La vengadora
Karen Blixen, autora de una obra que rechaza el chantaje moral y se erige como fidelidad a la historia.
Martina Carvajal

Karen Blixen, la extraordinaria escritora danesa que firmaba con el pseudónimo Isak Dinesen y quien, a fines de los años 50, fue repetidas veces mencionada como candidata al Premio Nobel, escribió su primera y única novela en el lustro inicial de la década del 40. Pero, contra todo pronóstico, The Angelic Avengers no habla de la guerra sino de manera indirecta: es decir, en una provocativa ficción cifrada y desde la configuración de una atmósfera asfixiante.

Al momento de escribir ese libro, Blixen vivía en la Dinamarca ocupada por el Tercer Reich tras la “Operación Weserübung” y, pese a que ni ella ni su aristocrática familia corrían ningún peligro, no era difícil para ella reconocer el peso y la densidad de un ambiente de opresión sofocante. En una de las entrevistas compiladas por Else Brundbjerg en Ser fiel a la historia (Confluencias), la propia autora afirma que fue precisamente esa tranquilidad de la que gozaba por su alcurnia la que más la humillaba y la que terminó empujándola a escribir ese libro “de la única manera que podía escribirlo”.
La novela es en efecto una respuesta histórica a esa situación y se constituye como una cifrada metafísica del peligro. Sin embargo, como afirma Roberto Calasso, Blixen no produjo un texto de denuncia y chantaje moral desde la victimización; al contrario, concibió un texto de reflexión refinada e inscripta en un régimen ficcional bastante sofisticado. Se puso una máscara (asumiendo el seudónimo de Pierre Andrézel) para escribir una novela de máscaras que, con suma elegancia, osó incluso deslizar en los márgenes de la obra una advertencia incómoda pero real en boca de una de las encantadoras heroínas de la novela: “Ustedes, personas serias, no sean demasiado severas con los seres humanos a la hora de juzgar su forma de divertirse cuando son encerrados en una prisión y ni siquiera se les permite decir que son prisioneros. Moriré si no tengo pronto un poco de diversión”.
En 1944, fecha de aparición del libro, esta alusión a la diversión pudo ser considerada inquietante e incorrecta, cuando no directamente cínica. Y tuvo que pasar mucha agua bajo el río de la historia para que se llegase a reconocer que la referencia a ese inquietante divertimento es una de las operaciones literarias más atrevidas e interesantes de la autora y en la que, desde su engañosa frivolidad, se pone al descubierto la coacción y la autocensura que la moral del Bien impone sobre la ficción.

La “prisión” de la cita, más que a la Dinamarca ocupada, remite a la configuración de un mundo histórico reducido a la moralización del Bien y el Mal. Y esa “diversión” cuya ausencia se presenta como amenaza de muerte es la literatura en la acepción de negatividad y trasgresión a lo que se instituye como demanda.
La mayor virtud del texto de Blixen es llevar ese pensamiento rudimentario al plano irónico de su ficción poniendo en evidencia la imagen de un mundo que el progresismo pequeño-burgués ya empezaba a simplificar en una retórica de lo binario. En él, dos “frescas niñas victorianas” (Lucan y Zosine) salen a la vida y deben enseguida arreglárselas para escapar de una red de trata de personas. Blixen pone del lado del Bien la belleza y la frescura, pero también el vicio y la picardía que, incorporadas en la retórica de la clase aristocrática, convierten a esas niñas (especialmente a Zosine) en una mente aguda y capaz de desbaratar los camuflajes del Mal. No hace el elogio de la inocencia ni de la víctima sino el del “astuto coraje aristocrático”: ese coraje que no se inmola trágicamente dando la vida por la causa del Bien, sino que se divierte exponiendo la imbecilidad del Mal.
El Mal —dice una de las vengadoras de Blixen— es poderoso porque es “un abismo, un mar profundo que no puede ser vaciado con una cuchara ni mediante ninguna de las acciones o procedimientos humanos”. La respuesta a él será por ende siempre parcial y siempre insuficiente. Pero, sobre todo, no puede apoyarse en el sueño voluntarista de la buena fe progresista sino en la inteligencia de una literatura avisada e inhumana.
Blixen sostuvo esa misma convicción desde muy joven. Como dice Marianne Wirenfeldt, ella misma fue también una inocente niña aristocrática que tuvo que hacerse lúcida y cruel para elaborar su venganza fuera de la zona de confort que impone la moralización. De ese modo pudo al fin ser realmente fiel a la historia.