La obsesión equivocada

Gustavo Valle nos habla de su nueva novela.

Paula Puebla
Gustavo Valle
Crédito fotográfico: Alejandra Parejo

Un presente de insatisfacciones y un pasado convertido en ideal. Un matrimonio en estado terminal y un afluente de recuerdos que ganan brillo en cada evocación. Gustavo Valle escribe Amar a Olga (Editorial Pre-Textos) para sugerirle al lector que el pensamiento puede ser al mismo tiempo su peor trampa y su salvoconducto. Sebastián, Marina, Gisela, Olga, Tomás: la nómina de personajes de la novela se mueve en una Venezuela hostil y se articula para ofrecer una salida al problema concreto, ciertamente amenazante, en el que puede resultar tener la obsesión equivocada.

Desde el propio título a las aproximaciones formales que ensaya el narrador, casi todo en Amar a Olga trata sobre ese gran tema que es el amor. Sin embargo, se la puede leer también como una novela de tránsito, de pasaje, de desplazamiento. ¿Qué puntos en común encontrás entre estas dos grandes zonas?
— Sí, yo muchas veces pienso que no es una novela de amor sino una novela sobre el amor. Creo que en efecto hay un desplazamiento en el texto que se establece en lo temporal, básicamente, hacia el pasado, en la memoria. Ese es un eje fundamental del texto. Además es muy importante para mí, para mi trabajo literario, creativo, ¿no? Siempre me apoyo mucho en la memoria. Ese tránsito tiene que ver con mis dos novelas anteriores, que son viajes y desplazamientos físicos, geográficos. En una primera novela, que se llama Bajo tierra (2009), es un desplazamiento subterráneo. Y en la segunda, Happening (2014), es un desplazamiento superficial. Acá es un desplazamiento hacia el pasado, hacia la intimidad del personaje, al menos en una parte de la novela. Después sí hay un salir hacia afuera y enfrentarse a un contexto militarizado, particular, que refiere a una geografía específica.

La  vida de Sebastián parece estar dividida en dos, casi en opuestos. Por un lado, la vida matrimonial, la rutina, la convivencia y el presente con Marina. Por otro, la memoria de su iniciación sentimental, su despertar sexual, el “todo por delante” del primer amor, que se inscribe en la lejanía. ¿Cómo es construir un personaje aprisionado entre dos mundos, entre lo real y lo ideal? ¿Cómo te las arreglaste para trazar esa disconformidad?
— Hago ejercicios de reconstrucción o imaginación del pasado porque, como sabemos, el pasado está siempre desatado, totalmente hecho girones. De alguna manera, al uno ir a su rescate, lo que hace es reconstruirlo imaginariamente. Eso me exige también poner un pie en un presente. O sea, para tener una especie de perspectiva a partir de la cual ese recuerdo es reconstruido. Eso es lo que yo siento como autor y cómo ese personaje me exigió ser en ese momento en el que escribía la novela.
No sé si fue algo difícil, fue algo que el personaje esencialmente me fue exigiendo. El personaje de alguna manera no se sentía bien exclusivamente en el pasado, necesitaba tener un tiempo presente para poder pendular entre ambos momentos.

Esa pendulación permanente del personaje constituye, al mismo tiempo, su propia prisión. Está bien construida la sensación de confinamiento.
— Yo creo que además esa pendulación forma parte de la vida real cotidiana de todos nosotros. Uno tiene la cabeza puesta principalmente en lo que ocurrió y muy poquito en lo que está ocurriendo, porque lo que está ocurriendo es algo sumamente efímero, que se le va de las manos de inmediato y se vuelve pasado.

Disfruté mucho los pasajes que toman el espacio doméstico como la zona predilecta del belicismo en la pareja. ¿Qué pensás que se pone en juego en ese espacio limitado, acotado, tan “dado por hecho”?
— A mí me gusta siempre materializar sensaciones o emociones. En este caso a través de la casa, los muebles, las ventanas, el balcón, la cocina, el lugar donde están los cubiertos. Todo está totalmente impregnado de emociones. Entonces una de las formas de sacar la narración de la emoción, cuando está sujeta a las emociones y a esa abstracción que le es propia, es a través de los espacios donde ocurren esas emociones. Creo que por eso ubiqué de una forma muy deliberada a esas personas en un espacio reconocible, donde hay muchas cosas muy concretas que me gustan. No solo el espacio, el hábitat, sino los elementos que están alrededor. Hay objetos, cartas, cámaras, que se convierten, más que símbolos, en una materialización de los sentimientos. Me gusta particularmente ir hacia eso. Que los objetos, de alguna manera, reflejen las emociones de uno.

Hacés un trabajo muy intenso sobre la memoria, sobre su ejercicio. Sebastián se pregunta cómo sería la vida sin ella, al tiempo que su vida está traccionada por sus recuerdos de juventud. ¿Cuánto hay de nostalgia y cuánto hay de obsesión en él?
— ¡De obsesión hay como ciento cincuenta por ciento! Es un personaje que se mueve básicamente por eso, y es lo que mueve la novela. La delirante obsesión del personaje, llevada a un extremo infantil, absurdo, ¿no? Además es una obsesión que encarna una inutilidad. Hay un aspecto inútil, como decía Herzog en el título de ese libro maravilloso llamado La conquista de lo inútil. Sebastián está intentando llegar a esa cumbre. En cuanto a la nostalgia, puede ser. Pero en todo caso la nostalgia vendría como consecuencia de la obsesión, sería algo traccionado por el delirio gratuito o arbitrario, por momentos, de parte de Sebastián.

Sebastián sostiene que los secretos son casi mentiras, que el silencio es una herramienta de manipulación y de intriga. ¿Cómo es para vos, como autor, manifestar lo no dicho?
— Creo que es uno de los grandes retos de todo escritor. Rubem Fonseca decía que la única exigencia ética del escritor era decir lo que no puede decir. Creo que hay que estrellarse contra eso permanentemente. Decir a través de las palabras lo que está atragantado, silenciado, obturado, así sea por razones familiares, sociales, políticas, ideológicas. Lo de Fonseca es muy interesante porque él pone el punto en la ética del escritor. Entonces, intentar hacer eso me parece que es de una gran valentía. Lo que no quiere decir, porque eso se puede malinterpretar muy fácilmente, que signifique hacer un strip tease personal. Son cosas distintas, ¿no? Sino tratar de poner en los personajes las cosas que realmente están exigiendo decir y atreverse a hacerlo. Uno siente, por supuesto, que nunca ha hecho lo suficiente. Que ese personaje pudo haber dicho más. Pero uno hace lo que puede.

De fondo, la realidad venezolana se cuela por la ventana, da colores y matices que refuerzan cierto estado de enjaulamiento del personaje, traza cierta atmósfera de opresión. Y en un momento, también aparece la frase “toda separación es un exilio”. Me gustaría que me contaras un poco más acerca de esa asociación.
— Podría atajarlo desde muchos lugares. Se pueden interpretar muchas cosas desde la mecánica del exilio. Juan Gelman dijo “El primer exiliado es Dios, pues tuvo que apartarse del mundo para poder crearlo”. Dicho sea de paso, yo no me siento un exiliado, me siento un distanciado nada más. Porque el exiliado tiene connotaciones también políticas, y yo no tengo en mi biografía personal.
Pero te respondo como autor. Para mí, que vivo acá desde hace dieciséis años, escribir sobre Venezuela a pesar de no vivir allá es un poco como lo de la pareja y el exilio. Siento que escribir a 7500 km de distancia, sobre una geografía específica y personajes que están allí, es como escribirle una carta a una novia que está lejos y que no la puedes tocar, no puedes estar con ella, y sin embargo son las palabras, con su carga de intimidad, de subjetividad, de tensión emocional que todos sabemos que tienen, las que hacen que esa relación se mantenga y a veces, incluso, se exacerbe. A veces la distancia exacerba las emociones entre personas. Algo así me ocurre, ¿no? Porque esta novela está escrita después de estar lejos de Venezuela mucho tiempo. La única explicación que he encontrado es esa.

¿Qué es un libro para vos?
— Son dos respuestas. Tengo que responder como autor y tengo que responder como lector. Como lector, es la máquina del tiempo, el tren de la imaginación, de las vidas paralelas. Es también una obsesión por acumularlos y por gastar demasiada plata en ellos. Y como autor, creo que el libro es el artefacto que me permite tratar de encontrar respuesta a algunas preguntas que tampoco tengo muy claras. Es como una especie de tiro al aire, de camino que uno emprende cuando uno sale a caminar a la ciudad sin destino fijo. Bueno, siento que hay algo de eso, y que en el camino me encuentro con algo, le tomo una fotografía a una circunstancia que me sorprende o conozco a alguien. El libro, de alguna manera, me permite hacer esas cosas pero no desde la experiencia sino desde la imaginación, sentado en mi escritorio.

Gustavo Valle
Crédito fotográfico: Alejandra Parejo