonía, enturbiados por innumerables desacuerdos; deseos de belleza, desfigurados por demasiada fealdad. Mal en las relaciones humanas, con fracasos y traiciones, amores decepcionados, malentendidos mutuos. Mal producido en la naturaleza, debido a la explotación sin límites de una civilización que saquea sin escrúpulos los recursos naturales generando contaminación sobre contaminación. Pero también crímenes sórdidos, violaciones, agresiones sexuales, actos de violencia conyugal, destrucción del honor de los niños; estafas, robos, guerras, torturas, crímenes y asesinatos, sacrilegios, apostasías y blasfemias. Por la lista casi infinita de violencia, miserias sociales y sufrimientos, no cabe duda: el mal existe. Diariamente, existe.”

Analizar la historia es acercarse al pasado tratando de saber lo que ocurrió de verdad: aspirar a conocer la condición humana. Al destejer los hilos del pasado, la maldad surge por todas partes y en todas las épocas: dejando en evidencia el error de Rousseau cuando decía que los hombres eran buenos por naturaleza. Millones de muertos, torturas, sufrimientos varios que unos hombres le causaron a otros hombres y mujeres y niños. Hacer sufrir y sentir placer por eso. Eso es el mal. Cuanto más poder, más posibilidad de estar a merced de caprichos y perversiones de otros. La historia de la humanidad es una cadena de horrores y de maldades, donde se demuestra que no para todo el mundo la vida tiene valor. Estudiar historia es estudiar la condición humana. Es advertir los errores cometidos, la maldad (y la bondad) que habita dentro de nosotros. Hacer historia también podría ser una forma de autocrítica como miembros de la raza humana. Es paradójico que todos los llamados grandes héroes nacionales hayan incurrido en asesinatos, robos y todo tipo de violencia durante las guerras de conquista y de ocupación. En la mayoría de los imperios y las monarquías absolutas y los regímenes dictatoriales estuvieron invariablemente ligados a la crueldad, que en muchas oportunidades ha alcanzado características de genocidio. La maldad es algo innato al ser humano: anularla, someterla y dominarla ha sido un desafío. Sin embargo, la guerra ha sido y sigue siendo el terreno donde ese límite se vuelve más problemático y más opaco. La historia ha sido atravesada por una cantidad de actos tan aberrantes en nombre de la guerra (y de la libertad, y de la patria, y en definitiva del miedo al otro o a perder el poder o la relevancia económica sobre un territorio) que a fines del siglo XIX y principios del siglo XX se comenzó a elaborar un derecho de guerra internacional (las Convenciones de Ginebra), en el cual quedaban, al menos teóricamente, prohibidas prácticas asesinas contra los soldados enemigos vencidos o heridos y la población civil. Es un cambio de mentalidad. Aunque muchas veces encontramos que los crímenes de guerra se siguen cometiendo con el argumento de la libertad y de la patria y de la independencia económica. Esto implica volver a juzgar a ciertos personajes de la historia: conquistadores, emperadores, presidentes, soldados que ganaron innumerables batallas. ¿Cómo hay que calificarlos? Benjamín Troyse y Mario Zaragoza, los llaman, sin vueltas, Déspotas, tiranos y otros hijos de puta. Se trata de una galería de breves retratos de personajes como Vlad Tepes «El empalador», Iván «El terrible», Hitler, Stalin o Franco. También incluyen a otros de la crueldad de Calígula, Nerón, Atila el Huno o Jorge Rafael Videla. Apuntan sus crímenes y su crueldad. Es un recuento del mal y su lamentable funcionamiento en la historia.

A veces al mal lo evitamos cerrando los ojos. A veces, se nos llenan de lágrimas. Otras veces, miramos. El documentalista Rithy Panh tan solo tenía once años cuando fue reclutado para ir a trabajar a los arrozales en plena estación seca junto a los demás habitantes de Phnom Penh en Camboya. Cuando cumplió 13 ya había perdido a la mayor parte de su familia. Los jemeres rojos se habían hecho con el poder en abril de 1975. Pol Pot, su máximo dirigente, pretendía construir una sociedad inspirada en el marxismo suprimiendo las escuelas, vaciando las ciudades y levantando granjas colectivas. Sin embargo, al construir su propia utopía, mintió sobre la idea de progreso y de justicia: alrededor de dos millones de camboyanos murieron entre 1975 y 1979 como consecuencia de los trabajos forzados, la enfermedad, el hambre y las purgas políticas; esto suponía cerca de una cuarta parte de la población estimada de Camboya. Hay muy pocas imágenes de lo acontecido en los años setenta en Camboya. Rithy Panh, que escapó del país después de ver morir a su familia, comenzó en los noventa a realizar películas centradas en las dificultades de aquella infancia y las secuelas del régimen; la más conocida es S-21: La máquina de matar de los jemeres rojos, del año 2003, que reunía a uno de los supervivientes y sus antiguos verdugos. Pahn buscó entender el horror y para ello decidió enfrentarse, cara a cara, con el responsable del centro de tortura y ejecución S21 que se encontraba encarcelado en espera de su juicio. Pahn tenía muchas preguntas e intuía que pocas serían las respuestas. Desconcertado, notó en el torturador (“un hombre tranquilo, a pesar de la inhumanidad de sus crímenes. Parecía como si los hubiera olvidado. O como si no los hubiera cometido”) que se presentaba como alguien impasible, insensible e, incluso, indiferente, como si su corazón fuera de hielo. El centro del infierno, sabemos por Dante, es también una roca helada.

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