¿Qué hace del ajedrez el juego perfecto? Según el compositor Ennio Morricone, la posibilidad de plantear movimientos imprevisibles.

MARINA WARSCHAVER

Johan Huizinga, en un trabajo clásico de 1938 titulado Homo ludens, decía que el juego es una función llena de sentido. Un fenómeno cultural: todo juego significa algo. Al conocer el juego se conoce al espíritu y sólo la irrupción del espíritu, que cancela la determinabilidad absoluta, hace posible la existencia del juego. La existencia del juego, entonces, corrobora constantemente, y en el sentido más alto, el carácter supralógico de nuestra situación en el cosmos. El juego, según el filósofo Georg Klaus, en el complejo de lenguaje, matemáticas y lógica, hace su aparición en los círculos sociales, dando lugar a una conciencia esencial, característica de los datos reales. 
Un ejemplo podría ser el ajedrez, que está vivo como la dialéctica. “En él encuentran los seres humanos un juego en cuyas reglas y campo de fuerzas de sus figuras se reflejan, en abstracto, pero al mismo tiempo de forma clara, los fundamentos de la dialéctica, que son las reglas universales del movimiento de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. En el ajedrez, el ser humano puede asociar una pieza esencial de su propia naturaleza.” En todas las concepciones fundamentales de la inteligencia, según Klaus, el ajedrez actúa como modelo paradigmático que contiene los principios fundamentales para resolver la teoría de los juegos matemáticos. “Juegos como el ajedrez determinan el pensamiento estratégico y especulativo del jugador, iluminando el pensamiento y la formulación de teorías lúdicas, no por razones económicas o políticas, sino porque es utilizable como fundamento de la investigación biológica y psicológica.”

Algo de esto puede advertirse en Novela de ajedrez, donde Stefan Zweig presenta la disputa entre dos naturalezas con el contexto histórico de trasfondo. Por su parte, en La defensa, Vladimir Nabokov articula una descripción extraordinaria de una partida entre su protagonista, el pequeño maestro Luzhin y su adversario, Turati: “De pronto todo comenzó a respirar vida en el tablero, todo se concentró en una única idea, todo se desarrolló con más y más tensión; por un momento la desaparición de dos piezas aligeró la situación, y luego, una vez más…, agitato. El pensamiento de Luzhin vagaba por laberintos atractivos y terribles, encontrando aquí y allá el pensamiento lleno de ansiedad de Turati, quien buscaba lo mismo que él. Ambos comprendieron a la vez que las blancas no estaban destinadas a desarrollar más ese plan, que se hallaban al borde de perder el ritmo. Turati se apresuró a proponer un intercambio y el número de fuerzas en el tablero disminuyó de nuevo. Aparecieron nuevas posibilidades, pero nadie podía decir aún qué lado llevaba la ventaja. Luzhin inició la preparación de un ataque, para el cual primero necesitaba explorar un sinfín de variaciones, donde cada uno de sus pasos despertaba un peligroso eco; para ello inició una larga meditación: por lo visto necesitaba realizar un último y prodigioso esfuerzo para encontrar la jugada secreta que le condujera a la victoria. Repentinamente, algo ocurrió fuera de su ser, un dolor intolerable, emitió un grito penetrante, y agitó la mano quemada por la llama de una cerilla que había encendido, pero se olvidó de acercarla al cigarrillo. El dolor pasó de inmediato, pero en aquel intervalo de fuego había visto algo con un pavor intolerable, todo el horror de las abismales profundidades del ajedrez. Contempló el tablero y su cerebro desfalleció, con una fatiga sin precedentes. Las piezas de ajedrez eran despiadadas, le retenían y absorbían. Había horror en todo aquello, pero también era cierto que era la única armonía, porque ¿qué podía existir en el mundo fuera del ajedrez? Niebla, lo desconocido, el no ser…”

Una de las confesiones que hace el compositor Ennio Morricone en sus memorias En busca de aquel sonido es que cuando leía el guión de Los ocho más odiados de Quentin Tarantino para componer la banda sonora. A medida que avanzaba iba descubriendo la tensión que silenciosamente crecía entre los personajes y entonces pensaba en el estado de ánimo que se experimenta durante una partida de ajedrez. Morricone es un apasionado del juego y en ese mismo libro explica las razones: A veces, precisamente, lo apasiona el carácter imprevisible, le respondió a Alessandro De Rosa. “Un movimiento que sale de la rutina es, en efecto, más difícil de prever. Mijail Nejemiévich Tal, uno de los más grandes ajedrecistas de la historia, ganó muchas partidas gracias a movimientos que confundían tanto al rival que no tenían tiempo suficiente para reflexionar. Bobby Fischer, un auténtico fuera de serie, quizá mi preferido, inventó movimientos inesperados y sorprendentes. Ellos arriesgaban jugando, en gran medida, llevados por su instinto. Yo, en cambio, busco la lógica del cálculo. Para mí, el ajedrez es el juego más hermoso, precisamente porque no es solo un juego. Todo se cuestiona, las reglas morales, las de la vida, la atención y las ganas de luchar sin derramamiento de sangre, pero con voluntad de vencer y de conseguirlo justamente. Sirviéndote del talento y no solo gracias a la suerte. En efecto, cuando agarras estos pedacitos de madera, estas estatuillas se convierten en una fuerza, absorben la energía que uno les da. En el ajedrez está la vida, está la lucha. Es el deporte más violento que hay, comparable al boxeo, pero mucho más caballeroso y sofisticado.”

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