¿Qué significa el “Libro del desasosiego” de Fernando Pessoa? Un apunte sobre un clásico desde el lugar donde lo imaginó hasta su sentido.
DIEGO ERLAN

En una calle de Lisboa trazada desde el siglo XIX y conocida como Calle dos Doudadores existe un restaurante que se llama Pessoa y al que Fernando Pessoa llegaba a veces, sin duda divertido por el homónimo. No se trata de un lugar que eligió su nombre para homenajear a uno de los escritores insignes del país y de la ciudad. El nombre y el restaurante ya estaban puestos cuando Pessoa llegaba hasta ahí a comer, imagino divertido por la situación, y también por su historia personal: su vida fue una vida de dobles, pero de dobles que existían sólo en su cabeza. Esta calle le dio la idea de situar en ella la oficina del narrador del Libro del desasosiego.

En el fragmento quinto de ese libro monumental de la angustia, Fernando Pessoa le hace escribir a Bernardo Soares: “Tengo ante mí dos páginas grandes del libro de registros; desde su peso inclinado en el viejo pupitre alzo con ojos cansados, un alma más cansada que los ojos. Más allá de la nada que esto representa, el local se extiende hasta la Rua dos Douradores, ordena en fila los anaqueles regulares, los empleados regulares, el orden humano y el sosiego de lo vulgar. En el vidrio de la ventana, el trepidar de lo múltiple, y el trepidar de lo múltiple es vulgar, como el sosiego sobre el que se alzan los anaqueles”.

En una carta del 3 de mayo de 1914, Pessoa le escribe a Joao de Lebre e Lima en el que se refiere a un fragmento de ese texto publicado en la revista El Aguila que se llama “En la floresta de la enajenación”. Tiene dudas sobre el estilo, “un estilo especialmente mío”, dice, al que varios llaman “el estilo enajenado”. “Este fragmento –explica Pessoa– forma parte de un libro mío, del cual otros fragmentos escritos pero inéditos y al que le falta mucho todavía para estar terminado; ese libro se llama Libro del desasosiego, a causa de la inquietud e incertidumbre que es su nota distintiva. En el fragmento publicado eso se nota bien. Lo que en apariencia no es sino un mero sueño o semisueño, narrado resulta, al ser narrado –y eso se siente enseguida que se lo lee, y debe sentírselo a lo largo de toda la lectura, si logré mi propósito–, una confesión soñada de la inútil y dolorosa furia estéril de soñar”.

Uno de esos fragmentos que deberían subrayarse una y otra vez es el siguiente: “Escribo, triste, en mi cuarto quieto, solo, como siempre he sido, solo como siempre seré. Y pienso si mi voz, tan poca cosa en apariencia, no encarna la sustancia de miles de voces, el hambre de decirse de miles de vidas, la paciencia de millones de almas, sumisas como la mía al destino cotidiano, al sueño inútil, a la esperanza sin vestigios. En este momento mi corazón palpita con más fuerza por la conciencia que tengo de que palpita. Vivo más porque sabiéndolo es más lo que vivo. Siento en mi persona una energía religiosa, una especie de oración, algo así como un clamor. Pero la reacción contra mí se precipita desde la inteligencia… Me veo en el cuarto piso alto de la Rua dos Douradores; me presencio con sueño; observo, sobre el papel medio escrito, la vida vana sin belleza y el cigarrillo barato que se consume mientras lo sostengo sobre el secante viejo. ¡Aquí yo, en este cuarto piso, interpelando a la vida!, ¡diciendo qué sienten las almas!, ¡escribiendo prosa como los genios y los célebres! ¡Aquí yo, así!…”
El personaje de Bernardo Soares, que anota en su diario sus observaciones y pensamientos no es Pessoa. Este vulgar empleado (un asistente contable), obligado a tareas aburridas, sometido a la autoridad de un jefe mediocre, este proletario cuyo único horizonte es el despacho que da a la calle dos Douradores, en la Baixa, es un Pessoa diezmado, como analiza uno de sus biógrafos, Robert Bréchon. De esta forma, Caeiro, Reis y Campos serán un Pessoa mejorado. Soares entonces encarna una suerte de grado cero de la condición social, lo que permite contrastar de manera asombrosa su grandeza espiritual e intelectual. Sin embargo Pessoa no es ni un verdadero oficinista ni un verdadero proletario ni un verdadero asalariado. Sólo aceptó a los veinte años este trabajo escribiendo cartas en otros idiomas con la condición de no cumplir horarios ni tener que acudir todos los días a la oficina. Más que un oficinista es un experto que pone su conocimiento comercial y lingüístico al servicio de la empresa. Quería tener tiempo libre para escribir. Para el profesor Richard Zenith, el Libro del desasosiego no es un libro sino su negación y subversión, el libro en potencia, el libro en plena ruina, el libro-sueño, el libro-desesperación, el anti-libro, más allá de toda literatura. Lo que tenemos en estas páginas es el genio de Pessoa en su momento cumbre.