Keep calm and make some tea
A propósito de Barbara Pym y su Mujeres excelentes.
Luján Stasevicius

Hanging on in quiet desperation is the English way
Pink Floyd, Time.
Mujeres Excelentes fue la segunda de las doce novelas que Barabara Pym acabaría escribiendo en su vida. El libro llegó recién en 1978 a Estados Unidos e hizo su primera aparición en español en 1985, reeditada luego por Gatopardo en 2016. Pym la consideró su primera novela “adulta” y de ambiente urbano. Entrar en Mujeres Excelentes sin haber leído nada al respecto es esquivar un gran escollo cultural en relación con las expectativas de lectura. La gran mayoría de los críticos coinciden en dos puntos; por un lado, que es la mejor novela para “entrar” al universo de Barbara Pym —aunque muchos aducen luego que no es lo mejor que ha escrito— y, por otro, que es divertidísima. Incluso en el año 2008, con motivo de la reedición en Inglaterra, Alexander McCall Smith la describió en el periódico The Guardian como una de las novelas más divertidas del siglo XX. No es que vas a reírte a mandíbula batiente, matizó el crítico, sino más bien vas a sonreír, cerrar el libro, y seguir sonriendo un rato. El humor, sabemos, es siempre contextual, y probablemente lo que pareciera encantador al público inglés de 1952 —año en que se publicó la novela, con notable éxito editorial, por cierto— y que sobrevive, aparentemente en el 2008, no nos llegue a nosotros traducido en lengua y espacio en la mayoría de sus instancias.

Sin embargo, esto no significa que Mujeres Excelentes carezca de momentos divertidos o que su lectura no sea amena. Sólo hay que tener las expectativas ajustadas a que el humor de Pym no se basa en situaciones absurdas o enredos, sino en el comentario social ácido y en la constante auto depreciación de su protagonista, Mildred Lathbury. Pym misma ha hecho gala de ese mismo estilo de falsa modestia cuando se le pide que hable de su propia escritura: “habiendo dado vueltas las papas al horno (tienen muy buena pinta), me puedo dedicar ahora a cosas más mundanas. Y qué más mundano que tratar de escribir a máquina una novela”. Del mismo modo, cuando le preguntan por su estilo, su respuesta es en forma de sopa: “para hacer mi sopa literaria no necesito huevos ni langostinos, sino esta vieja cabeza de bacalao, las hojas que le sobran a un repollo, un poco de agua y condimentos”. De esta manera, le escapa a y se burla de la solemnidad de las grandes profesiones a través de las metáforas culinarias, un campo considerado, sobre todo en su época, “mundano”. Esta misma estrategia la encontraremos en Mujeres excelentes al describir la cotidianeidad de la Londres de posguerra. Así, la política y la ominosa austeridad en la que ha quedado Inglaterra se cuela no a través de los parlamentos de los personajes —jamás discuten la situación— sino de los detalles materiales que hacen de la vida diaria un recordatorio para nada amistoso de los tiempos que corren. Así, la iglesia a la que Mildred asiste funciona sólo en la mitad no bombardeada, las dietas de los personajes dependen del racionamiento, y persiste el anhelo por las comidas recordadas de los años pre bélicos. Por ejemplo, un almuerzo abundante para Mildred consiste en “dos huevos revueltos, precedidos por un resto de sopa y seguidos de queso, galletas y una manzana”.
Mildred Lathbury es una de las tantas mujeres excelentes en el Londres de posguerra. También es la narradora de la novela y, digámoslo ya, una solterona —“spinster”, en el idioma original— de treinta y tantos años, además de huérfana. Como tal, está llamada supuestamente a ser la asistente sin sueldo de aquellas que sí consiguieron marido o de aquellos que no encontraron quien los soporte. De eso se trata ser una mujer excelente, del desinteresado y constante servicio que se pueda ofrecer. Como siempre que a ironía inglesa se refiere, no queda claro si el mote de “excelente” es irónico o no, o quizás sea las dos cosas. No es Pym quien acuña el término, en rigor. El adjetivo aparece en las primeras páginas de Persuasión, novela póstuma e incompleta de Jane Austen al momento de describir a Anne Elliot, su protagonista, como “una mujer excelente, tierna y sensible, a cuyas conducta y buen juicio debía perdonarse la juvenil flaqueza de haber querido ser Lady Elliot… y aunque no fue demasiado feliz en este mundo, encontró en el cumplimiento de sus deberes, en sus amigos y en sus hijos motivos suficientes para amar la vida”. Así, condescendiente o no, la excelencia se utiliza para definir a aquellas mujeres que son impecables en su servicio doméstico y social y a las que nadie les pide favores, sino que se les informa de sus tareas. Excelentes o excedentes, lo juzga el lector.

Existen, por otra parte, hombres solteros o solterones en la novela, como el párroco Julián, el antropólogo Everard Bone, o William Caldicote, el hermano de la mejor amiga de Mildred, Dora, con quien tiene un almuerzo anual. William es quien, quizás asumiéndose tácitamente como un hombre excelente, aunque sin prestar servicio alguno, considera sobre permanecer solteros: “Nosotros, mi querida Mildred, somos los observadores de la vida. Que los demás se casen, como debe ser, y cuantos más mejor —Levantó la botella, calculó lo que quedaba dentro y volvió a llenar su vaso, pero no el mío—. Que Dora se case, si le apetece. Ella no tiene tu talento para la observación”. A lo cual Mildred reflexiona: “Supongo que este pequeño cumplido debería haberme halagado y, no obstante, me irritó, por un motivo u otro. De todos modos, no era precisamente un cumplido presentarme como una persona desabrida e inhumana. Me pregunté si sería ésa la impresión que causaba a los demás”. No será la última vez que Mildred, explícitamente o no, abra una brecha entre cómo piensa que es percibida y las escasas pistas que Pym nos deja en el texto para, como mínimo, cuestionarnos su inefabilidad. En efecto, una de las propuestas quizás más interesantes en relación a lectura de la novela consiste en explorar la distancia existente entre lo que Mildred dice de sí misma o cómo cree que la ven —solterona— y cómo la califican los demás – excelente —y por qué. Por otra parte, sobre el final de la novela Mildred encontrará, a su manera, un candidato para casarse, mientras que William seguirá soltero, pero no excelente. De su matrimonio tendremos noticias en Un poco menos que ángeles y Jane and Prudence, en donde se comentará tangencialmente cómo, aún después de casada, sigue prestando servicios excelentes aunque ahora de manera exclusiva para su marido.

Como no podía ser de otra manera en una novela inglesa, si bien la comida es exigua, la trama está constantemente lubricada por litros y litros de té, de diferente calidad según la época, pero siempre preparados por Mildred en su departamento de soltera. Como si de una sitcom se tratase, o de una obra de teatro, todos los personajes en algún momento se encuentran allí tomando té para socializar o calmar los nervios. Tal es así que, cuando una de las “tragedias” de la novela se revela, dice Mildred: “me quedé tan estupefacta que no se me ocurrió nada que decir, pero me pregunté, aunque no fuera pertinente, si toda situación dramática iba a atraparme con una tetera en la mano”. A pesar de transcurrir en la década en la que Inglaterra no sólo debe afrontar la precariedad material de un territorio arrasado por la guerra, sino también el golpe simbólico y emocional de no ser ya un Imperio, las tragedias son mínimas. Los personajes de Pym, abúlicos o hedonistas, demorados en sus miserias cotidianas, jamás esgrimen un comentario político. Su mundo, limitado en el acceso a las mercancías, está confinado por los límites del barrio de Pimlico.
En las primeras décadas del siglo XXI, una insufrible moda buena onda nos inundó en todas las formas de merchandasing posible. ¿La fórmula? Keep calm and… (inserte aquí lo que usted considere apropiado o gracioso). La frase se remontaba a uno de los 3 afiches con los que la corona inglesa había inundado las calles durante la Segunda Guerra Mundial y sus postrimerías, en un intento de subirle la moral a una población que ni siquiera sabía que la tenía. Curiosamente, el Keep calm and carry on fue el menos distribuido de todos —era el tercero de la serie, y ya los diarios se habían quejado que los dos anteriores eran, dadas las circunstancias, bastante condescendientes—, y de hecho es famosa la fotografía de Cecil Beaton de 1941, justamente por la rareza de encontrar ese afiche en el fondo. En el año 2000, un librero llamado Stuart Manley descubrió un original entre un lote de libros usados que había comprado al por mayor, hizo copias y bueno, el resto es remeras y tazas. Sin embargo, el mensaje que la corona consideró apropiado para un tiempo de austeridad que no se sabía cuánto iba a durar se relaciona, de alguna manera con Mujeres excelentes. Así como el afiche encarnaba la demanda simbólica particularmente, aunque no exclusivamente, inglesa de mantener la calma y las formas, la novela hace lo propio a través de esta trama inocua, en la que incluso quienes conocieron tiempos mejores se adaptan a la presente escasez sin cuestionarla ni —horror de horrores— reaccionar emocionalmente a ella. Es este un texto que celebra la resistencia cotidiana durante el tiempo de reconstrucción de una nación definitivamente herida, recordándole a los ingleses lo que ningún tratado de posguerra pudo quitarles: quienes son, o como quieren ser vistos. Pym, cuyas novelas han sido descritas como “Good books for bad days” contribuye a este mismo plan dejando el barrio de Pimlico tal como lo encuentra y a sus personajes quizás un poco menos miserables, pero todo en su justa medida. De a una taza de té por vez.
