Rodolfo Walsh

Entre la muerte y el malón blanco

Mariano Granizo

“A mayor práctica crítica,
mayor riesgo de sanción”
David Viñas

Los Cuentos completos de Rodolfo Walsh, reeditados por Veintisiete Letras, son la bitácora del recorrido hecho por el escritor de policiales hasta ser el escritor militante, de la construcción de un destino por parte de quien, para David Viñas, fue el escritor más importante de su generación.

Revindicar la lectura que hace Viñas de Walsh, adscribir a ella, implica recuperar de la manera más sólida una imagen de Walsh por fuera de las banderas simplificadoras que sostienen, como única realidad, a un Walsh montonero, olvidando que en Walsh existe un militante político al que se da forma ya en la construcción misma de su oficio de escritor, por sobre del de periodista. El periodismo era solo una forma de ganar dinero, la literatura, construido ese oficio a la manera de Walsh, dejaba pocas posibilidades de un ingreso económico fuerte, pero sí desarrolla al militante que se manifestaría, como si le estallara desde las entrañas, con los fusilamientos de José León Suárez.
Para David Viñas, Walsh era el escritor más importante de Argentina porque con su crítica jugó el cuerpo hasta la muerte. Una escritura crítica que pone en riesgo la propia vida y, menos importante, claro, el propio proyecto literario. Es ese proyecto literario el que se va transformando en espejo con la realidad del país, que acciona sobre su oficio y lo condiciona. Y, si bien no se le puede pedir tanto a ninguna persona, tanto riesgo, Viñas coloca la vara en Walsh donde hace radicar el nivel de compromiso de la escritura como moderador de la propia existencia física. No es que para Viñas la única opción de existencia sea ser como Walsh, sino que es Walsh quien pone en su lugar la autopercepción de ciertas narrativas desmedidas en su creencia de ejercicio crítico.
Desprenderse o distanciarse de la lectura que hace Viñas de Walsh es imposible, porque hacerlo, intentarlo, verbalizarlo como opción o posibilidad, implica pretender encontrar una nueva lectura que valide tan solo a quien la postula, no revalidar al propio Walsh como narrador literario; leer a Walsh a caballo de Viñas, que no es fácil porque es visto demodé, carente de actualidad, una lectura ligada en exceso al siglo XX, esa es la postura.
Los Cuentos completos de Walsh ponen en juego un recorrido (del escritor universalista a aquél que solo puede referirse a lo que lo rodea) que reactualiza la idea del imperceptible, pero eficaz, malón blanco. Esas expediciones, que buscaban recuperar a las blancas secuestradas por el malón indio (y avanzar sobre la tierra porque, al fin de cuentas, la gente solo es una excusa para poder alambrar y esas mujeres y niños ya estaban manchados por el indio) persisten en la Argentina del siglo XX con los últimos pataleos, oficialmente aceptados, de la civilización sobre la barbarie.
Que ese recorrido haya comenzado como corrector, traductor y escritor de literatura policial es una puesta en evidencia del policial y su funcionamiento dentro de las reglas del malón blanco civilizador. (Sí, también está el trabajo como antologista de cuentos “extraños”, una categoría tan indefinida y libre que parece poco acorde para convivir con la segura y determinada del policial.) El policial clásico como espacio puramente ficticio y profundamente conservador, como muestra estéril, ostentación casi pornográfica de la inteligencia y del cálculo del civilizado. Un policial que se liga profundamente al ajedrez pero que se aleja ostensiblemente de la guerra, de la batalla, del combate sangriento: las piezas de ajedrez solo son una representación de algo que ya no evoca el combate sino la añoranza de los tiempos de simpleza y honor, todo como espectáculo para el rey y su dama. Pero Walsh atraviesa, y es atravesado, por el recorrido clásico del escritor argentino del siglo XX, ese escritor que llega a un punto en el que asume a su país (los fusilamientos de José León Suárez), su realidad, y decide formar parte de un modo activo, con la única actividad válida para un escritor hecho en el oficio que es la propia escritura. Serán los cuentos los que reflejen con mayor nitidez su proceso de cambio; es decir, en Walsh, lo literario es mucho más político, más determinante en su labor militante, que su trabajo periodístico. Sí, Walsh ha ingresado a la historia cultural y política argentina como el periodista militante que fue, pero esto deja de lado al escritor de oficio que era y los alcances que la conformación de un oficio, sin resultados inmediatos, tiene.

Lo que nos deja Walsh en sus cuentos, con el panorama ya completo de lo que un muerto ha dejado tras de sí, es la narración de series que se van acercando al combate directo, que se van haciendo cada vez más contemporáneas a la militancia, que van de un clásico costumbrismo policial a un relato empapado de referencias a real (costumbrismo que persistirá a lo largo de toda su obra como aquello a lo que debe enfrentarse la razón, y la acción política misma; costumbrismo que, las mayoría de las veces, conseguirá derrotar ampliamente); ese costumbrismo policial de Variaciones en rojo (1953), con su cita bíblica que marca la norma occidental y cristiana, y el mero juego de inteligencia, que marca la norma occidental y civilizada, la muerte distante como algo que es tan solo una excusa para pensar por gusto (ejercicio cultural del malón blanco) y ese estar en el mundo probando la propia capacidad racional.

Existen dos momentos claros en ese recorrido del escritor Rodolfo Walsh, cuya bitácora son sus cuentos, dos momentos en los que el recorrido real de la vida se materializa en escritura, aquello que se mueve a su alrededor tiene una fuerte influencia sobre su narrativa desde el comienzo: el policial de Variaciones en rojo, resultado indirecto de su trabajo como corrector de pruebas y traductor de policiales, etapa de Daniel Hernández y el comisario Laurenzi como protagonistas de sus narraciones, y el de Los oficios terrestres (1965) y Un kilo de oro (1967), cuando ya lo que rodea a la construcción del relato es algo mucho más denso, cuando ya hay que echarle ganas para respirar. El relato policial de la inteligencia exquisita se quiebra cuando los muertos están en la calle: el cambio en Walsh es inevitable y lógico.
La muerte y el movimiento del malón blanco atraviesan los cuentos de Walsh, y es dicho malón el que trae esa muerte, a fuerza de disparos o presión social. Hay que enfrentar a la realidad como algo que está ahí y con lo que se debe interactuar, se quiera o no, y si no se la enfrenta, esta te liquida, como a un indio. En el cuerpo se siente el mundo (y eso lo siente tanto el cadáver de Esa mujer como el Gato de la serie de lo irlandeses); ya no existe la protección del ejercicio intelectual gratuito propio del policial clásico. Del juego a la novela negra, porque eso serán sus investigaciones periodísticas. La muerte arrasa con los cuerpos o se queda en ellos como espectáculo/advertencia para el resto. “Yo escribo la historia” dice el periodista en Esa mujer, pero en una referencia doble: el periodista como narrador, y el militante como hombre político que se sabe actor de la historia.
El malón blanco de la cultura actúa en la narrativa de Walsh, y él lo pone en evidencia. Si en Irlandeses, el chico apodado el Gato debe abandonar la libertad de la llanura por las paredes de la escuela católica por el simple hecho de ser pobre y no tener ninguna otra opción (restablecimiento de su sangre a la raza católica e irlandesa que lo rescata de ser un salvaje que vaya pensando por su cuenta) no menos víctima del malón blanco cultural es Mauricio en el cuento Cartas, personaje que eterniza la libertad, la búsqueda a los tumbos por fuera del orden que, si no te puede reincorporar con el malón, en un rescate constante y en cada esquina, te llevará a tomar la única opción posible, el suicidio. Malón blanco que reencauza al díscolo o la muerte como única retribución; malón blanco o muerte como única posibilidad en los relatos de Walsh. E incluso esta lucha se da desde la forma, en la lucha constante entre un costumbrismo que en laza con una tradición y la ruptura estética en relatos como Fotos, Cartas y Notas al pie. Y es que, como bitácora intelectual y estética que es este libro, la literatura de Walsh es una muestra constante del malón blanco en el que está inmersa, desde siempre, la Argentina, esa obligación de abandonar sus “sueños o sus insólitos ataques de ira” para incorporarse al deber ser dictado por un grupúsculo de apellido rimbombantes.