Versiones del artista adolescente

“Stephen Hero” es una de las primeras versiones del clásico “Retrato del artista adolescente”, y ya aquí puede verse la búsqueda estética de James Joyce.

MARINA WARSCHAVER

En el ensayo Joyce: El oficio de escribir, del traductor y crítico italiano Giorgio Melchiori, gravita la sospecha de que el la idea del nombre Stephen Dedalus proviene del encuentro entre un pequeño James Joyce con la tapa de un libro publicado en 1885, cuando el escritor tenía tres años. Se trata de A Modern Daedalus, de Tom Greer. Una cubierta verde con el dibujo más bien vinciano de un hombre vestido con gorra, un revólver en la mano derecha, tres objetos esféricos en la cintura y unas alas mecánicas en la espalda.

El argumento de esta novela de ciencia ficción politizada es significativo: el personaje principal es un joven llamado Jack O’Halloran, un flamante graduado universitario que regresa a su Irlanda natal con la ilusión de cumplir el sueño que tiene de niño de crear una máquina voladora. De esa manera utiliza todo su genio para idear y construir ese aparato alado al estilo de las ideas de Leonardo Da Vinci para surcar los cielos y cuando lo logra, quiere compartir la noticia con su padre pero ante la novedad, el viejo O’Halloran tiene otros planes: usar el aparato de su hijo para librar una batalla aérea contra los británicos, a quienes odia, y al fin liberar Irlanda. La disputa entre ellos termina con la expulsión de su hijo. En el núcleo de la narración laten las tensiones irlandesas, las mismas que atraviesan la obra de Joyce y esa idea de hacer explotar la lengua.

No es extraño que un libro con una portada tan fascinante excitara la imaginación de un niño. Conviene precisar, en este punto, que los tres objetos esféricos que cuelgan de la cintura del sujeto son tres bombas que el nuevo Dédalo irlandés, inventor del sencillo aparato que le permite volar, se dispone a tirar sobre la guarnición británica en el Castillo de Dublín y sobre la flota británica anclada en la bahía.

Stephen Daedalus (con el diptongo) es el nombre que Joyce había dado en 1904 al protagonista de su novela autobiográfica Stephen Hero y que, algunos meses después, asumiría él mismo para firmar los primeros cuentos de Dublineses, publicados, en primera instancia, en la prensa gráfica. La reminiscencia clásica está más que apropiada para un seudónimo, pero no tanto como apellido del personaje típicamente irlandés de una novela. Incluso después de haber suprimido el diptongo latino del nombre en la reescritura de la novela y en Ulises, algo de malestar seguía quedando. De hecho, precisamente en el principio de Ulises, el rechoncho Buck Mulligan exclama riéndose: “Tu nombre absurdo, un griego de la antigüedad”. ¿Subsiste acaso cierta obstinación de Joyce desafiando toda verosimilitud, al bautizar a su héroe, su alter ego, con el recuerdo infantil de la portada del un libro? Traduciendo la ilustración al lenguaje adulto, esas tres bombas que cuelgan de la cintura del Dedalus moderno ya no son las armas de la revolución irlandesa contra los ingleses, sino las de la subversión del inglés, de la misma lengua inglesa, es decir, la revolución del verbo, de la palabra, para la cual, del mismo modo que para su non serviam en relación con la Iglesia Católica, el joven Stephen se había preparado, tal y como dice en el Retrato del artista adolescente, «… usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, destierro y astucia». Aquellas tres bombas, de hecho, explotaron estrepitosamente en Ulises y, luego, aún más en el Finnegans Wake, donde tuvieron, en el mundo de las palabras, el mismo efecto que las bombas nucleares en el mundo de los hombres, horror, por cierto, que Joyce se ahorró. Pero, en contra de los temores de su hermano Stanislaus, no provocaron la extinción definitiva de la literatura.

La actitud del novelista hacia su tema es uno de los problemas literarios que forman parte del tema de Joyce. Stephen expone sus propias estéticas, que define como “tomismo aplicado”. Podemos advertir que muchos de los personajes de Stephen Hero, cuando discuten, sueñan o rumian ideas casi no hacen otra cosa que caminar. Eso permanece en Retrato del artista adolescente. Las imágenes más persistentes de Dublineses son personas –en su mayoría niños– que deambulan por las calles y hablan y discuten y piensan. Por último, quizás en su obra más conocida, transformó los viajes de Ulises en una peregrinación peripatética por las calles de Dublín. El aporte de Joyce a las ideas aristotélicas y tomistas, como sugiere Harry Levin, se da en la relación entre el artista y su material. La narración de Retrato del artista adolescente sobrepasa apenas el nivel lírico; mientras que Dublineses empieza en primera persona y acaba en tercera, Retrato del artista adolescente, después de un principio impersonal nos retrotrae, al final, a las notas del autor. La personalidad del artista, deteniéndose y volviendo sobre sí misma, todavía no acaba de entrar en el relato. El tránsito de lo personal a lo épico aparecerá en Ulises y entonces el centro de gravedad emocional estará equidistante entre el artista y los demás. Por último, con Finnegans Wake el artista disimulará su personalidad dentro, detrás, encima o más allá de su obra.

Umberto Eco comentaba que muchos artistas escribieron notas de poética, descripciones de su trabajo operativo, enteros ensayos de estética pero nadie como Joyce había conseguido hacer hablar tanto de poética y de estética a sus propios personajes. Legiones de comentadores han discutido las ideas de filosofía del arte que Stephen Dedalus expresa a partir de las proposiciones tomistas sobre la belleza, y otros tantos han sacado de estas ideas sistematizaciones personales y visiones generales de lo artístico. “El arte no es una escapatoria de la vida. Es exactamente lo contrario”, se lee en Stephen Hero. “El arte es la misma afirmación de la vida. Un artista no es un tipo que pinta un paraíso mecánico sobre su público. Eso lo hace el cura. El artista afirma desde la plenitud de su propia vida, él crea.”

“El arte no es una escapatoria de la vida. Es exactamente lo contrario.”

James Joyce en “Stephen Hero”

Y más allá de las afirmaciones de los personajes, en la obra de Joyce, sobre todo en una novela como el Ulises, los problemas de estructura emergen del contexto con tal violencia que representan un modelo de poética implícita que se afirma en las nervaduras mismas de la obra. Por último, Finnegans Wake es, antes que nada, un tratado de poética completo, una definición continua del universo y de la obra como ersatz del universo. Por eso el lector y el comentador no cesan de sentir la tentación de puntualizar la poética enunciada o sobreentendida por Joyce para aclarar su obra y definir en términos joyceanos las soluciones artísticas que Joyce pone en práctica.

Cabe volver a leer a Joyce pero desde la perspectiva del germen de su genialidad que es Stephen Hero. Para observarlo. Para analizarlo. Más allá de las páginas faltantes del original, esta vErsión descartada del Retrato del artista adolescente contiene las piezas fundamentales del gran edificio literario en el que se convertiría Joyce. 

El escritor siempre entendió que integridad, armonía y resplandor son las tres condiciones de la belleza. Consideremos cómo procede el pensamiento ante un objeto hipotéticamente bello: para aprehenderlo, divide el universo en dos partes, el objeto mismo y el vacío exterior a él. Así, una vez abstraído de todo, el pensamiento lo percibe como un objeto entero, como una entidad. Ésta sería, para Joyce, la primera cualidad de la belleza: la que se manifiesta en la sencilla síntesis operada súbitamente por la facultad mental que aprehende el objeto. Y entonces ¿qué sucede? El pensamiento procede al análisis: considera el objeto como un todo y por partes, en relación consigo mismo y con los demás objetos, examina el equilibrio entre sus partes, contempla su forma, recorre todos los recovecos de su estructura. De ese modo capta su armonía, y reconoce en él una cosa en el sentido estricto del término, una entidad netamente constituida. Si Stephen Hero son los cimientos de un monumento, entonces esta nueva edición de Firmamento, con prólogo y traducción de Diego Garrido, constituye su piedra basal.