Las Manchas
Paula Puebla presenta La limpieza (17grises) de Carlos Godoy
Paula Puebla

Presentar La limpieza plantea varios desafíos. El primero: si bien es una novela que guarda unidad de sentido, que puede leerse sola, también es la secuela de La construcción, publicada por la editorial Momofuku en 2014, y la precuela de una tercera novela, en ciernes, que conformará la primera trilogía de Carlos Godoy. Hablar de La Limpieza es entonces, de algún modo, hablar sobre un libro, sí, pero también hablar acerca de un instante, de un momento, de una parada intermedia en un proceso que todavía no termina. Segundo desafío: ni en La construcción ni en La limpieza hay mención a la palabra “Malvinas” o al par “Islas Malvinas”. Sin embargo, en estas dos ficciones —como en el resto de la obra del autor— cada verso, cada capítulo, cada argumento es absolutamente político. Toda certeza pero también toda insinuación, toda alegoría, incluso sus correspondientes advertencias de “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Pero sobre todo, Godoy hace un uso político del silencio. Escribe: “Las manchas son silencio. Un oscuro río que no permite ver el fondo”. Carlos El autor de Jellyfish, Escolástica Peronista Ilustrada y El indio salario merodea y seduce nuestra memoria colectiva, nuestra historia argentina, nuestros símbolos y peleas, nuestra última gran causa nacional, para escribir lo imprevisto. Eso significa lo que no fue visto antes. Narra un territorio. Narra, tal como él las nombra, las dos manchas —y claro, la polisemia no pasa inadvertida. Narra donde no hay para que haya. Narra como quien iza su bandera por primera vez en una tierra virgen. Narra para poblar. Y poblar es un acto profundamente político. Un tercer desafío, de corte más personal: Carlos Godoy es mi amigo —¿para qué ocultarlo?— y con los amigos siempre se está al borde de caer en la tentación de la lisonja, la moneda de cambio que ha reemplazado de tantas formas a esa fuerza invisible a la que llamamos literatura.

Leer La limpieza es entregarse por completo al desamparo: nada de lo que puedas saber o no saber sobre Malvinas sirve. Quiero decir, nada de ese conocimiento, de esa acumulación, guarda en la experiencia de lectura un propósito, una utilidad. Porque la intención de Godoy es trastocar el orden dado, el imaginario establecido, el rosario de sentidos comunes, incluso (y sobre todo) el posicionamiento institucional. Como ya lo hizo La construcción, La limpieza desorienta, azota; desmaleza y fabula; se acerca a lo siniestro y lo alumbra. Busca, a toda costa, de manera insistente, incluso con alevosía, alejar al lector de la brújula de los significados. Godoy encuentra en esta zona una ocasión, un “todo por hacer”. Entonces se arremanga para edificar algo así como la casa propia. Y ese acto no puede ejecutarse sin antes dialogar, sin plantear una o varias discusiones. Pregunta, ¿con qué o quién discute esta novela? Bien. Con Los pichiciegos de Fogwill, en primera instancia. Con Las islas de Carlos Gamerro. Con Trasfondo de Patricia Ratto. Con Una puta mierda de Patricio Pron. Con El país de la guerra, el ensayo de Martín Kohan. Con las ideas (anti)bélicas de Federico Jeanmaire en Wërra. Con la posición internacionalista que sentó Beatriz Sarlo en uno de los capítulos de su libro Viajes. La lista sigue, pero menciono algunos nombres, varios de lo más recurrentes y disímiles. Sin embargo, entre ellos —los autores y sus textos—, se arma un tejido más o menos desparejo, que se tensiona en y por su propia conformación. Las imaginaciones literarias sobre las Islas Malvinas —sobre la guerra de 1982 y “la guerra” en general— son múltiples. Las imaginaciones políticas también.

Es mediante textos breves, de una o dos páginas, cada uno con su título, que Godoy avanza a campo traviesa en La limpieza. Hay una idea de proyecto: “anhelo, sueño y sacrificio”; un plan, una expedición y un informe. Hay un coronel y una bruja. Hay un perro llamado Astillero y un hombre que se caga encima. Hay un animal – monstruo llamado Kumimanu. La jerga militar, y su ausencia de vuelo poético hasta el ridículo, aporta la inteligencia y la estrategia para que se mezclen con “la verdad de los saberes ‘bajos’”, como escribió Maximiliano Crespi en la contratapa, en la olla de los ritos, las oraciones y las videncias. Godoy da origen a una lengua nueva. Y si existe una lengua nueva, es porque crea y pone a disponibilidad una experiencia nueva.
No tiene sentido oponer resistencia a la desorientación que provoca La limpieza, a esa sensación de abandono, de profunda soledad, ante lo inhóspito y hostil del territorio. “No es fácil entender lo que sucede una vez dentro de Las Manchas; mucho menos, narrarlo”, se advierte cerca del final. Por eso es mejor dejarse llevar por la prosa que el autor, como guía y expedicionario, artificia con autoridad, con vozarrón cordobés, con el oficio del que escribe poesía, cuento, novela y ensayo con la misma lucidez. Las manchas son las manchas de Carlos Godoy. Él sabe exactamente lo que pasa allí, qué contar y qué no contar, hasta dónde ir, dónde parar. Administra un imaginario singular, distinto a todos y distinto al social, del mismo modo que administra las entregas que alguna vez terminarán por formar esta trilogía, pionera en el proceso último de “remalvinización” desde lo literario —aun en su efemeridad. Si ya hubo construcción, si ya hubo limpieza, entonces estamos listos para lo que sigue: empezar a habitar la tierra a la que Godoy llama Las Manchas.
